Entrega Premio

"Raúl Aceves 2022".

Periplos Literarios

Revista del PEN Centro Guadalajara .

Censura y Autocensura

Encuentro de escritoras latinoamericanas

Galería Tokiota

Congreso Mundial Pen en Tokio 2010

lunes, 7 de abril de 2025

Desayuno 5 de abril 2025

 Entre las actividades de convivencia del Centro Pen Guadalajara, se están efectuando desayunos para los miembros del centro y sus acompañantes. 

El sábado 5 de abril, se realizó el más reciente. 





Presentación del "Canto Encarcelado" de Lizbeth Sánchez Vega

 


El pasado viernes 28 de marzo, se llevó a cabo, la presentación del libro "El canto encarcelado" de nuestra compañera escritora Lizbeth Sánchez Vega, se unieron en la presentación, Alejandra T. Pichardo y Arturo Méndez Licón. 

La presentación, se realizó en las instalaciones de la Escuela de Escritores Sogem Guadalajara, donde estuvieron con ella, maestros, amigos y familiares.




















viernes, 28 de marzo de 2025

Lectura de Obra Jorge Luis González y Gulnara Molina




 El pasado jueves 27 de marzo, se efectuó la lectura de obra de nuestros miembros escritores: Jorge Luis González y Gulnara Molina.

La actividad estuvo presentada por Diana Valencia. 








jueves, 13 de marzo de 2025

Ser o no ser por Alejandra T. Pichardo

 

Imagen de Birgit en Pixabay


Los perros tienen pulgas,

las personas tienen problemas.

Charles Bukowski

 

Allí va ese hombre otra vez, como todas las mañanas, oliendo a maderas; me mira porque no hay nada más que mirar en la calle. Lo advierto de reojo cuando estoy echado, descansando; parece tener agotamiento en sus ojos, quizá no pasó buena noche, o a lo mejor así es su mirada. A veces quisiera extenderle mis manos; percibo que necesita un abrazo o un gesto de confort, se nota ermitaño y su soledad me llega como un hueso podrido que me sabe mal; la imagen de su cara la tengo presente todo el día, cuando me escondo de las pedradas, cuando protagonizo una pelea callejera o cuando me divierto con mis colegas; creo que él no tiene amigos, nunca he visto que alguien visite su hogar, todo el tiempo lo he visto solo, con su mirada apagada; ni siquiera se da cuenta que a diario lo espero cuando regresa a casa. Me he acostumbrado a mirarlo, voy a su encuentro a la esquina donde todas las mañanas aborda el camión, me hago el dormido y espero, pasa el tiempo y aparece; bostezando, cabizbajo, muerto de hambre, abatido; y me regresan las ganas de abrazarlo, pero me sigo haciendo el dormido. No sé cómo comenzó todo, cuándo ocurrió este sentimiento hacia él, simplemente un día lo vi salir de su hogar y, estoy seguro que me sonrió, o así lo pensé, no sé, pero sentí agrado; lo vi tan indefenso, con ese olor inconfundible que penetra mi nariz de sabueso; con ese caminar presuroso como buscando un lugar o un destino; y luego ya no he podido alejarme de aquí. Me han invitado a un lugar de trabajo, se rumorea que existe una granja, allá, a las afueras del pueblo y que hay gallinas, patos, cabras, caballos y con suerte algunos gatos; comentan que el dueño anda en busca de perros callejeros  para que cuiden de ella; dicen que se come bien y que el agua abunda como en un río, que si me doy prisa aún puedo encontrar un lugar para mí, pero no es eso lo que quiero; ya no vería a ese hombre cuando la tarde esté por caer, ya no olfatearía su aroma como todas las mañanas, entonces tendría que buscar nuevos olores en aquella granja, correría entre los arboles de un lado a otro para captar el fresco del amanecer como su fragancia; la paja me parecería estar mirando su pelo castaño, y luego su mirada, su tonta mirada. ¿Qué haré allá sin prestar atención a sus ojos opacos? ¿y su caminar arrastrado?  Ni los pasos de una cabra ni la de los caballos serían igual.

 

    Allí está ese perro otra vez, levantando su nariz cuando paso cerca; como todas las mañanas, me ve de reojo y sigue echado, su mirada doliente me desconcierta, ha hecho frío por las noches, tanto que tengo que echar otra cobija; me he despertado por las madrugadas pensando en él, ¿dónde estará durmiendo? ¿Se meterá debajo de ese auto abandonado? Quizá me preocupo por estupideces, es sólo un perro callejero, pero se ve tan solo, tan afligido. ¿Algún día habrá tenido amo? Tal vez sí, pues los perros no llegan solos a la calle.  A veces quisiera hablarle, hacerle cariños, ponerle un nombre; quizá lo llamaría güero o bigotes, le hablaría al salir de casa rumbo al trabajo: qué tal, bigotes, ¿cómo pasaste la noche?                                                                         Se ve tan hambriento, tan sediento; Sería necesario guardarle algo de comida y ponerle un  pocillo de agua fresca; pero dicen que a los perros dándoles de comer y de beber se quedan para siempre y yo no quiero que se quede, es más, no quiero problemas ni quiero responsabilidades, al contrario, quisiera ya no verle más, desearía salir un día de casa y que desaparezca de mi camino, sólo provoca que me sienta culpable de su desdicha de ser perro. Su ojeada muda y penetrante me lastima, me sofoca, me despoja de mi poco sentimiento de existencia, su estúpido estado rutinario y poco humano desata la ira de mis entrañas, cómo puede ser que un perro de la calle viva muy tranquilo allí, sin pagar impuestos, sin despertar todas las mañanas y tomar una ducha fría como yo lo hago;  no sé qué hace en las tardes cuando bajo del camión, siempre está en ese lugar, echado, esperando algo, o quizá sólo descansa; los perros descansan todo el tiempo, no como uno, que tengo que trabajar para sobrevivir, no que ellos, sólo sobreviven y lo hacen sin preocupaciones, andan como sea, en la calle, libres, esperando quien les aviente comida, como si con eso fueran felices, tan felices que, el dólar, la inflación, la bolsa y todas esas idioteces que nos afectan, no les importara a ellos, ¿cómo lo sabrían si son perros?, si a ellos no los hunden las tarjetas de crédito; las hipotecas no las conocen, no hay terreno que cuidar, la calle es de ellos, lunes o domingo que más da, ¿dinero en el banco? ¿Para qué? No existen descendientes que peleen su herencia, ¿y cuál herencia? Si nada tienen, no andan por la calle con un celular, ni usan ropas caras, mucho menos conducen un coche último modelo, ¿pagar un funeral? Si su cuerpo se desboronará en el asfalto y con el paso de los coches se irá fundiendo en el cemento.

 

    Ese hombre me ha mirado otra vez, ¿cuánto durará esta rutina?, ¿cuándo será el día que ya no lo vea salir de su casa?, o que ya no regrese por la tarde; entonces juzgaré que ese hombre se ha convertido en perro y que anda por las calles, libre, sin preocupaciones, como uno, como todos ellos con los que juego y peleo; después tendré que seguir a alguien más y él tendrá que hacer lo mismo con otro humano. Me sigue mirando, me intimida su presencia y sus ojos húmedos me dan lástima, parecen decir algo, algo que no entiendo; nosotros no entendemos sus palabras y ellos creen que nos entienden; que ironía ser hombre, ¿qué culpa estarán pagando?, ¿por qué tienen que vivir así? sin libertad, sin amigos fieles como nosotros, ¿por qué cubren su cuerpo con ropas y hacen sus necesidades a escondidas?, ¿por qué existen los tiempos para ellos? y los días los nombran diferentes, si todos valen igual; mañana, tarde y noche; nosotros somos iguales y ellos no lo son, se distinguen por lo que tienen, nosotros no tenemos nada y eso nos hace libres y sin preocupaciones; que desolación ser hombre, nacer hombre y vivir como hombre. ¿Pero qué me importa ese hombre?, si sólo es uno más de ellos, tan insignificantes, tan torpes, siempre tratando de hacer algo bueno por nosotros, ¿para nosotros?, pero, ¿qué?  No hay nada qué hacer, no pretendemos ser nada, únicamente somos perros y ellos sólo son hombres, ellos necesitan de nuestros abrazos, de nuestra lealtad, lo que entre ellos no existe; la buscan y la buscan y se pasan el tiempo y no la hallan. Estúpidos hombres, qué error estarán pagando.

 

    <<¿Un perro?, ¡Pero no me gustan los perros! >>. Qué palabras tan duras las de mi novia, sólo le comenté lo del perro callejero; me dijo que estaba loco, dejándome como tonto y creo que tiene razón, ¿qué haría yo con un perro? ¿Encerrarlo en el patio? Mejor no, que siga viviendo en la calle. ¿Volveré con ella? ¿Volveré con mi novia? Pero es tan superficial, y detesto su forma de ser. Qué manera de pensar la mía, ¿me estaré convirtiendo en uno de ellos? Porque si es así, de una vez gasto lo de las tarjetas y el poco dinero que tengo ahorrado en el banco, ¿y mi casa? Esa que sea mi casa y la de los otros perros; me gusta mi casa, sería cómoda para todos, que felicidad descansar todo el tiempo, me preocuparía sólo por buscar comida; ese perro sería mi amigo, bueno, uno de tantos, mejor dicho, porque todos los perros son amigos. ¿De verdad estaré pensando en comportarme como uno de ellos?, podría comenzar ensayando mi ladrido, pero no, aún no he pensado detalladamente la opción de ser perro; creo que tiene sus limitaciones, pero vale la pena, ¿y si después extraño la vida de hombre? Entonces no habría marcha atrás, o soy perro o soy hombre y sólo tengo una opción y es ser perro, porque hombre ya soy, ¿y si soy los dos? ¿Se podrá?, ellos no pueden ser hombres, pero nosotros si podemos ser perros y hombres, aunque si fuera hombre perro, me llevarían a un manicomio y en un manicomio hay locos y yo sería uno de ellos. Entonces sería hombre, perro y loco; que dilema y trilema: ser perro o ser hombre y ser loco.

 

    ¿Un hombre? Nunca llegué a considerar eso, ¿ser uno de ellos? ¿Qué sería de mí? ¿Vería el futbol? ¿Andaría en coche? ¿Dormiría en una cama? ¿Solo o acompañado?, que pensamientos tan tontos se me ocurren; pero, no sé, son tantas ventajas, que quisiera pensarlo dos veces, ¿y él? ¿Ese hombre sería mi amigo?, platicaríamos todos los días, entenderíamos las mismas palabras; pero… tal vez sería bueno, quizá; tendría una casa como esa que tiene él, usaría traje y me bañaría a diario para ir a un lugar y regresaría por la tarde. Últimamente he soñado en que soy un hombre y despierto creyendo que soy feliz, camino en dos patas, pero después ladro y recuerdo que aún soy perro; aunque ser hombre no es la única opción, puedo ser gato, rata, león, o hasta jirafa; las jirafas son altas y alcanzan a ver todo, pero no andan en coche ni usan traje, además ellas huelen a jirafa y los hombres huelen a maderas, lavanda, flores; a todo, menos a hombre, y nosotros apestamos a perro todo el tiempo. ¿Podría ser perro y actuar como los hombres? Creo que no, me llevarían a un circo y en un circo me tendrían encerrado, y yo no quiero vivir encerrado, entonces sería un perro que se cree hombre cirquero, que conflicto: ser perro o ser hombre y ser cirquero.


     Allí está ese perro que pretende ser hombre, me gusta verlo actuar cuando la función de circo la traen al manicomio.

 


lunes, 10 de marzo de 2025

La representación del rol de la mujer a través del arte

 

LA REPRESENTACIÓN DEL ROL DE LA MUJER A TRAVÉS DEL ARTE

Por Aída María López Sosa




 

La genialidad humana nunca se manifestó de manera tan luminosa como en el Renacimiento. El hombre se atrevió a surcar los mares en busca de la conquista. Nació la imprenta con la que fue posible cambiar la historia de la humanidad. Los inventos de Leonardo da Vinci fueron útiles a la postre. Nicolás Copérnico elevaba la mirada al firmamento para descubrir los enigmas del cosmos en busca de constelaciones. En el arte Miguel Ángel, Rubens, Caravaggio realizaban esculturas y pinturas que vestían las iglesias y los palacios de los mecenas. La Literatura conoció la genialidad de William Shakespeare, Miguel de Cervantes y el Siglo de Oro a los poetas Lope de Vega y Quevedo. Ante el desfile de inteligencias en las distintas disciplinas del arte y la ciencia nos cuestionamos, ¿dónde estaban las mujeres? las madres de esos genios, las hermanas, las esposas, las tías, las amantes. La pintura es testimonio del quehacer de estos seres considerados inferiores desde la matrilinealidad hasta la subyugación heteropatriarcal.

El vestuario era sinónimo de estatus, ya que la forma, las telas, los colores, la largura, el escote, eran códigos de la condición de la mujer desde si era casada, viuda, doncella o sirvienta. Eran pocas las mujeres, principalmente de cuna noble, las que tenían la posibilidad de cultivar el arte en alguna de sus expresiones: música, pintura, literatura, pero no como medio de subsistencia, sino como afición. Siendo tan difícil encontrar en la historia a alguna mujer del Renacimiento que se haya dedicado profesionalmente al arte, es propicio mencionar a Artemisia Gentileschi (1593-1656), pintora del barroco influenciada por Caravaggio en sus claroscuros, la primera mujer que se hizo miembro de la Academia de Bellas Artes de Florencia y de ser conocida a nivel internacional. Sin embargo, en un mundo de hombres no se salvó de ser violada por su maestro que era incluso amigo de su padre, quien también era pintor. Una de sus obras: Judit y su doncella, oleo pintado entre 1625 y 1627, cataliza el coraje de haber sido abusada. Artemisia dramatiza la tensión del pasaje bíblico en la composición cuando la joven viuda Judit con una espada le corta la cabeza a Holofernes y se la entrega a su doncella para que la guarde en un saco.

Un siglo después, encontramos a Marie Louise Èlisabeth Vigée Lebrun, esposa de un pintor y coleccionista, quien se cotizó como la pintora francesa más famosa del siglo XVIII, miembro de las Academias de Florencia, Roma, San Petersburgo y Berlín, gracias a su amistad con la archiduquesa Maria Antonieta de Austria, reina consorte de Francia y de Navarra a quien retrató en varias decenas de pinturas. Sin embargo, pese a su condición “privilegiada”, no se libró de que su marido se gastara el dinero que ella ganaba en prostitutas y juegos de azar y terminara exiliada tras la caída de los monarcas.

Pero esta dupla de mujeres afortunadas en distintas latitudes y épocas no es aproximación de lo que vivían las demás. Una serie de pinturas dejan claro el papel de las mujeres. Henry Robert Morland (1716-1797) pintó Una empleada de lavandería planchando. Su obra está enfocada en escenas domésticas o empleadas de ostras. El sueco Axel Jungstedt (1859-1890) pintó Lavando en el río, un grupo de mujeres de campo lavan con el agua del río en recipientes de madera mientras los niños cuidan la leña donde hierve la ropa. Algunos de los trabajos que hacían las artesanas es el que se ve en el Interior de un taller de dorado de marcos, pintado por el francés Emile Adan (1839-1937).

El pintor belga Alfred Bastien representó a La madre del artista, sentada en el rincón de la cocina con su perro a los pies y semblante abnegado. En la mesa hay una silla vacía seguramente esperando que su hijo artista llegara a comer donde lo espera un pan enorme solo para él. ¿Cómo estarían las madres cuyos hijos no tenían el privilegio de ser artistas? Quizá como la Anciana del suizo Jean- Ètienne Liotar (1702-1789), una aldeana que se quedó dormida en su sillón con un inmenso libro en el regazo, mientras la mesa pequeña donde descansa su brazo esta con la comida sin terminar.

Las hermanas mayores que no venían de la nobleza se hacían cargo de los pequeños, quizá, mientras la madre se dedicaba a las labores hogareñas. El pintor francés William-Adolphe Bouguereau (1825-1905) escenificó la vida de campo en La hermana mayor, quien descalza sostiene en los brazos a un niño de meses que plácidamente duerme. Pintura que contrapuntea La sonatina del británico John Collier (1850-1934), donde pintó a una niña con zapatillas tocando el violín.

En otro óleo, el italiano Silvio Giulio Rotta (1853-1913) pintó una escena de realismo social: La joven madre, quien por la vestimenta y la cuna de velos y encajes sobre una base, se deduce que es el retrato de una noble que posó para el pintor. En contraposición una aldeana mece a su recién nacido en una cuna de madera asentada en el suelo. Orgullo Materno es del austriaco Franz von Defregger, quien se especializó en la producción de pinturas de arte e historia de género de su ciudad natal.

Han van Meegeren (1889-1947), pintor holandés, inmortalizó a un miembro de la realeza: Mujer leyendo música. Mientras el pintor de género alemán Walter Firle (1859-1929) en Lección de música escenifica el momento en el que una anciana toca el piano y cuatro jóvenes la rodean cantando. Las mujeres nobles también pintaban como se aprecia en El estudio de Alfred Stevens (1823-1906).

A través de la pintura de género los hombres dejaron testimonio del papel de la mujer en la sociedad antes de que el movimiento femenino irrumpiera en la segunda mitad del siglo XX.

sábado, 8 de marzo de 2025

Nos vemos en la tarde por Alejandra Maraveles

 


Imagen de Pham Trung Kien en Pixabay


 “Nos vemos en la tarde”, me dijo mi hija antes de cruzar la puerta de la cocina que da a la calle. Entre las prisas que traía para salir a trabajar apenas la miré, recuerdo haberle dicho algo como “que te vaya bien”, pero la verdad no lo puedo asegurar. Yo salí disparada a mi trabajo porque ya se me había hecho tarde.

Durante el día estuve renegando, por el tráfico, la gasolina que había vuelto a subir y el calor tan elevado para ser todavía invierno. Llegué a mi oficina, con una montaña de papeles que me esperaban para ser revisados, procesados y devueltos a distintos departamentos de la empresa en la que trabajo. Luego durante la comida, me volví a quejar porque con las prisas se me había olvidado el tupper de las verduras. El día parecía ir como la mayoría, donde los pequeños detalles te agobian y se van convirtiendo en la vida que nunca quisiste tener.

Cerca de las cinco de la tarde, iba de regreso con un inminente dolor de cabeza, pensando en que tendría que llegar a cocinar para el día siguiente, dejarle algo a mi hija. Nunca tuve esposo, el padre de mi hija nos abandonó cuando ella tenía menos de un año de edad. Mis padres me apoyaron hasta que ella entró al kínder, pero allí mi madre enfermó de un cáncer que se la llevó muy rápido a la tumba. Mi padre no pudo vivir sin ella, al menos, no de forma normal, una demencia le atacó su cerebro, mismo con el que batalló durante unos años para finalmente acompañar al viaje eterno a mi madre.

Mi hija y yo nos quedamos solas. Y así había sido durante más de una década, ahora mi hija estaba en la universidad se iba temprano, de allí salía a un trabajo de medio turno que había conseguido cerca de su escuela. Ambas regresábamos a eso de las seis de la tarde, ella a hacer deberes, yo a hacer comida para el día siguiente y a limpiar lo que se pudiera. Muchas veces mientras ella lavaba los trastes me platicaba de su día, de sus amigas, los novios, su jefa del trabajo y los maestros de la escuela. Y he de confesar, que la mitad de las veces, minimicé sus problemas, los escuchaba y fingía que prestaba atención, para terminar diciendo, “Todo saldrá bien, ya lo verás”, aunque ni siquiera estaba segura si mi comentario iba de acuerdo a lo que me acababa de decir.

Esa tarde que regresé, ella no estaba allí. Me resultó raro porque casi siempre llegaba antes, pero tal vez, había ido a casa de alguna de sus amigas, revisé mi celular, pero no había mensajes. Raro, volví a pensar, mientras me cambiaba de ropa y me dirigía a la cocina.

Los minutos seguían pasando, el sol comenzaba a ocultarse y ella seguía sin llegar, después de poner el pollo a cocer, tomé el celular y le marqué, una… dos… diez veces. Le mandé mensajes al Whatsapp, pero aparecía que la última vez que había estado en línea había sido a las 6 de la mañana, que había sido unos minutos después de que ella había salido de casa.

Esa sensación de miedo comenzó a inundar mi ser, comencé a llamar a las amigas de mi hija, de quienes tenía su contacto, de inmediato las contestaciones no se hicieron esperar “No llegó a la escuela”, “pensamos que estaba enferma”, después llamé a su jefa quien me dijo que tampoco había llegado a trabajar… mis dedos se congelaron, mis pensamientos se entumieron y mi corazón se detenía cada dos segundos, causándome piquetes de ansiedad que subían por mi garganta.

Llamar a los hospitales, ir a la delegación para ver si estaba detenida, fueron cosas que no deseaba hacer, pero era mejor pensarla herida o detenida que secuestrada o muerta.

Los siguientes días cambió mi rutina, las quejas de las nimiedades del trabajo, del tráfico o el calor, habían quedado en el olvido, yo sólo quería a mi hija de vuelta… levantar las alertas en la policía y empezar una búsqueda infructífera que ha absorbido mi vida. Me niego a pensar que está muerta, sin embargo, me da más miedo siquiera imaginar lo qué le puede estar sucediendo si no lo está. Imprimo su imagen en pancartas y en afiches que han quedado pegados en postes y bardas… con cada uno que pego se va un trozo de mi esperanza.

Y me siento mal, por no haber sido una madre sobreprotectora que la tuviera vigilada las 24 horas, por no haberme ofrecido a llevarla a la escuela, pero, sobre todo, por no haberle contestado después de su “Nos vemos en la tarde”, con más ánimo, de no haberme fijado con certeza qué ropa llevaba puesta, por no haberle abrazado y dicho que la amaba… que la sigo amando.

viernes, 7 de marzo de 2025

Manos Todavía por Ruth Levy

 

Imagen de Couleur en Pixabay


A todas las familias del mundo

 

De repente nos enfrentamos al temor,

al desconocimiento, a la incredulidad,

a la muerte y al aislamiento;

aislamiento convertible en positivo

porque ha llegado el tiempo de la reflexión;

reflexión al escudriñar en el fondo de nuestra esencia;

esencia conectada a todos los hombres;

hombres sin raza, género, o religión.

 

El silencio eleva lamentos,

el silencio clama por un eco;

un eco que repita: Resistir;

resistir ante la incógnita del futuro;

futuro como presente infinito.

 

La mente conecta las manos;

manos que pueden apoyar objetivos;

objetivos de la reflexión y de la esperanza;

esperanza por modificación de haceres;

haceres que respetan decisiones;

decisiones que atraen la unión;

unión de mente y manos

que solidarizan a otras…

y a otras…

   y a otras...


29 de mayo de 2020