El pasado viernes 19 de abril, se realizó una mesa homenaje a la escritora y miembro del PEN Guadalajara, Silvia Quezada. Esto dentro del marco de la Feria Municipal del Libro de Guadalajara.
"Raúl Aceves 2022".
Revista del PEN Centro Guadalajara .
Encuentro de escritoras latinoamericanas
El Papel de la palabra.
Congreso Mundial Pen en Tokio 2010
El pasado viernes 19 de abril, se realizó una mesa homenaje a la escritora y miembro del PEN Guadalajara, Silvia Quezada. Esto dentro del marco de la Feria Municipal del Libro de Guadalajara.
Presentación del libro con poemas sobre Guadalajara en el Palacio Municipal. Jorge Luis y Ruth Escamilla están incluidos en la antología.
Hubo lectura de algunos participantes.
El libro se distribuye de forma electrónica. Aquí pueden leerlo entren al link
El pasado viernes 22 de marzo de 2024, en las instalaciones de la Escuela de Escritores Sogem Guadalajara, se llevó a cabo la lectura de obra de los miembros del PEN Guadalajara: Laura Hernández y Raúl Aceves.
Después de la lectura, hubo convivencia y bazar para los invitados.
La veo entre la
niebla de su sueño. Sin que la luz lo sepa ya nos pertenecemos
Hugo Gutiérrez Vega
Es de
noche, los rayos de la luna traspasan la ventana, deshacen la negrura. Me veo
ahí, dormida y huérfana; mi cabeza encima de la almohada, el cuerpo laxo y un
hueco entre las manos. Mi respiración se aletarga minuciosa, mis párpados
resbalan por el tobogán del sueño. / ¡Despierta, Anaís! te prometiste no volver
a soñarlo/. Así será. No está en mis pensamientos, no vive en mis sueños/.
¡Cúmplelo!, él destruyó vuestro amor/. Fue una ofrenda abrasada en una ara de
miedos y ataduras/. Que tú no conocías y necesitaste descubrir para entender su
abandono/. Hiedras trepadoras cubren mi corazón, ahora soy fuerte, no más
llantos, no búsquedas, soy irrompible/. Anaís, ¡cuidado!, el corazón es más
poderoso que el orgullo/. Orgullo, ¿qué es el orgullo? Orguullo... qué ess
el... or... gu...lloo... Sueño que mi sueño a comenzado. Te sueño, Gamaliel. Te
encuentro una vez más pegado a mi costado. Sólo mi cuerpo y tú. Sólo tus manos.
Mi respiración enredada con tu lengua. Sueño que mi sueño y tu sueño oscilan
juntos, callados. Un espejo. Cuatro flamas. La penumbra enciende trasparencia
en los pétalos rojos de las rosas. Te sueño, Gamaliel. Te sueño atado, esclavo
prisionero de brazos y de piernas, mis brazos y mis piernas. Hundiéndote,
resurgiendo, cabalgando. Te sueño escultura, hombre perfecto, cincelado por mis
labios. /¡Despierta, Anaís! has fracasado/. Mientes. / Lo has soñado/. Eso es
falso, veo mi rostro encima de la almohada; mi cuerpo laxo y un hueco entre mis
manos. Sueño que me veo dormir; sueño que mi sueño está a punto de romperse.
Sólo ha sido un sueño de mi sueño, sigo siendo indestructible.
Texto publicado en el libro "Bajo la Piel" (Hojas Literarias, 2010)
A los cinco de Puercoespín
Aprenderé a contar hasta treinta y cuatro.
Desconfiaré de quien cambiar prometa.
Diré te amo en su justo momento.
Liberaré mis palabras.
Cantaré más, gritaré menos.
Renunciaré a ordenar desastres ajenos.
Haré exclusivo cualquier día para mí.
No desearé que tu casa esté sucia.
Abriré muy bien los ojos.
Me besaré frente al espejo.
Entenderé que no es un ciclo el deseo.
Sabré a quién invitar a mi espacio.
Sentiré el orgullo de mi nombre.
No empezaré sin terminar.
Firmaré la paz con mi cuerpo.
Contra todas mis espinas.
Lo admito, soy un galán, un
enamorado de esos que ya no se ven, de los que saben conquistar con sólo
mirarlas, soy bien parecido y mi finura arrebata suspiros ágilmente. Lo acepto,
mi estampa europea cruzada con nativo americano hacen de mi presencia un ser
que nunca pasa inadvertido. Cuido hasta los últimos pormenores de mi
vestimenta y de mi habla. El único e insignificante detallito, casi un
fragmentito sin valor, que yo tengo, es que nací en el lugar equivocado; sí,
nací entre estos mugrosos andrajosos, mal hablados sin educación; entre
porquería y fealdad, donde el olor a sudor se mezcla con el tufo a grasa
fritanguera. Pero bueno, dicen que no se puede tener todo en esta vida, y yo
lo tengo casi todo, aunque un día pude haber tenido de verdad todo, pero
siempre hay algo que señala de dónde vienes.
Les contaré…
Zapatos mocasines bien
boleados, camisa de rayón color rosa mexicano con la raya bien marcada,
pantalón negro de pincitas, sin olvidar los calcetines estampados en rombos
negros y blancos. El cinturón lo cambié por tirantes, no es que yo sea un
pachuco ni mucho menos, pero con ese atuendo van muy bien unos tirantes;
peinado extra fijo relamido hacia atrás, nada de dejar unos churros en la
frente ni de hacerme una cebollita, simplemente peinado hacia atrás como lo
usan los modelos de pasarela. Mi aliento feroz de yerbas silvestres y frutas
secas del campo; tres atomizadas de refrescante bucal sabor canela; una rociada
de mi esencia favorita, maderas del bosque con un toque de lavanda; dos gotas
en los oídos, una gota frotada con las manos y doy fragancia a mi cara afilada.
Y casi todo listo; quedé similar a un dios griego. Pero faltaba el último
detalle, el más importante y el mismo que me condenó, la prenda que da la
personalidad que necesita un hombre apuesto como yo: mi saco sastre recién
confeccionado, el que mandé a elaborar con Chuchita la de la esquina, el que
fabricó siguiendo el patrón de una revista de modas, el que me entregó en una
bolsa del mercado de San Jerónimo de los negros.
Bueno, ya estaba listo para
triunfar. Puse mi pañuelo blanco en la bolsa del saco, lo llevaba por si acaso
lo necesitaba, como los caballeros antiguos.
Las constelaciones se habían
alineado a mi favor y los aires otoñales semejaban un ambiente tipo Quebec, con
tonos húmedos neoyorquinos. Aunque para llegar a esos niveles, primero tenía
que pasar caminando por una calle encharcada, después atravesar la esquina
donde Lupe vende elotes, en seguida, dar la vuelta a la izquierda y seguir por
una calle de terracería, para por fin, llegar a la estación del tren. Mi
intención era abordarlo y unas calles antes de llegar a mi destino, tomar un
taxi.
Sabía que mi fortuna se
basaba en ser el individuo que soy, único, de belleza envidiable y de recatados
gustos con mi educación cursada y graduada en el internet.
Mi objetivo, el único y
primordial, esa mujer de sonrisa florecida, de carnes gruesas resbaladizas,
muslos seductores, brazos y cachetes inspirados en una musa de Botero.
Para mí, todo lo tenía esa
hembra, no le veía defecto alguno, pero lo más importante y que inspiraba mi
lectura del gran Darío, para embrollarla con mi lengua prestidigitadora aunada
a mi resonancia de voz, era su agraciado pasado, presente, y no sé si también
su futuro, pues era aventurada su suerte de haber nacido en cuna dorada. Hija
única de padre reconocido en la farándula del éxito y de los negocios
internacionales.
Contarles cuándo y cómo la
conocí, creo que sería innecesario, pero una pequeña reseña no está de más.
Bueno, yo la conocí primero.
La miré en la televisión en la entrega de unos reconocimientos que les otorgan
a los empresarios connotados del país. Ella iba del brazo de mi futuro suegro.
Sospeché que era su hija y no su mujer, ya que con tanto dinero, el hombre,
podría traer del brazo a algo más merecedor. Entonces la miré y también miré su
corazón desesperado, puse la punta de mi lanza en el lugar exacto para
embestirla de amor, desde ese momento me di a la tarea de prepararme física y
mentalmente, indagué todo sobre ella; cosa que no es difícil en el internet.
Cuando ya estaba más que listo, me dispuse a atacar, y en menos de un cerrar de
ojos, la desprotegida ya tenía unos brazos que la consintieran. Su padre me lo
agradecería, pues ella ya no andaría siempre detrás de él. Eso de ser huérfana
de madre la había hecho más vulnerable a mis encantos.
Entonces así pasó todo.
Bueno, no todo pero algo en resumen así fue.
Con un futuro de rey por
delante y con todos los dones que me cargo, nada podía fallar, mi próximo
suegro no sabía de dónde venía yo, pero no había problema, pues con este porte
y educación que sólo un magnate millonario de nacimiento puede poseer, era lógico
que yo fuera un hijo de condes o algo parecido. Lo malo que ni una cosa ni
otra, sin embargo, eso no tenía por qué saberlo. Lo único que él sabía era que
su retoño había encontrado a su media naranja y eso para él era más que
suficiente.
El tiempo de cortejo que
llevé con mi dueña, fue muy corto, ahora era el momento para que mi suegro
conociera a su hijo adoptivo. Fue tanta la insistencia de mi noviecita a su
padre para que me recibiera, que el hombre no fue capaz de negarle tan berrinchuda
petición a su única heredera, no quedándole más remedio que ceder y ordenar
una cena discreta en mi honor.
Así pues con mis preparaciones preliminares ese día
iba a la victoria, tenía que cortar rabo y llevarme la oreja y todo el canal
del rumiante. Arribé a la velada en taxi, inventé que el coche se me había
descompuesto unas cuadras antes, y para no llegar tarde tuve que tomar un carro
de alquiler. El guardia de la residencia que conoce a los de su clase, me miró
de arriba para abajo, acarició su mentón frunciendo el entrecejo y me acompañó
a la puerta. Mi seguridad y mi naturaleza para desenvolverme en esos oficios
no podían estropearse antes de entrar a escenario, y menos frente a un gandul
como el que cuidaba de mi futura mansión.
La mujer merecedora de este
apuesto mortal y el maduro hombre de negocios, o sea, mi futuro suegro, ya me
esperaban en la recepción. Pasó lo mismo que con el guardia de seguridad, el
padre de mi querida mujercita, me miró con detalle y escrupulosidad, en tanto,
la dueña de mis sueños de oro, simplemente me atropelló en arrumacos cuando
recibió de mis manos el ramillete de claveles que de pasada compré en el
mercado. Hasta ahí todo iba de maravilla, aunque a mi amado suegro algo no le
cuadraba, lo podía observar en sus gestos y la seriedad con la que se dirigía a
mí.
Cena de tres tiempos, vino
francés, y una charla escasa, que para mi suerte no podía pedir más. Nada de
preguntarme por mi profesión, de mis padres o de mi cuna y todas esas cosas de
protocolo de las altas alcurnias que por regla se obliga a tener.
Ya entrados en el
convite y saboreando tan exquisito licor, comencé a sentir la pierna mofletuda
de mi damita acariciando mi descarnada pantorrilla discretamente por debajo de
la mesa. Ese jueguito me lo sabía de películas de romance, y no tenía nada de malo
seguir la travesurilla complaciendo a mi amada. Así pues, saqué mi pie del
zapato y comencé a darle pequeños tallones en sus rodillas carnosas, paré un
instante cuando mi suegro dijo que algo olía mal, sin pensarlo dos veces le
eché la culpa a los quesos que llevaron para degustar con el vino. Proseguí con
la jugada, pero cuando mi pie se imbuía más al fondo…
Haré un paréntesis aquí,
necesito aclarar dos cosas, la primera: es que siempre he tenido el problema
de pie de atleta y la segunda: es que se me pasó cortarme las uñas de los pies.
Entonces…cuando mi
extremidad esplendorosa buscaba incesante un rinconcito tibio y húmedo… el
ruido asfixiante de la garganta de mi doncella terminó con el momento
encantador. Al tiempo de que mi pie entró valeroso en la entrepierna de mi
emperatriz, el trago de vino se le atrancó en el gollete rechoncho, su
rebuscado parón, lanzó mi cuerpo a medio metro hacía atrás con todo y silla
cayéndome de espaldas. Pero un noble no se quebranta por tan poco, así que sin
importarme calzar solo un zapato, me levanté con estilo aristocrático,
amoldándome el cabello y acomodándome el saco sastre. La cara rolliza de la madre
de mis futuros retoños, destilaba vino francés por todos los poros; nariz y
boca, hasta me atrevo a decir que también por los ojos. Recordé entonces mi
pañuelo, el que guardé por si acaso. Como todo un caballero antiguo de esos que
ya no hay, saqué mi pañuelo y en el aire lo sacudí…
Qué ironía… allí terminó el
sueño de un desventurado como yo. Sin miramiento alguno, mi escultural cuerpo
fue proyectado en plena calle, y de paso, ni me entregaron mi mocasín recién
boleado.
¡El insecto! ¡La corredora!
¡La larva! ¡La voladora!… ¡la maldita cucaracha que salió del pañuelo!, de mi
pañuelo que llevé por si acaso… simplemente me aniquiló. Y todo por la bolsa
donde la Chuchita metió mi saco sastre, la bolsa del mercado cucarachero de San
Jerónimo de los negros.
Así pues, algún
día, fui casi perfecto.
Texto publicado en Caledioscopio XIII (Zonámbula, 2016)
Introducción
Las arquitecturas babélicas
en el curso de la historia revelan una de las tentaciones más antiguas de la
humanidad: elevarse por encima de su dimensión terrestre, fracturar la
imposibilidad de alcanzar el cielo a través del vacío. Los ejemplos se levantan
enigmáticos, monolíticos: las pirámides de Egipto, la muralla china,
Teotihuacán en México o la sofisticada y frágil Nueva York, paradigma de occidente
y signo abstraído del mito de la caja de Pandora.
Estas construcciones
monumentales fueron antes edificios mentales concebidos por matemáticos de la
forma (hacer algo para resistir al infinito, aliviar la angustia de nuestra
miniatura). Han sido calculadas para concretar paraísos artificiales que
guardan piedra sobre piedra el secreto de su propia ruina. En el fondo, son
símbolos de nuestro padecimiento infinito: saber que somos la incompletud.
En la obra de Jorge Luis
Borges, uno de los fundamentos de su arte son las constelaciones
arquitectónicas (montajes): pero la ambición de Borges va mucho más allá de
estas edificaciones terrestres; sus estructuras lingüísticas se encuentran en
un estado de movimiento revolucionado; son construcciones fugadas hacia el
infinito. Lo del escritor americano, es una teoría propia de la geometría
infinitesimal.
Borges tiene una visión casi contraria a un
enfoque realista del mundo, el artista rechaza esta posición; en él, es
cardinal un deseo manifiesto por lo artificial. Su estética no tiene nada que
ver con reflejar la manera de percibir el mundo, es más bien como un aumento
del mundo en lugar de un reflejo. En ese aumento consiste su maestría. Borges
postulaba que «el arte es algo añadido a la vida, no es la vida».
Esta pequeña aportación es un intento de
compartir mi primera cercanía a la visión asombrosa de un escritor que imaginó
la estructura del universo, modulándose, dispersándose en relatividad con el
tiempo y el espacio de los habitantes terrestres. También doy cuenta en este
ensayo de un indicio entre la concepción geométrica del universo de Jorge Luis
Borges y Maurits Cornelis Escher.
Borges y su concepción geométrica del mundo
Para conjurar el horror que Borges le tiene al vacío, inventa mundos
artificiales y, paradójicamente, infinitos. Resaltando que «cada geometría
inventa sus propios axiomas», Borges, escribiendo, inventa su propia gramática
geométrica, podríamos decir. Hay una cita de Fieldler, teórico del arte, que se
puede aplicar perfectamente a Borges: «Los artistas más significativos, son
siempre espíritus muy exactos».
Borges el ciego, toma a su servicio el
fenómeno de la viabilidad óptica, por el cual la mente, física y
psicológicamente y en forma simultánea, «ve» en palabras las formas.
Para Borges, en sus
ficciones es importantísimo el espacio construido o en inquietante apariencia
vacío. Es un escritor minimalista; sus textos han sido creados con el mínimo de
elementos. De mente esquemática, le resta importancia a sus contenidos. Por
ejemplo, en «La biblioteca de Babel» describe lúcidamente toda la arquitectura
geométrica, pero el contenido de los libros que ahí se albergan conservan,
esconden o desmoronan (¿de qué red estarán tejidos esos libros innumerables?),
es misterioso e inalcanzable, aunque haya sido escrito con letras; da cuenta el
bibliotecario: «orgánicas en su interior, las letras puntuales, delicadas,
negrísimas e inimitablemente simétricas».
Quiero aclarar que, en este contexto,
metáfora de la ambición del conocimiento de Dios, es razonable que Borges sólo
haya sido capaz de crear la estructura geométrica, pues nos encontramos en
Babilonia, donde comenzó la dispersión de la diversidad, la incomunicación
entre los seres humanos por la soberbia de creer que se puede alcanzar el
cielo a través del vacío.
El cuento de la biblioteca de Babel
El cuento es un discurso filosófico escrito en forma lineal, con un solo
personaje, que discurre en primera persona.
«El espacio de la biblioteca, es un mundo
asfixiante y enloquecedor. Antes, por cada tres hexágonos había un hombre. El
suicidio y las enfermedades pulmonares, han destruido esa proporción».
Queda un hombre solo para contar lo que ahí
está padeciendo, ¿purgando?, un solo lector, rata de biblioteca, memoria de
una melancolía desconocida, casi extraterrestre. Habla así: «A veces, he
viajado muchas noches por corredores y escaleras pulidas sin hallar un solo
bibliotecario».
Borges desarrolla paradojas: la biblioteca, en el espacio, no tiene centro
ni periferia, y en el tiempo, no tiene principio ni fin.
La biblioteca de Babel no tiene ningún libro
sagrado o profano, que a su vez tenga una explicación de la biblioteca, de su
existencia. Borges usando a través de todo el texto palabras que significan
infinitud, intangibilidad, indeterminación, etc., nos hace leer algo a punto de
desaparecer.
El cuento, como antes cité, es una metáfora
de la obsesión de abarcar lo inabarcable, del deseo de aprehender al Absoluto.
El universo para Borges en este relato, es un
edificio infinito que es recorrido por solitarios, cuyo destino es incomprensible
y desconocido. Aquí en este encierro, el vacío ha sido sustituido por una
estructura que lo contiene y que es, él mismo, un universo completo: los
libros.
El arquitecto Antonio Toca, admirador de la
obra de Borges, coincide con mi visión al decir que «En la biblioteca, la arquitectura
construida con formas geométricas, canónicas, es el centro, la protagonista del
relato. La obra es una pesadilla lúcida descrita con la precisión de un
arquitecto.»
Y así describe el arquitecto Toca la
biblioteca: «La circulación vertical entre las interminables galerías, está
unida por una escalera en espiral, figura que ocupa el centro de cada seis
hexágonos. Las paredes de las galerías son redes formadas por anaqueles donde
se alojan los libros; en cada cubículo hexagonal hay cuatro muros anaqueles y
quedan libres sólo dos espacios que sirven de intercomunicación entre un
hexágono y otro».
Y hace un descubrimiento
esencial: «Descomponiendo las escaleras, observa la misma forma de las
coordenadas genéticas, compuestas de líneas horizontales y verticales en su estructura
interna, y de espirales en su estructura externa. Encuentra en la intuición
misteriosa de Borges la equivalencia del Ars Combinatoria del alfabeto
lingüístico con el alfabeto genético. Ve la fascinación en el narrador por
querer habitar, recorrer, desentrañar los secretos del edificio y los libros
como si fuera un ser vivo (como si el bibliotecario estuviera en esta vida
cuando en realidad ‒aunque él no lo sabe‒ deambula en otra dimensión y a la
deriva). Y cita a Allan Watts: «Existe una conspiración secreta entre todos los
adentros y todos los afueras, y esta conspiración consiste en lo siguiente:
parecer lo más diferentes posible y no obstante ser idénticos por debajo de las
apariencias, ya que no podemos encontrar los adentros sin los afueras, lo uno
sin lo otro». Y concluye Toca: «En este sentido, hay una conspiración secreta
entre las espirales, las líneas y los volúmenes rectilíneos que utiliza Borges
para construir sus hexágonos».
El concepto de Allan Watts de la identidad de
los adentros con los afueras, y el hallazgo del arquitecto Toca, en su
disección de la estructura de la biblioteca, me recuerdan los juegos de gráficas,
que aparentan ser sólo dibujos geométricos repetitivos sin aparente contenido,
pero que al observar fijamente un punto central del dibujo, el descubrimiento
es una aparición: la verdadera figura, la forma esencial. La ilusión óptica ya
no sólo se transforma en partes cóncavas y convexas; ahora surge el volumen: la
tercera dimensión. También seductora invención de la mirada.
La infinitud en Borges y en Escher
En la biblioteca de Babel existe un método parecido al de los viejos
bibliotecarios para encontrar el Gran Libro. El narrador del relato recuerda lo
angustioso de tal hábito, sigámoslo: «Durante siglos, fatigaron las galerías;
alguien propuso un sistema regresivo: para localizar el libro A, consultar
previamente un libro B que indique el sitio de A; para localizar el libro B,
consultar previamente el libro C, y así, hasta el infinito».
Escher representa el
Infinito de una manera equiparable a la de Borges. Es la «Banda de Moebius II»;
en el dibujo del diseñador holandés hay una hormiga recorriendo una banda
sinfín formada por líneas que a su vez forman cuadrados; por ese «ca mino»
peligroso (porque la hormiga tiene que acertar a poner las patas en las líneas,
si no lo hace, se hunde en el vacío) que además tiene la forma «torcida» de
ocho acostado, signo matemático para designar el Infinito, la hormiga recorre
inútilmente el tránsito buscando algo, o tal vez la salida, aventura desgraciada,
ya que no lo puede saber, pero está atrapada en el espacio de la infinitud.
Como queriendo concluir
Según el arquitecto Toca: «El laberinto fantástico de las galerías de la
Biblioteca, que pudo haberlo ideado un matemático, un geómetra, un arquitecto,
lo creó Borges el invidente. Por intuición pura se imaginó así al Universo. Se
sabe que el espacio puede ser dividido indefinidamente en módulos, fragmentos,
células: el hexágono es un ejemplo.»
Da la impresión de que Borges hubiera querido
descarnarse, aparece anhelando ser sólo intelecto. La visión del Mundo
Borgiano es abstracta como si el escritor no soportara la realidad de su propia
historia. Por eso pretendió convertirse en un personaje más de sus ficciones,
«residía en la ficción»; le costaba trabajo entender su entorno. Entonces, se
inventó su propia celda hecha de palabras, palabras—repeticiones, paralelas,
equivalentes, palabras crípticas, a veces ininteligibles, palabras laberínticas,
palabras espejo.
En el fondo de este vértigo de la repetición
que Borges padeció, había un gran escepticismo. Desesperado buscador de Dios,
construyó laberintos, en la creencia (ilusión altísima del ángel caído en la
materia) de poder hurgar la forma del misterio.
Pero… la geometría es
limitante, no deja respirar al espacio y la biblioteca de Babel, infinita en
cuanto a su cuerpo virtual, para el habitante atrapado en el hexágono, es vivir
la paradoja de la relatividad en su espléndida polaridad: las galerías de
soledad finita. Tan es así, que tiene que haber paneles de espejo para agrandar
el espacio existente; oh vana ilusión que sólo refleja y exacerba la conciencia
de la refractación tan abominable para Borges.
Los sueños de la razón crean monstruos; el de
Borges es literario—filosófico—arquitectónico, pero inquietante, visionario.
Borges se acercó a la forma dilatada y entrópica del Infinito.
Bibliografía
Borges, J. L. (1987). Ficciones.
Buenos Aires: Editorial EMECE.
Desdier, A. (enero 1989). «El cuerpo y el
código en los cuentos de Jorge Luis Borges». Revista Plural no. 208.
Ernst, B. (1987). El espejo mágico.
Alemania: Editorial M. C.
Escher, M. C. (1989). Estampas y dibujos.
Alemania: Editorial Taschen.
Toca, A. (enero 1989). «Construir la torre de Babel, un tributo a Borges».
Revista Plural no. 208.
En la oscuridad sólo hay
un brillo dentro de mi ser,
un destello.
Una tormenta acaricia
la sed insaciable
que cubre un manto
inagotable de soledad.
Ya cansado, el pensamiento
que durante toda la noche
ha golpeado el manto
gris oscuro, que a instantes
se enciende
solo para saber que existimos.
Un abismo me abraza
para después ser entregada
fundida en la ráfaga.
Voz que ruge
en mi estómago,
que acalambra
y poco a poco
se calla para derretir
los látigos que laceran
mi centro.
Las venas volcánicas
se apoderan de estrujante
egoísmo que me paraliza
para ya no existir.
Las constelaciones se enfilan
para confabular
en contra de mi latido
que con lentitud se apaga.
Si bien no he amado,
al menos tú que vienes
a poseerme y a soplar
mi último aliento.
Me iré contigo,
porque sólo
esa era la única
certeza que albergaba.
La fuerza brutal
del inmenso mar
golpea y abre
sin precipitar mi alma
que dialoga con la libertad.
Nociones de despliegues
inusitados del sol menguado,
que el humo corroe
por el vértigo espeso
que nos atrae
para atraparnos y dejarnos
estériles, inertes, vacíos.
Los que se han salvado
han quedado atrapados
en la vitrina sin respirar,
solo mostrando la carcajada
inerte que funciona
como llave al calabozo.
Sin miedo de frente al muro
de caras pintadas,
donde implantan sus eternos
aullidos de dolor.
Ya es tarde para gritar
porque las voces
se han ausentado,
se cansaron de repetir
plegarias e himnos insólitos
que nadie escuchó.
La noche recoge las canoas
que reposan
porque nadie llegó.
Busco en mi mente
el sol que da vida
pero me ha abandonado
antes que pudiera
apaciguar el laberinto
que tuerce mi estómago.
Se congela ante mí
toda idea que surja
de un suspiro prometedor,
que alentará el devenir
de la vida.
Poesía publicada en Periplos Literarios No 3
¡Ojalá otro tiempo nos envolviera!
Donde no se equivocara el camino
Y ante el sutil intento de crecer
Tus ojos
aún miraran con ternura
el rotundo atardecer de los ojos míos.
¡Ojalá que mis sueños no fueran sueños!
Y tu mano tomara con fuerza mi mano
Y aún en el paso lento de nuestros pies
Tu corazón latiera
como late un encuentro
por primera vez.
Ojalá que un ojalá no envolviera el tiempo.
Demasiadas vueltas del reloj
No escuches al enjambre que asegura
Temblores cargados llevan premura
Emparejo mi edad con tu corazón
Y las ganas de amar son la emoción.
Que importa si el tiempo rezagó
Y en mis cienes la nieve fermentó
Si las sombras confirman el eclipse
Tú premias con la inocencia el declive.
No te fijes en los surcos del vaivén
No desvíes la intención de querer.
Poesía publicada en Periplos Literarios No 2
Las rutas de la palabra se
entrelazan cuando se intenta describir en breves páginas qué podría representar
México hoy, dieciocho años después del inicio del siglo XXI. Pueden preverse
las complicaciones de abordar un tema que impone su amplitud a la brevedad de
su sola mención. Cuando se piensa en México se evocan involuntariamente
imágenes del pasado mediato e inmediato, estampas que provienen de los
titulares de los diarios, de carteles publicitarios, de los museos, de una
colección popular que nos construye como ciudadanos mexicanos unificados en un
bagaje común.
Para el adulto de hoy,
México tiene tan sólo setenta años. Antes de eso las imágenes en que nos leemos
pertenecen a la colección de los ascendentes, modelos de ámbar, ónix,
esmeralda, barro, piedra caliza, oro, plata, mármol, concreto y fuego. México
es la sumatoria de los que fuimos. Octavio Paz le decía al mundo en su discurso
de aceptación del Premio Nobel:
Los españoles
encontraron en México no sólo una geografía sino una historia. Esa historia
está viva todavía: no es un pasado sino un presente. El México precolombino,
con sus templos y sus dioses, es un montón de ruinas pero el espíritu que animó
ese mundo no ha muerto. Nos habla en el lenguaje cifrado de los mitos, las
leyendas, las formas de convivencia, las artes populares, las costumbres. Ser
escritor mexicano significa oír lo que nos dice ese presente — esa presencia.
(Paz, 1990)
La presencia de las antiguas civilizaciones,
cuyos vástagos directos se encuentran sumidos en el abandono institucional, son
ahora parte del color local; se congregan las herederas de otros momentos que
la historia oficial nos ha legado: Independencia, Reforma, Revolución,
Modernidad. Palabras que la cotidianeidad ha despojado de su trascendencia.
La modernidad, dijo Paz: «es una palabra en
busca de su significado: ¿es una idea, un espejismo o un momento de la historia?
¿Somos hijos de la modernidad o ella es nuestra creación? Nadie lo sabe a
ciencia cierta. Poco importa: la seguimos, la perseguimos» (1990), y lo
seguimos haciendo, esa modernidad daba sus primeros pasos cuando Paz recibía el
Nobel, era la presencia adolescente escandalosa y efusiva de la casa, ahora es
una amargada que sigue tratando de perpetuar su juventud y lozanía. «Sufrimos, no
tanto el complejo del pueblo conquistado, sino el complejo del pueblo
desubicado frente a la «modernidad»», con esas marcas que ponen en entredicho
lo que la modernidad significa, Carlos Fuentes reafirma los supuestos, como
sea, quien sea, la modernidad se impone portentosa e indomable.
Profundizar el complejo que fijó en el
mexicano la modernidad escurridiza sería desviar el tema. En segunda instancia
México hoy amedrenta con la profundidad de sus límites, por un lado es la misma
extensión de tierra desde 1848, cercado por afluentes de agua que así como dan
vida la destruyen, también es la división en sus 32 entidades federativas:
México es la suma de sus fronteras territoriales, ideológicas y culturales;
cuando la consigna enfatiza la actualidad con «hoy», también se deben
considerar las fronteras temporales. Por otro lado, estas fronteras no se
edifican en sus raíces, se desdibujan en sus cimientos, en el fondo México es
una planicie unificada, en la superficie, sus fronteras, zanjas infranqueables,
nos segmentan y segregan.
Así pues, si México es una
frontera, entonces, México es «puesto y colocado enfrente» según la primera
acepción normativa se confirman los supuestos; México está puesto y colocado
enfrente tanto de Estados Unidos de América, imponente adversario de mil
batallas, y está puesto y colocado enfrente de América latina, hermana melliza
confidente y rival; asimismo se erigen unas frente a otras sus 32 entidades,
sus 32 identidades, ya para convivir, ya para confrontar.
El segundo significado que dicta la Real
Academia Española indica que una frontera es un sinónimo de frentero, la
analogía es irónica; el frentero es la «almohadilla que se ponía a los niños
sobre la frente para que no se lastimaran», México es también el símil de un
artefacto destinado a la defensa frente amenazas reales, potenciales e
imaginarias; siempre con miedo, inseguro, siempre alerta a la caída.
Frontera también significa caudillo o
militar. El caudillo mexicano está ampliamente idealizado como el hombre que
bajo la proclama del Mesías se adentró en las instituciones para infectarlas
con codicia, la imagen del caudillo es ahora inherente a la codena de una
eternidad en una dictadura que se promueve en un bajo perfil, si bien se han
dejado de venerar a los grandes dadores de la libertad, se ha suplantado la
fuerza ideológica por la fuerza en camuflaje. Los militares ahora están en las
selvas, en los campos, en las rúas, el mexicano no se acostumbra a verlos, el
escepticismo sólo les da tregua cuando las fuerzas armadas marchan unidas en
las festividades cívicas, sin embargo, al día siguiente la percepción general
vuelve a poner a los civiles en condición vulnerable pues los militares nos
recuerdan que sin la reforma persiguió dejarnos son Dios no midió el potencial
efecto de ponernos frente al diablo, el caudillo y el militar son el terror
purificado.
Al final, se presentan
nociones más gentiles: una frontera es un límite y una fachada; es el frente
visible saturado del color de las edificaciones de sus 111 pueblos mágicos, de
sus casonas coloniales, de sus haciendas y chozas. México hoy son todas sus rutas:
las áridas y las selváticas, las boscosas y las coralinas, es un ser que parado
en la punta del Pico de Orizaba, tiene ahí acceso a la inmensidad, con la vista
puesta hacia el lugar de donde vinieron las grandes naos que nos pusieron en
el mapa del mundo occidental, da la espalda a la ruta comercial de los antiguos
mexicanos, tiembla con la adrenalina en su máximo tolerable, México es un ser
colectivo que triunfa victorioso delante del abismo.
Este es un país que ha esperado durante
siglos, soñado el tiempo de su historia. Su mueca y su sonrisa se han vuelto
inseparables. México es tierna fortaleza, cruel compasión, amistad mortal,
vida instantánea. Todos sus tiempos son uno, el pasado ahorita, el futuro
ahorita, el presente ahorita. Ni nostalgia, ni desidia, ni ilusión, ni
fatalidad. (Fuentes, 2002: 162)
México es una fachada, es decir, la primera
página de un libro escrito por mentes loables, en sus páginas se pueden encontrar
voces como las que han servido para concretar las ideas de estas páginas, así
como en la cita anterior, en la que Carlos Fuentes construye su mensaje con
metáforas contradictorias parece improbable no toparse en cada capítulo con el
límite que describe una identidad que es segmento y totalidad, es frontera y
profundidad, es palabra en la suma su historia nacional, en sus leyendas, en
sus poemas y en su prosa pero también es música, baile, discurso, mentira,
máscara, es la síntesis de sus arquitectos y humanistas, los propios y los
adoptivos, es pasado y futuro Hoy.
El conjunto de las imágenes:
desde la impresa en los códices hasta la resolución 4K de las pantallas
televisivas, entremezclan las imágenes de los antiguos mexicanos, los dibujos
de Humboldt, al costado en desorden están las placas de Manuel y Lola Álvarez
Bravo, las de Víctor Casasola, Juan Rulfo, Pedro Valtierra, Nacho López o Pedro
Meyer; también se descubren retazos de los majestuosos murales, los de Clemente
Orozco lo mismo que los de Rivera o Siqueiros, las de las pinceladas precisas
de Montenegro, Izquierdo, Rojo, entre tantos otros; los pai sajes y los muros
de Barragán, Teodoro González, Mario Pani, y la lista incluye a la fijación de
los ejecutores de otras manifestaciones culturales.
Entre el numeroso legajo aparecen otras más, más modernas, esa que Carlos
Monsiváis, hace unos años ya ha puntualizado: «Hay una fotografía de y para
las masas que no se practica como arte sino como rito social, que es registro
interminable del instante, defensa contra la ansiedad, instrumento de poder».
Son las selfies, los registros instantáneos de la vida cotidiana, desde
la violencia endémica que inunda lo urbano y lo rural, hasta el cafecito sobre
la mesa una tarde lluviosa de julio. Estas imágenes de los dispositivos
modernos reordenan la realidad nacional, esas instantáneas son el prontuario
que actualiza y que, de algún modo, rompe las fronteras mostrando la
hiperrealidad que nos permite soñar que somos ciudadanos del mundo, esas son
las del «presente ahorita», el punto al final de México Hoy.
Texto publicado en el libro: México Hoy (Zonámbula, 2018)
La muerte, en
fin, llenó de cuerpos muertos/ todos los
templos santos de
los dioses / y estaban de cadáveres
sembrados. /
Todos los edificios de deidades/ los hicieron
posadas de finados / importaba poco / la
religión
ya entonces y los
dioses/ porque el dolor presente era
excesivo./ Y se
olvidó este pueblo en sus entierros/ de
aquellas
ceremonias tan antiguas/ que en sacros funerales
se observaban.
Tito Lucrecio
Caro
Invisible presagio llegó del oriente,
jinete apocalíptico cabalgando en el viento
filtra su mortal presencia por los sentidos.
El tacto y olfato, inocentes portadores
introducen, cual caballo de Troya, al enemigo.
El ser humano perplejo se atrinchera,
el espacio exterior, es territorio enemigo.
Los libros, la música y videos,
se vuelven compañeros.
Son la única puerta para escapar del encierro.
Tucídides, Boccaccio, Defoe,
Poe, Mann y Camus,
son leídos con morbosa intención:
encontrar en la historia de otras plagas
los exterminios sufridos por la humanidad.
¿Será posible que un virus nos ponga de rodillas?
La invisibilidad es su fortaleza,
el desconocimiento, nuestra debilidad.
Mascarillas, caretas, trajes, guantes,
astronautas en tierra yendo a trabajar.
El contagio, asesino silencioso
penetra por las puertas del cuerpo.
En pocos días asesta el golpe:
dolor de cabeza, fiebre y asfixia.
Los pulmones se inflaman, respirar cuesta,
la tos seca hiere a la garganta.
El olfato y el gusto son secuestrados,
un cansancio sin saber de dónde viene
paraliza al cuerpo deprimido.
Rojo color pinta a los ojos
que lloran lágrimas ardientes,
y palidecen los dedos de pies y manos
figurando la presencia de la muerte.
La voz de Edipo se escucha:
¡Odiosa epidemia, bajo cuyos efectos
está despoblada la morada Cadmea,
mientras el negro Hades se enriquece
entre suspiros y lamentos!
Siglo V, siglo XXI, nada cambia.
La raza humana desvalida y frágil
mira por las ventanas buscando esperanza
el tiempo de encierro se alarga,
la libertad solo será un recuerdo
de cuando podíamos salir a todas partes,
saludar con besos y abrazos,
viajar sin restricciones ni cuidados.
Ante la pandemia que vivimos
nos atrevemos a preguntar:
¿de dónde salió este virus
que tanto daño nos causa?
La respuesta se esconde
tras las paredes de laboratorios
donde la ambición de poder
ha convertido a la humanidad
en conejillos de indias.
El final de la vida,
lo estamos escribiendo.
Poesía Publicada en Periplos Literarios 2