Sentada en la sala de visitas, Rita miró la voluminosa
figura de su madre acercándose a la mesa. Vio como las carnes del rollizo
cuerpo se desbordaban fuera de un vestido que pretendía parecer sexy. La señora jaló la silla del otro lado de la
mesa, las patas rechinaron mientras raspaban el piso, luego ella dejó caer su
cuerpo sobre el asiento. La
consternación nubló sus ojos.
–Ay, hijita, ¿Qué hiciste? – murmuró con voz trémula.
Rita guardó silencio.
–¿Por qué, mijita? ¿Por qué? Tan buen marido que era…
–Por qué me recordó a los suyos, amá. –Contestó Rita
por lo bajo.
–¿A los míos? ¿Ni siquiera hay manera de compararlos?
¿A cuál de ellos? ¿Al Gerardo, que me obligaba a trabajar en una cantina y
luego me quitaba los pesos que ganaba?
–A ese no lo conocí – Respondió Rita con desdén.
–¿O a tu padre, que me dejó en cuánto vio que parí a
una vieja y no a un macho?
–Siempre me ha restregado eso, amá – mencionó Rita con
desprecio – Siquiera la dejó tenerme y no la obligó a abortar pa’ no mantener
más bocas.
–¿O al Ramiro…? – continuó la deslucida dama –Ay, el
Ramiro – envolvió el recuerdo en un suspiro –tan ardiente, ese sí era un
hombre.
–Sí, claro, el que me sacaba del cuarto de la vecindad
pa’ podérsela coger a su antojo, y ¿pos, pa’ qué? Si los gritos de usté se
escuchaban por todos lados. Sólo cuando
llovía no tenía que taparme las orejas.
–¿Al Gilberto? –Evocó perdida en la memoria – Ese sí
era cumplidorcito pal chivo. Pos así,
como tu marido…
–Pos sí, puede que a ese se parecía más que a todos,
al que se metía por las noches en mi cama pa’ cogerme a huevo, mientras usté se
hacía pendeja del otro lado de la puerta.
A ése que me dejaba los moretes que usté nunca vio.
–Vas a volver otra vez con ese cuento…– El tono se
tiñó de indignación.
–O al de la carnicería que cuando ya no le gustó usté
pa’ cobrarse pidió que yo fuera por la carne.
–¿Cómo te atreves? – Gritó la visitante y se levantó
con inesperada rapidez. La silla cayó con estrépito sobre su respaldo. Las miradas de reclusas y visitantes se
volvieron hacia ellas,
–A todos esos recordé esa noche – rememoró Rita en voz
queda – y a otros – continuó – que de seguro usté no recuerda por sus
borracheras. ¿Sabe? Cuando él, ese que usté llama mi marido, se metió a mi
cuerpo por la fuerza, cuando me golpeó como lo había hecho otras veces, pero
más duro que antes, mientras miraba sus ojos que brillaban de odio, me fui
acordando poco a poco de todos esos hombres.
Y cuando a jalones intentó arrastrarme fuera de la casa, cuando escuché
la lluvia que caía a chorros, cuando oí los truenos, entonces, como pude, a
mordidas y aruñones me solté, agarré el cuchillo que estaba en la mesa y se lo
clavé, una y otra y otra vez, mientras en su cara miraba al Ramiro, al Gilberto
y a los otros. Y fue por eso qué lo
maté, amá.