Tres componentes automotrices permanecían relegados, el
lector de la pantalla decía stand by
en letras verdes.
A Bety le
explicaron en la capacitación que eso quería decir “en espera”, pulsantes
aparecían las letras en el tablero de su mesa de trabajo y seguido de esto se
leía en letras rojas permanentes rejected
(rechazado), que se mostraban automáticamente por el control de calidad del
sistema computarizado del módulo que ella armaba una y otra vez, sin éxito.
El producto que
en esa maquiladora fronteriza de Ciudad Juárez se elaboraba, eran arneses
automotrices para una marca de autos japoneses.
Le preocupaba mucho
a Bety ser sustituida; es tan devaluada la mano de obra en estos empleos, que
fácilmente podía ser prescindible. En su anterior trabajo como sirvienta en una
casa familiar, no le ofrecían las prestaciones de ley que en esta maquiladora
le otorgaban, aun siendo contrato eventual mañosamente elaborado a favor de la
empresa.
La escasa
preparación con la que ella contaba se reducía a labores domésticas y la actual
capacitación de la maquila recibida para realizar este trabajo, al que por el
momento parecía no tener la habilidad requerida; y no quería perder esa fuente
de ingreso.
Sintió escalofrío
y se advirtió observada, ¿por una supervisora?, ella pensó lo peor.
–¿Qué pasa,
compañera? –preguntó la chica amablemente, vestida con su uniforme: una bata de
color gris. La temperatura bajó exageradamente, Bety trató de darse calor al
cuerpo con sus brazos cruzados sobre el pecho.
–¡Ay!, no sé –exclamó
–, lo he intentado paso a paso, pero llevo tres módulos rechazados y éste será
el cuarto –dijo Beatriz quejándose.
–Déjame ver,
recorramos tu ruta, oprime el cero, ¡mira!, aquí está la falla, es sólo oprimir
el cero, mantenerlo un rato, cerrar la cápsula y reiniciar –dijo Nancy.
–Te juro que ya
lo había hecho –replicó Bety.
–Mira –le confesó
en secreto la chica de bata gris –a veces, creo que desde el sistema central
hacen estos bloqueos a propósito, para luego llamarte a la administración con
otros fines, pero no lo podemos comprobar.
–Cómo te lo
agradezco compañera, necesito tanto el trabajo, entre mi mamá y yo mantenemos
la casa, bueno, si se puede decir casa en donde vivimos con mis tres
hermanitos.
–Sí, te
comprendo, así estamos todas, pero a veces la preocupación nos pone tensas y
nerviosas y no vemos o entendemos, más allá de… –la chica se interrumpió
tocándose la nariz, como un gesto significativo.
–¿Cómo hablas? Y
¿Cómo sabes?, pareces muy experimentada a tu edad –comentó Bety.
–Gracias, mira
entré aquí a la edad de trece años falsificando mi identidad, al igual que otras
más; hemos alterado nuestra acta de nacimiento para ser admitidas. Los
administradores saben que mentimos, fingen no ser rigurosos en esta situación,
aprovechándose de eso para disolver cualquier exigencia de nuestra parte hacia
la empresa. Prefieren que seamos jóvenes y pobres; y así estamos con el temor
de perder nuestro trabajo con base en el delito de haber alterado el acta de
nacimiento; entre más calladitos, mejor para ellos, les conviene que estemos
así, soportando la explotación laboral entre otras cosas.
–¿Cómo te llamas?
–Preguntó Bety – No traes gafete.
–Nancy Villalba
López, tengo diecinueve años.
–Yo soy Beatriz
Sisniega Molina y, la verdad, no soy mayor de edad, tengo quince años. Por eso
y por tu ayuda me siento muy identificada contigo.
–Gracias por tu
confianza –le contestó Nancy –, bueno, nos veremos pronto por aquí en este mar
de almas –refiriéndose a las cientos de operadoras existentes.
Se dieron un
beso, y se despidieron.
Beatriz era de
origen colombiano, nacida en Ciudad Juárez como tantas familias de población
flotante, que se quedan atoradas en la frontera sin alcanzar “el sueño
americano”. De su padre no sabían nada, al parecer, estaba desaparecido; años
atrás un día salió de casa, quizá nadando por el río Bravo con la intención de
cruzar o se enroló en una de las tentadoras trampas que la ciudad ofrece;
drogas, prostitución, la más fácil manera de perder la libertad o la vida.
Una mañana, a la
entrada, afuera de la maquiladora, se encontraba un grupo de madres activistas,
invitando a una manifestación: una gran marcha en caravana hasta la ciudad de
Chihuahua para hacer un plantón frente a Palacio de Gobierno ante la pasividad
de las autoridades para esclarecer el fenómeno feminicida serial: desaparecidas
y encontradas muertas con extrema violencia.
Bety observaba
las pancartas en las que se leía: “Ni una más”, “Huesos en el desierto”,
“Regreso a casa”, “Queremos a nuestras hijas vivas”.
Hacía frío; se
incrementó la sensación de la baja temperatura.
–Hola,
compañerita –se acercó a Bety, Nancy Villalba, y le preguntó –, ¿nos
acompañarás? Habrá transporte, llevaremos sodas y burritos, el lunes 21 de
marzo, lo aprovechamos y regresamos el martes, se quedará una guardia de
protesta permanente frente a palacio.
–Creo que sí,
déjame ver –dijo Beatriz –le tengo que decir a mi mamá, te confirmo mañana,
¿sí?
–Ok.
Ese mismo día, el egipcio Abdel Latif Shariff, hedonista,
depredador y compulsivo sexual, venía cruzando la línea de El Paso Texas a
Ciudad Juárez, por el puente Zaragoza; manejaba el lujoso auto su chofer y
amigo “el Tolteca”, así se refería a su cómplice. Venían por “carne fresca”,
sería una vez más el mismo perfil de todas las víctimas: jovencitas que
parecieran egipcias, ojos y pelo negro, menuditas, morenas y pobres, esto
facilitaba la “caza”.
El egipcio
ofrecía por cada presa mil dólares a pandilleros, choferes y policías, entre
otros. El contubernio con las autoridades que recibían su especial pago, le
cobijaban con absoluta seguridad en su cacería por el safari juarense.
El mismo
gobernador en turno, incompetente ante el caso, declaró “Es una mafia
impenetrable”.
Simultáneamente
se oía el silbido de salida de turno de las operadoras de las maquilas.
Bety y otras más
salieron, tomaron el transporte que la empresa les ofrecía; las dejaba en
diferentes rumbos, solicitados por cada una, para luego tomar su destino en
otro camión o “rutera” de regreso a casa. Ella y otras bajaron en una parada de
autobús, a la hora que el cielo comenzaba a teñirse de rojo.
–Mira, Tolteca,
ahí está una “conejita” –le dijo Shariff –dame el trapo con el cloroformo.
Acercando el auto
muy próximo a Bety; el egipcio, fingió preguntarle algo: ¿Do you know where is…? le dijo a la incauta jovencita, que sintió
en ese momento un exagerado escalofrío recorrer su cuerpo, seguido de un
poderoso jalón en sentido contrario al depredador que la acechaba.
Con gran sorpresa
Bety se percató que la acción provenía de su compañerita Nancy Villalba; sonriéndole
ésta le dijo.
–Compañerita si
no te jalo, casi te atropellan estos pinches gringos.
Bety observaba cómo se alejaba el auto, en ese momento no
comprendía aún la ruin intención de ellos, fue tan rápido y tan extraño todo…
–Bueno –dijo
Nancy –ahí viene mi camión, nos veremos mañana. Sus palabras hicieron
reaccionar a Bety sobre lo que hubiera ocurrido: su muerte.
Al día siguiente
por la mañana, afuera de la maquiladora, sobre una mesa plegable, estaba la
lista de las anotadas al viaje de la gran marcha programada a la capital, por
supuesto que Bety se agregaría, venía con una nueva conciencia, después de lo
ocurrido había nacido en ella un sentimiento de lucha y valentía. Muchas fotos
de desaparecidas y jóvenes asesinadas estaban sobre la mesa. Con curiosidad y
pena, ella comenzó a hojear las fotocopias; un frío invadió su cuerpo, no lo
podía creer, estaba ante la fotografía de su amiga y protectora: Nancy Villalba
López, se leía al pie de la foto; jovencita de trece años, violada, torturada y
asesinada; encontrada en Palos Altos seis años atrás.