martes, 9 de octubre de 2018

Hemofobia por Aída López Sosa




Cuatro pies entrelazados, las uñas esmaltadas en morado y negro, era lo único que sobresalía de entre las sábanas color bermellón. En la habitación recién iluminada por la aurora, dos mujeres, una a un lado de la otra, sin visibles marcas de violencia, permanecían silenciosas, como dormidas, aunque los que estaban ahí las sabían muertas. Cualquiera podría imaginar que reposaban después de horas de orgasmos; la lente no alcanzaba a ver la diferencia entre estos y la muerte. Los agentes escudriñaron los cuatro metros cuadrados de paredes blancas y alfombra vetusta apenas decoradas con el poster de un grupo desconocido de rock. Registraron cada detalle, el más mínimo podría servir para esclarecer los hechos. El sol había comenzado a hacer sus primeros estragos, el bermellón ahora candente ofuscaba las pupilas que poco a poco iban cediendo al exceso de claridad. Claridad que necesitaban para encontrar las pistas que los llevarían a resolver el crimen, suicidio o lo que fuera.

La fotógrafa sacó de su bolsa un par de guantes blancos y se los colocó en sus manos temblorosas, mismos que enseguida absorbieron el sudor destilante. Destapó los cuerpos. Parecía que tenían un acuerdo entre ellos, estaban cuidadosamente acomodados, los brazos de ambas estaban cruzados tocando el sexo de la otra, los dedos de una se perdían entre el vello púbico de la otra. Ambos tatuados, perforados, escuálidos y descuidados, dificultaban calcular las edades. Una era visiblemente mayor que la otra. Después enfocó con temor la lente hacia el único buró que se encontraba al lado izquierdo de la cama. Encima estaban dos copas vacías, una botella a medio terminar de cerveza Palma Cristal, un cenicero con seis colillas de Benson mentolados y junto a este una cajetilla con aún tres cigarros sin fumar; hojas de papel arroz y una pequeña libreta parecida a un directorio. En el piso entre la cama y el buró, un calcetín de hombre al revés.

Posterior al recuento de los hechos, acordonaron el sitio y el equipo de investigación bajó del cuarto piso en busca de la salida. Una voz de mujer blasfemó desde el interior de uno de los departamentos cuando los vio pasar: Así tenían que acabar, acotó sentenciosa, siempre lo dije, ese tipo de cosas que no son de Dios, tarde que temprano son castigadas. Eso de meterse entre mujeres es del Diablo y peor aun cuando se meten entre varios. El Ministerio Público aprovechó la lengua suelta de la mujer, la dejó hablar mientras le hacía preguntas, mismas que eran respondidas a borbotones: verá, varios vecinos ya se lo habíamos dicho al dueño que no debía rentarle a putas o maricones, menos a lesbianas, o a drogadictos, pero con tal de cobrar su renta no le importó, ahora a ver cómo sale de este lío. ¿Usted vio algo raro anoche?, preguntó un agente, pues raro todo desde que se cambiaron hace tres meses. Salían de mano hombres con hombres y mujeres con mujeres, hasta extranjeros. Olían a hierba, como a petate quemado, profirió la mujer.

Mientras esperaban la llegada del forense para el levantamiento de cadáveres, la fotógrafa tomó imágenes del exterior. La calle arbolada, uniformada con edificios amarillos de cuyas azotehuelas serpenteaban telas de colores, lograban distraerla de su ansiedad. En el camino no encontraron nada que pudiera llamar su atención. Algunos bares entreabiertos derramando agua jabonosa, vendedores ambulantes, una tienda de abarrotes vacía en la esquina.

Cuando llegaron a la oficina la fotógrafa se sintió mareada, con nauseas, pálida y temblorosa pidió permiso para retirarse. A últimas fechas decía que no le hacía bien estar en la escena del crimen, eso la ponía mal debido a que estaba desarrollando fobia a la sangre, afirmación que sostenía aun sin tener diagnóstico médico. Los síntomas disimulaban el origen de su nerviosismo.

Salió a esperar a un taxi. Le urgía avisar al “Cubano”. La botella de cerveza en la habitación abriría una línea de investigación hacia personas de esa nacionalidad, hasta llegar a desmantelar la red de pornografía para la cual ella se desempeñaba en lo mejor que sabía hacer: tomar fotografías.