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"Raúl Aceves 2022".

Periplos Literarios

Revista del PEN Centro Guadalajara .

Censura y Autocensura

Encuentro de escritoras latinoamericanas

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martes, 30 de octubre de 2018

Rabia de tinta por Rafael Ortiz



 

Me cuenta mi mamá que te estás recuperando, Basilio. Eso es bueno y malo, la pregunta es ¿para quién? Bueno para ti si logras salir de ésta. Arrancarías de cero, sin lastres. Bueno para mí porque no es lo mismo que me acusen de agresión que de homicidio, la puerta de salida se ensancha un metro cada milímetro cicatrizado de tu herida. Malo para tu sueño, para conciliarlo sabiendo que jamás llegaré a perdonarte, despertando por la noche con el hospital a oscuras, temeroso de que me presente a acabar lo empezado.

¿Sabes qué está bien jodido, Basilio? Esta bodega de almas arrugadas por el crimen, por el pecado, y en mi caso, por la estupidez. Tonta, nunca te hice caso cuando quisiste enseñarme a tirar. Tampoco imaginé que tu amada pistola pateara tanto. Te apunté al corazón y te hice pedazos un hombro. Debí poner la mira en tu ombligo para volarte la cara, así no tendría que verla siempre; en los moretones de los brazos de las drogadictas, en los dibujos que dejan en las celdas los orines al secarse. Veo tu cara malnacida entre los barrotes sembrados en el concreto, y esos no paran de crecer.

Lo peor aquí no es la falta de paz. Lo peor es el frío rebanando los huesos mientras peleas hasta por el papel del baño. Si tu recuerdo fuera eso: un retazo de vida usado para limpiar la peor suciedad, arrastrado luego por un remolino sin freno. No, no te escribo esto para hacerme la mártir, seguro mi condición te alegra. Lee estas líneas, asimila mi calvario, entérate de las calamidades que vas a vivir en carne propia. ¿O crees que un simple balazo fue suficiente penitencia?

En parte tuve la culpa, lo sé, por haberte conocido. Si me juzgaran por imbécil alcanzaría cadena perpetua. Cuando una es chica y se enamora, pierde. Pero enamorarse como yo de ti, a mi edad, eras casi un muchacho… Si me hubiera detenido a pensarlo Carito seguiría viva y su bebé habría nacido en estas fechas. Fui tan tonta antes y tan lista para adivinarlo después, la noche en que ella no volvió de la prepa. Es por el aguacero, decía mi mamá. No, no era eso, yo sabía, le había pasado algo.

Dice el abogado que mi peor error fue hacer justicia por propia mano, pero no hacía falta un juicio. Cuando llegaste casi de madrugada y te dije que mi niña no aparecía, te quedaste mudo. No necesitabas confesar; me lo dijeron tus ojos de perro muerto, lo cantó tu aliento a alcohol de cuarta, lo gritaron tus pantalones llenos de lodo. El lodo hallado en los pulmones de mi hija. Los pantalones encontrados en el cateo de ayer en casa de tu hermano, los pulmones de Carito reventados a medias del río crecido.

Cuando te interroguen dirás que ella se te insinuaba, que cuando me quedaba tarde a trabajar se te metía en la cama. A lo mejor sí, te la doy por buena. No me importa, no me importaría si mi nieto fuera también mi hijastro. Una madre a sus hijos les perdona todo. Cómo pude pensar que no harías nada. Lo sabías, ella te lo dijo. Por eso te deshiciste de ambos, de un solo esfuerzo. Estuviste horas limpiando la pistola mas no te atreviste a usarla. Era demasiado obvio. Saliste apurado, nervioso, me di cuenta dónde la escondiste. Volviste a ver su cañón niquelado al día siguiente, la viste escupir fuego antes de caer de espaldas.

¿Eres tú, Basilio? Ya siento tus huesos resonando contra los muros como un puño de monedas aventadas a un bote. Ya te oigo pujar de miedo cuando sientas el coro de vahos calientes en la nuca, cuando no aguantes tu hedor y sufras el primer regaderazo. ¿Sabes, Basi? Me daría mucha pena si esta carta no te encuentra en el cuarto de hospital donde te recuperas. Si acaso la recibes antes no te apresures en contestarme. Léela con cuidado, quiérela mucho, no te vayas sin querer algo en tu vida. Toma el papel y siente cómo se queman tus manos, cómo traspasa tu piel la rabia de mi tinta.


martes, 9 de octubre de 2018

Hemofobia por Aída López Sosa




Cuatro pies entrelazados, las uñas esmaltadas en morado y negro, era lo único que sobresalía de entre las sábanas color bermellón. En la habitación recién iluminada por la aurora, dos mujeres, una a un lado de la otra, sin visibles marcas de violencia, permanecían silenciosas, como dormidas, aunque los que estaban ahí las sabían muertas. Cualquiera podría imaginar que reposaban después de horas de orgasmos; la lente no alcanzaba a ver la diferencia entre estos y la muerte. Los agentes escudriñaron los cuatro metros cuadrados de paredes blancas y alfombra vetusta apenas decoradas con el poster de un grupo desconocido de rock. Registraron cada detalle, el más mínimo podría servir para esclarecer los hechos. El sol había comenzado a hacer sus primeros estragos, el bermellón ahora candente ofuscaba las pupilas que poco a poco iban cediendo al exceso de claridad. Claridad que necesitaban para encontrar las pistas que los llevarían a resolver el crimen, suicidio o lo que fuera.

La fotógrafa sacó de su bolsa un par de guantes blancos y se los colocó en sus manos temblorosas, mismos que enseguida absorbieron el sudor destilante. Destapó los cuerpos. Parecía que tenían un acuerdo entre ellos, estaban cuidadosamente acomodados, los brazos de ambas estaban cruzados tocando el sexo de la otra, los dedos de una se perdían entre el vello púbico de la otra. Ambos tatuados, perforados, escuálidos y descuidados, dificultaban calcular las edades. Una era visiblemente mayor que la otra. Después enfocó con temor la lente hacia el único buró que se encontraba al lado izquierdo de la cama. Encima estaban dos copas vacías, una botella a medio terminar de cerveza Palma Cristal, un cenicero con seis colillas de Benson mentolados y junto a este una cajetilla con aún tres cigarros sin fumar; hojas de papel arroz y una pequeña libreta parecida a un directorio. En el piso entre la cama y el buró, un calcetín de hombre al revés.

Posterior al recuento de los hechos, acordonaron el sitio y el equipo de investigación bajó del cuarto piso en busca de la salida. Una voz de mujer blasfemó desde el interior de uno de los departamentos cuando los vio pasar: Así tenían que acabar, acotó sentenciosa, siempre lo dije, ese tipo de cosas que no son de Dios, tarde que temprano son castigadas. Eso de meterse entre mujeres es del Diablo y peor aun cuando se meten entre varios. El Ministerio Público aprovechó la lengua suelta de la mujer, la dejó hablar mientras le hacía preguntas, mismas que eran respondidas a borbotones: verá, varios vecinos ya se lo habíamos dicho al dueño que no debía rentarle a putas o maricones, menos a lesbianas, o a drogadictos, pero con tal de cobrar su renta no le importó, ahora a ver cómo sale de este lío. ¿Usted vio algo raro anoche?, preguntó un agente, pues raro todo desde que se cambiaron hace tres meses. Salían de mano hombres con hombres y mujeres con mujeres, hasta extranjeros. Olían a hierba, como a petate quemado, profirió la mujer.

Mientras esperaban la llegada del forense para el levantamiento de cadáveres, la fotógrafa tomó imágenes del exterior. La calle arbolada, uniformada con edificios amarillos de cuyas azotehuelas serpenteaban telas de colores, lograban distraerla de su ansiedad. En el camino no encontraron nada que pudiera llamar su atención. Algunos bares entreabiertos derramando agua jabonosa, vendedores ambulantes, una tienda de abarrotes vacía en la esquina.

Cuando llegaron a la oficina la fotógrafa se sintió mareada, con nauseas, pálida y temblorosa pidió permiso para retirarse. A últimas fechas decía que no le hacía bien estar en la escena del crimen, eso la ponía mal debido a que estaba desarrollando fobia a la sangre, afirmación que sostenía aun sin tener diagnóstico médico. Los síntomas disimulaban el origen de su nerviosismo.

Salió a esperar a un taxi. Le urgía avisar al “Cubano”. La botella de cerveza en la habitación abriría una línea de investigación hacia personas de esa nacionalidad, hasta llegar a desmantelar la red de pornografía para la cual ella se desempeñaba en lo mejor que sabía hacer: tomar fotografías.