Entrega Premio

"Raúl Aceves 2022".

Periplos Literarios

Revista del PEN Centro Guadalajara .

Censura y Autocensura

Encuentro de escritoras latinoamericanas

Galería Tokiota

Congreso Mundial Pen en Tokio 2010

jueves, 25 de abril de 2024

Mesa Homenaje a Silvia Quezada

 El pasado viernes 19 de abril, se realizó una mesa homenaje a la escritora y miembro del PEN Guadalajara, Silvia Quezada. Esto dentro del marco de la Feria Municipal del Libro de Guadalajara. 

















Presentación de Ciudad Poema

Presentación del libro con poemas sobre Guadalajara en el Palacio Municipal. Jorge Luis y Ruth Escamilla están incluidos en la antología. 




Hubo lectura de algunos participantes. 











El libro se distribuye de forma electrónica. Aquí pueden leerlo entren al link

Lectura de Obra Laura Hérnandez y Raúl Aceves

 El pasado viernes 22 de marzo de 2024, en las instalaciones de la Escuela de Escritores Sogem Guadalajara, se llevó a cabo la lectura de obra de los miembros del PEN Guadalajara: Laura Hernández y Raúl Aceves. 



Después de la lectura, hubo convivencia y bazar para los invitados. 




sábado, 23 de marzo de 2024

Sueño que te sueño - Elsa Levy

 Sueño que te sueño

Elsa Levy

La veo entre la niebla de su sueño. Sin que la luz lo sepa ya nos pertenecemos

Hugo Gutiérrez Vega




Es de noche, los rayos de la luna traspasan la ventana, deshacen la negrura. Me veo ahí, dormida y huérfana; mi cabeza encima de la almohada, el cuerpo laxo y un hueco entre las manos. Mi respiración se aletarga minuciosa, mis párpados resbalan por el tobogán del sueño. / ¡Despierta, Anaís! te prometiste no volver a soñarlo/. Así será. No está en mis pensamientos, no vive en mis sueños/. ¡Cúmplelo!, él destruyó vuestro amor/. Fue una ofrenda abrasada en una ara de miedos y ataduras/. Que tú no conocías y necesitaste descubrir para entender su abandono/. Hiedras trepadoras cubren mi corazón, ahora soy fuerte, no más llantos, no búsquedas, soy irrompible/. Anaís, ¡cuidado!, el corazón es más poderoso que el orgullo/. Orgullo, ¿qué es el orgullo? Orguullo... qué ess el... or... gu...lloo... Sueño que mi sueño a comenzado. Te sueño, Gamaliel. Te encuentro una vez más pegado a mi costado. Sólo mi cuerpo y tú. Sólo tus manos. Mi respiración enredada con tu lengua. Sueño que mi sueño y tu sueño oscilan juntos, callados. Un espejo. Cuatro flamas. La penumbra enciende trasparencia en los pétalos rojos de las rosas. Te sueño, Gamaliel. Te sueño atado, esclavo prisionero de brazos y de piernas, mis brazos y mis piernas. Hundiéndote, resurgiendo, cabalgando. Te sueño escultura, hombre perfecto, cincelado por mis labios. /¡Despierta, Anaís! has fracasado/. Mientes. / Lo has soñado/. Eso es falso, veo mi rostro encima de la almohada; mi cuerpo laxo y un hueco entre mis manos. Sueño que me veo dormir; sueño que mi sueño está a punto de romperse. Sólo ha sido un sueño de mi sueño, sigo siendo indestructible.


Texto publicado en el libro "Bajo la Piel"  (Hojas Literarias, 2010)


viernes, 22 de marzo de 2024

Cinco - Ruth Escamilla

 

Cinco

Por Ruth Escamilla Monroy

 



 

A los cinco de Puercoespín

Aprenderé a contar hasta treinta y cuatro.

Desconfiaré de quien cambiar prometa.

Diré te amo en su justo momento.

Liberaré mis palabras.

Cantaré más, gritaré menos.

 

Renunciaré a ordenar desastres ajenos.

Haré exclusivo cualquier día para mí.

No desearé que tu casa esté sucia.

Abriré muy bien los ojos.

Me besaré frente al espejo.

 

Entenderé que no es un ciclo el deseo.

Sabré a quién invitar a mi espacio.

Sentiré el orgullo de mi nombre.

No empezaré sin terminar.

Firmaré la paz con mi cuerpo.

 

Contra todas mis espinas.

 

 Texto publicado en Anaquel Literario

  

jueves, 21 de marzo de 2024

Casi perfecto - Alejandra Torres Pichardo

 Casi perfecto

Alejandra Torres Pichardo

 


Lo admito, soy un galán, un enamorado de esos que ya no se ven, de los que saben conquistar con sólo mirarlas, soy bien parecido y mi finura arrebata suspiros ágilmente. Lo acepto, mi estampa europea cruzada con nativo americano hacen de mi presencia un ser que nunca pasa inadvertido. Cuido hasta los últimos porme­nores de mi vestimenta y de mi habla. El único e insignificante detallito, casi un fragmentito sin valor, que yo tengo, es que nací en el lugar equivocado; sí, nací entre estos mugrosos andrajosos, mal hablados sin educación; entre porquería y fealdad, donde el olor a sudor se mezcla con el tufo a grasa fritanguera. Pero bue­no, dicen que no se puede tener todo en esta vida, y yo lo tengo casi todo, aunque un día pude haber tenido de verdad todo, pero siempre hay algo que señala de dónde vienes.

Les contaré…

Zapatos mocasines bien boleados, camisa de rayón color rosa mexicano con la raya bien marcada, pantalón negro de pin­citas, sin olvidar los calcetines estampados en rombos negros y blancos. El cinturón lo cambié por tirantes, no es que yo sea un pachuco ni mucho menos, pero con ese atuendo van muy bien unos tirantes; peinado extra fijo relamido hacia atrás, nada de dejar unos churros en la frente ni de hacerme una cebollita, simplemente peinado hacia atrás como lo usan los modelos de pasarela. Mi aliento feroz de yerbas silvestres y frutas secas del campo; tres atomizadas de refrescante bucal sabor canela; una rociada de mi esencia favorita, maderas del bosque con un to­que de lavanda; dos gotas en los oídos, una gota frotada con las manos y doy fragancia a mi cara afilada. Y casi todo listo; quedé similar a un dios griego. Pero faltaba el último detalle, el más im­portante y el mismo que me condenó, la prenda que da la perso­nalidad que necesita un hombre apuesto como yo: mi saco sastre recién confeccionado, el que mandé a elaborar con Chuchita la de la esquina, el que fabricó siguiendo el patrón de una revista de modas, el que me entregó en una bolsa del mercado de San Jerónimo de los negros.

Bueno, ya estaba listo para triunfar. Puse mi pañuelo blan­co en la bolsa del saco, lo llevaba por si acaso lo necesitaba, como los caballeros antiguos.

Las constelaciones se habían alineado a mi favor y los aires otoñales semejaban un ambiente tipo Quebec, con tonos húme­dos neoyorquinos. Aunque para llegar a esos niveles, primero tenía que pasar caminando por una calle encharcada, después atravesar la esquina donde Lupe vende elotes, en seguida, dar la vuelta a la izquierda y seguir por una calle de terracería, para por fin, llegar a la estación del tren. Mi intención era abordarlo y unas calles antes de llegar a mi destino, tomar un taxi.

Sabía que mi fortuna se basaba en ser el individuo que soy, único, de belleza envidiable y de recatados gustos con mi educa­ción cursada y graduada en el internet.

Mi objetivo, el único y primordial, esa mujer de sonrisa flo­recida, de carnes gruesas resbaladizas, muslos seductores, brazos y cachetes inspirados en una musa de Botero.

Para mí, todo lo tenía esa hembra, no le veía defecto algu­no, pero lo más importante y que inspiraba mi lectura del gran Darío, para embrollarla con mi lengua prestidigitadora aunada a mi resonancia de voz, era su agraciado pasado, presente, y no sé si también su futuro, pues era aventurada su suerte de haber nacido en cuna dorada. Hija única de padre reconocido en la fa­rándula del éxito y de los negocios internacionales.

Contarles cuándo y cómo la conocí, creo que sería innece­sario, pero una pequeña reseña no está de más.

Bueno, yo la conocí primero. La miré en la televisión en la entrega de unos reconocimientos que les otorgan a los empresarios connotados del país. Ella iba del brazo de mi futuro suegro. Sospe­ché que era su hija y no su mujer, ya que con tanto dinero, el hom­bre, podría traer del brazo a algo más merecedor. Entonces la miré y también miré su corazón desesperado, puse la punta de mi lanza en el lugar exacto para embestirla de amor, desde ese momento me di a la tarea de prepararme física y mentalmente, indagué todo sobre ella; cosa que no es difícil en el internet. Cuando ya estaba más que listo, me dispuse a atacar, y en menos de un cerrar de ojos, la des­protegida ya tenía unos brazos que la consintieran. Su padre me lo agradecería, pues ella ya no andaría siempre detrás de él. Eso de ser huérfana de madre la había hecho más vulnerable a mis encantos.

Entonces así pasó todo. Bueno, no todo pero algo en resu­men así fue.

Con un futuro de rey por delante y con todos los dones que me cargo, nada podía fallar, mi próximo suegro no sabía de dónde venía yo, pero no había problema, pues con este porte y educación que sólo un magnate millonario de nacimiento puede poseer, era lógico que yo fuera un hijo de condes o algo parecido. Lo malo que ni una cosa ni otra, sin embargo, eso no tenía por qué saberlo. Lo único que él sabía era que su retoño había en­contrado a su media naranja y eso para él era más que suficiente.

El tiempo de cortejo que llevé con mi dueña, fue muy cor­to, ahora era el momento para que mi suegro conociera a su hijo adoptivo. Fue tanta la insistencia de mi noviecita a su padre para que me recibiera, que el hombre no fue capaz de negarle tan be­rrinchuda petición a su única heredera, no quedándole más re­medio que ceder y ordenar una cena discreta en mi honor. Así pues con mis preparaciones preliminares ese día iba a la victoria, tenía que cortar rabo y llevarme la oreja y todo el canal del rumiante. Arribé a la velada en taxi, inventé que el coche se me había descompuesto unas cuadras antes, y para no llegar tarde tuve que tomar un carro de alquiler. El guardia de la residencia que conoce a los de su clase, me miró de arriba para abajo, acari­ció su mentón frunciendo el entrecejo y me acompañó a la puer­ta. Mi seguridad y mi naturaleza para desenvolverme en esos ofi­cios no podían estropearse antes de entrar a escenario, y menos frente a un gandul como el que cuidaba de mi futura mansión.

La mujer merecedora de este apuesto mortal y el maduro hombre de negocios, o sea, mi futuro suegro, ya me esperaban en la recepción. Pasó lo mismo que con el guardia de seguridad, el padre de mi querida mujercita, me miró con detalle y escrupulo­sidad, en tanto, la dueña de mis sueños de oro, simplemente me atropelló en arrumacos cuando recibió de mis manos el ramillete de claveles que de pasada compré en el mercado. Hasta ahí todo iba de maravilla, aunque a mi amado suegro algo no le cuadraba, lo podía observar en sus gestos y la seriedad con la que se dirigía a mí.

Cena de tres tiempos, vino francés, y una charla escasa, que para mi suerte no podía pedir más. Nada de preguntarme por mi profesión, de mis padres o de mi cuna y todas esas cosas de protocolo de las altas alcurnias que por regla se obliga a tener.

Ya entrados en el convite y saboreando tan exquisito licor, comencé a sentir la pierna mofletuda de mi damita acariciando mi descarnada pantorrilla discretamente por debajo de la mesa. Ese jueguito me lo sabía de películas de romance, y no tenía nada de malo seguir la travesurilla complaciendo a mi amada. Así pues, saqué mi pie del zapato y comencé a darle pequeños tallones en sus rodillas carnosas, paré un instante cuando mi sue­gro dijo que algo olía mal, sin pensarlo dos veces le eché la culpa a los quesos que llevaron para degustar con el vino. Proseguí con la jugada, pero cuando mi pie se imbuía más al fondo…

Haré un paréntesis aquí, necesito aclarar dos cosas, la pri­mera: es que siempre he tenido el problema de pie de atleta y la segunda: es que se me pasó cortarme las uñas de los pies.

Entonces…cuando mi extremidad esplendorosa buscaba incesante un rinconcito tibio y húmedo… el ruido asfixiante de la garganta de mi doncella terminó con el momento encantador. Al tiempo de que mi pie entró valeroso en la entrepierna de mi emperatriz, el trago de vino se le atrancó en el gollete rechon­cho, su rebuscado parón, lanzó mi cuerpo a medio metro hacía atrás con todo y silla cayéndome de espaldas. Pero un noble no se quebranta por tan poco, así que sin importarme calzar solo un zapato, me levanté con estilo aristocrático, amoldándome el cabello y acomodándome el saco sastre. La cara rolliza de la ma­dre de mis futuros retoños, destilaba vino francés por todos los poros; nariz y boca, hasta me atrevo a decir que también por los ojos. Recordé entonces mi pañuelo, el que guardé por si acaso. Como todo un caballero antiguo de esos que ya no hay, saqué mi pañuelo y en el aire lo sacudí…

Qué ironía… allí terminó el sueño de un desventurado como yo. Sin miramiento alguno, mi escultural cuerpo fue pro­yectado en plena calle, y de paso, ni me entregaron mi mocasín recién boleado.

¡El insecto! ¡La corredora! ¡La larva! ¡La voladora!… ¡la maldita cucaracha que salió del pañuelo!, de mi pañuelo que lle­vé por si acaso… simplemente me aniquiló. Y todo por la bolsa donde la Chuchita metió mi saco sastre, la bolsa del mercado cucarachero de San Jerónimo de los negros.

Así pues, algún día, fui casi perfecto.


Texto publicado en Caledioscopio XIII (Zonámbula, 2016)


miércoles, 20 de marzo de 2024

Líneas para ensayar sobre geometrías infinitas observando a Borges (y un indicio equivalente, en Escher) - Leticia Villagarcía

 

Líneas para ensayar sobre geometrías infinitas observando a Borges (y un indicio equivalente, en Escher)

Por Leticia Villagarcía




Introducción

Las arquitecturas babélicas en el curso de la historia revelan una de las tentaciones más antiguas de la humanidad: elevarse por encima de su dimensión terrestre, fracturar la imposibilidad de alcanzar el cielo a través del vacío. Los ejemplos se levantan enigmáticos, mo­nolíticos: las pirámides de Egipto, la muralla china, Teotihuacán en México o la sofisticada y frágil Nueva York, paradigma de occi­dente y signo abstraído del mito de la caja de Pandora.

Estas construcciones monumentales fueron antes edificios mentales concebidos por matemáticos de la forma (hacer algo para resistir al infinito, aliviar la angustia de nuestra miniatu­ra). Han sido calculadas para concretar paraísos artificiales que guardan piedra sobre piedra el secreto de su propia ruina. En el fondo, son símbolos de nuestro padecimiento infinito: saber que somos la incompletud.

En la obra de Jorge Luis Borges, uno de los fundamentos de su arte son las constelaciones arquitectónicas (montajes): pero la ambición de Borges va mucho más allá de estas edifica­ciones terrestres; sus estructuras lingüísticas se encuentran en un estado de movimiento revolucionado; son construcciones fugadas hacia el infinito. Lo del escritor americano, es una teoría propia de la geometría infinitesimal.

Borges tiene una visión casi contraria a un enfoque realis­ta del mundo, el artista rechaza esta posición; en él, es cardinal un deseo manifiesto por lo artificial. Su estética no tiene nada que ver con reflejar la manera de percibir el mundo, es más bien como un aumento del mundo en lugar de un reflejo. En ese au­mento consiste su maestría. Borges postulaba que «el arte es algo añadido a la vida, no es la vida».

Esta pequeña aportación es un intento de compartir mi pri­mera cercanía a la visión asombrosa de un escritor que imaginó la estructura del universo, modulándose, dispersándose en relatividad con el tiempo y el espacio de los habitantes terrestres. También doy cuenta en este ensayo de un indicio entre la concepción geométrica del universo de Jorge Luis Borges y Maurits Cornelis Escher.

Borges y su concepción geométrica del mundo

Para conjurar el horror que Borges le tiene al vacío, inventa mundos artificiales y, paradójicamente, infinitos. Resaltando que «cada geometría inventa sus propios axiomas», Borges, es­cribiendo, inventa su propia gramática geométrica, podríamos decir. Hay una cita de Fieldler, teórico del arte, que se puede aplicar perfectamente a Borges: «Los artistas más significativos, son siempre espíritus muy exactos».

Borges el ciego, toma a su servicio el fenómeno de la viabi­lidad óptica, por el cual la mente, física y psicológicamente y en forma simultánea, «ve» en palabras las formas.

Para Borges, en sus ficciones es importantísimo el espa­cio construido o en inquietante apariencia vacío. Es un escritor minimalista; sus textos han sido creados con el mínimo de elementos. De mente esquemática, le resta importancia a sus contenidos. Por ejemplo, en «La biblioteca de Babel» descri­be lúcidamente toda la arquitectura geométrica, pero el conte­nido de los libros que ahí se albergan conservan, esconden o desmoronan (¿de qué red estarán tejidos esos libros innume­rables?), es misterioso e inalcanzable, aunque haya sido escrito con letras; da cuenta el bibliotecario: «orgánicas en su interior, las letras puntuales, delicadas, negrísimas e inimitablemente simétricas».

Quiero aclarar que, en este contexto, metáfora de la am­bición del conocimiento de Dios, es razonable que Borges sólo haya sido capaz de crear la estructura geométrica, pues nos en­contramos en Babilonia, donde comenzó la dispersión de la di­versidad, la incomunicación entre los seres humanos por la so­berbia de creer que se puede alcanzar el cielo a través del vacío.

El cuento de la biblioteca de Babel

El cuento es un discurso filosófico escrito en forma lineal, con un solo personaje, que discurre en primera persona.

«El espacio de la biblioteca, es un mundo asfixiante y en­loquecedor. Antes, por cada tres hexágonos había un hombre. El suicidio y las enfermedades pulmonares, han destruido esa proporción».

Queda un hombre solo para contar lo que ahí está pade­ciendo, ¿purgando?, un solo lector, rata de biblioteca, memoria de una melancolía desconocida, casi extraterrestre. Habla así: «A veces, he viajado muchas noches por corredores y escaleras pulidas sin hallar un solo bibliotecario».

Borges desarrolla paradojas: la biblioteca, en el espacio, no tiene centro ni periferia, y en el tiempo, no tiene principio ni fin.

La biblioteca de Babel no tiene ningún libro sagrado o pro­fano, que a su vez tenga una explicación de la biblioteca, de su existencia. Borges usando a través de todo el texto palabras que significan infinitud, intangibilidad, indeterminación, etc., nos hace leer algo a punto de desaparecer.

El cuento, como antes cité, es una metáfora de la obsesión de abarcar lo inabarcable, del deseo de aprehender al Absoluto.

El universo para Borges en este relato, es un edificio infini­to que es recorrido por solitarios, cuyo destino es incomprensi­ble y desconocido. Aquí en este encierro, el vacío ha sido susti­tuido por una estructura que lo contiene y que es, él mismo, un universo completo: los libros.

El arquitecto Antonio Toca, admirador de la obra de Bor­ges, coincide con mi visión al decir que «En la biblioteca, la ar­quitectura construida con formas geométricas, canónicas, es el centro, la protagonista del relato. La obra es una pesadilla lúcida descrita con la precisión de un arquitecto.»

Y así describe el arquitecto Toca la biblioteca: «La circu­lación vertical entre las interminables galerías, está unida por una escalera en espiral, figura que ocupa el centro de cada seis hexágonos. Las paredes de las galerías son redes formadas por anaqueles donde se alojan los libros; en cada cubículo hexagonal hay cuatro muros anaqueles y quedan libres sólo dos espacios que sirven de intercomunicación entre un hexágono y otro».

Y hace un descubrimiento esencial: «Descomponiendo las escaleras, observa la misma forma de las coordenadas gené­ticas, compuestas de líneas horizontales y verticales en su es­tructura interna, y de espirales en su estructura externa. Encuen­tra en la intuición misteriosa de Borges la equivalencia del Ars Combinatoria del alfabeto lingüístico con el alfabeto genético. Ve la fascinación en el narrador por querer habitar, recorrer, des­entrañar los secretos del edificio y los libros como si fuera un ser vivo (como si el bibliotecario estuviera en esta vida cuando en realidad ‒aunque él no lo sabe‒ deambula en otra dimensión y a la deriva). Y cita a Allan Watts: «Existe una conspiración secreta entre todos los adentros y todos los afueras, y esta conspiración consiste en lo siguiente: parecer lo más diferentes posible y no obstante ser idénticos por debajo de las apariencias, ya que no podemos encontrar los adentros sin los afueras, lo uno sin lo otro». Y concluye Toca: «En este sentido, hay una conspiración secreta entre las espirales, las líneas y los volúmenes rectilíneos que utiliza Borges para construir sus hexágonos».

El concepto de Allan Watts de la identidad de los adentros con los afueras, y el hallazgo del arquitecto Toca, en su disección de la estructura de la biblioteca, me recuerdan los juegos de grá­ficas, que aparentan ser sólo dibujos geométricos repetitivos sin aparente contenido, pero que al observar fijamente un punto cen­tral del dibujo, el descubrimiento es una aparición: la verdadera figura, la forma esencial. La ilusión óptica ya no sólo se transforma en partes cóncavas y convexas; ahora surge el volumen: la tercera dimensión. También seductora invención de la mirada.

La infinitud en Borges y en Escher

En la biblioteca de Babel existe un método parecido al de los vie­jos bibliotecarios para encontrar el Gran Libro. El narrador del relato recuerda lo angustioso de tal hábito, sigámoslo: «Durante siglos, fatigaron las galerías; alguien propuso un sistema regre­sivo: para localizar el libro A, consultar previamente un libro B que indique el sitio de A; para localizar el libro B, consultar pre­viamente el libro C, y así, hasta el infinito».

Escher representa el Infinito de una manera equiparable a la de Borges. Es la «Banda de Moebius II»; en el dibujo del di­señador holandés hay una hormiga recorriendo una banda sinfín formada por líneas que a su vez forman cuadrados; por ese «ca­ mino» peligroso (porque la hormiga tiene que acertar a poner las patas en las líneas, si no lo hace, se hunde en el vacío) que además tiene la forma «torcida» de ocho acostado, signo mate­mático para designar el Infinito, la hormiga recorre inútilmente el tránsito buscando algo, o tal vez la salida, aventura desgracia­da, ya que no lo puede saber, pero está atrapada en el espacio de la infinitud.

Como queriendo concluir

Según el arquitecto Toca: «El laberinto fantástico de las gale­rías de la Biblioteca, que pudo haberlo ideado un matemático, un geómetra, un arquitecto, lo creó Borges el invidente. Por in­tuición pura se imaginó así al Universo. Se sabe que el espacio puede ser dividido indefinidamente en módulos, fragmentos, células: el hexágono es un ejemplo.»

Da la impresión de que Borges hubiera querido descarnar­se, aparece anhelando ser sólo intelecto. La visión del Mundo Borgiano es abstracta como si el escritor no soportara la realidad de su propia historia. Por eso pretendió convertirse en un perso­naje más de sus ficciones, «residía en la ficción»; le costaba tra­bajo entender su entorno. Entonces, se inventó su propia celda hecha de palabras, palabras—repeticiones, paralelas, equivalen­tes, palabras crípticas, a veces ininteligibles, palabras laberínti­cas, palabras espejo.

En el fondo de este vértigo de la repetición que Borges padeció, había un gran escepticismo. Desesperado buscador de Dios, construyó laberintos, en la creencia (ilusión altísima del ángel caído en la materia) de poder hurgar la forma del misterio.

Pero… la geometría es limitante, no deja respirar al espacio y la biblioteca de Babel, infinita en cuanto a su cuerpo virtual, para el habitante atrapado en el hexágono, es vivir la paradoja de la relatividad en su espléndida polaridad: las galerías de soledad finita. Tan es así, que tiene que haber paneles de espejo para agrandar el espacio existente; oh vana ilusión que sólo refleja y exacerba la conciencia de la refractación tan abominable para Borges.

Los sueños de la razón crean monstruos; el de Borges es literario—filosófico—arquitectónico, pero inquietante, visiona­rio. Borges se acercó a la forma dilatada y entrópica del Infinito.

Bibliografía

Borges, J. L. (1987). Ficciones. Buenos Aires: Editorial EMECE.

Desdier, A. (enero 1989). «El cuerpo y el código en los cuentos de Jorge Luis Borges». Revista Plural no. 208.

Ernst, B. (1987). El espejo mágico. Alemania: Editorial M. C.

Escher, M. C. (1989). Estampas y dibujos. Alemania: Edi­torial Taschen.

Toca, A. (enero 1989). «Construir la torre de Babel, un tributo a Borges». Revista Plural no. 208.

 

 Texto publicado en el libro: México Hoy (Zonámbula, 2018)