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Imagen de Pham Trung Kien en Pixabay |
Durante el día estuve renegando,
por el tráfico, la gasolina que había vuelto a subir y el calor tan elevado para
ser todavía invierno. Llegué a mi oficina, con una montaña de papeles que me
esperaban para ser revisados, procesados y devueltos a distintos departamentos
de la empresa en la que trabajo. Luego durante la comida, me volví a quejar porque
con las prisas se me había olvidado el tupper de las verduras. El día
parecía ir como la mayoría, donde los pequeños detalles te agobian y se van
convirtiendo en la vida que nunca quisiste tener.
Cerca de las cinco de la
tarde, iba de regreso con un inminente dolor de cabeza, pensando en que tendría
que llegar a cocinar para el día siguiente, dejarle algo a mi hija. Nunca tuve
esposo, el padre de mi hija nos abandonó cuando ella tenía menos de un año de
edad. Mis padres me apoyaron hasta que ella entró al kínder, pero allí mi madre
enfermó de un cáncer que se la llevó muy rápido a la tumba. Mi padre no pudo vivir
sin ella, al menos, no de forma normal, una demencia le atacó su cerebro, mismo
con el que batalló durante unos años para finalmente acompañar al viaje eterno
a mi madre.
Mi hija y yo nos quedamos
solas. Y así había sido durante más de una década, ahora mi hija estaba en la
universidad se iba temprano, de allí salía a un trabajo de medio turno que había
conseguido cerca de su escuela. Ambas regresábamos a eso de las seis de la
tarde, ella a hacer deberes, yo a hacer comida para el día siguiente y a
limpiar lo que se pudiera. Muchas veces mientras ella lavaba los trastes me
platicaba de su día, de sus amigas, los novios, su jefa del trabajo y los
maestros de la escuela. Y he de confesar, que la mitad de las veces, minimicé
sus problemas, los escuchaba y fingía que prestaba atención, para terminar
diciendo, “Todo saldrá bien, ya lo verás”, aunque ni siquiera estaba segura si
mi comentario iba de acuerdo a lo que me acababa de decir.
Esa tarde que regresé, ella no
estaba allí. Me resultó raro porque casi siempre llegaba antes, pero tal vez,
había ido a casa de alguna de sus amigas, revisé mi celular, pero no había
mensajes. Raro, volví a pensar, mientras me cambiaba de ropa y me dirigía a la
cocina.
Los minutos seguían pasando,
el sol comenzaba a ocultarse y ella seguía sin llegar, después de poner el
pollo a cocer, tomé el celular y le marqué, una… dos… diez veces. Le mandé mensajes
al Whatsapp, pero aparecía que la última vez que había estado en línea había
sido a las 6 de la mañana, que había sido unos minutos después de que ella
había salido de casa.
Esa sensación de miedo comenzó
a inundar mi ser, comencé a llamar a las amigas de mi hija, de quienes tenía su
contacto, de inmediato las contestaciones no se hicieron esperar “No llegó a la
escuela”, “pensamos que estaba enferma”, después llamé a su jefa quien me dijo
que tampoco había llegado a trabajar… mis dedos se congelaron, mis pensamientos
se entumieron y mi corazón se detenía cada dos segundos, causándome piquetes de
ansiedad que subían por mi garganta.
Llamar a los hospitales, ir a
la delegación para ver si estaba detenida, fueron cosas que no deseaba hacer,
pero era mejor pensarla herida o detenida que secuestrada o muerta.
Los siguientes días cambió mi
rutina, las quejas de las nimiedades del trabajo, del tráfico o el calor,
habían quedado en el olvido, yo sólo quería a mi hija de vuelta… levantar las
alertas en la policía y empezar una búsqueda infructífera que ha absorbido mi
vida. Me niego a pensar que está muerta, sin embargo, me da más miedo siquiera
imaginar lo qué le puede estar sucediendo si no lo está. Imprimo su imagen en pancartas
y en afiches que han quedado pegados en postes y bardas… con cada uno que pego
se va un trozo de mi esperanza.
Y me siento mal, por no haber
sido una madre sobreprotectora que la tuviera vigilada las 24 horas, por no
haberme ofrecido a llevarla a la escuela, pero, sobre todo, por no haberle contestado
después de su “Nos vemos en la tarde”, con más ánimo, de no haberme fijado con
certeza qué ropa llevaba puesta, por no haberle abrazado y dicho que la amaba…
que la sigo amando.