lunes, 28 de octubre de 2019
jueves, 24 de octubre de 2019
Por su culpa de Alejandra Torres Pichardo
08:27
Usted
me dice, ¿ya está grabando?
Como le decía, debí haberla ayudado, pero mi
viejo siempre me decía: eso no es bronca tuya, Bertha. El hijo de la chingada
de mi compadre la llevó derechito a la tumba. Mi comadre nunca se disparó,
estaba mal de tristeza, pero no loca; sus hijos le preocupaban, ellos, los dos;
cómo iba a dejar desamparados a sus chiquillos tan pequeños.
No,
ella fue asesinada, lo que dicen en los periódicos es mentira, mi comadre Juana
ya había denunciado varias veces al puerco aquel, yo la acompañé dos veces,
pero de esa dos veces la tardaron como si fuera a pedir fiado, nunca le
hicieron caso a la pobre, aunque llegara con la cara gorda, hinchada de golpes
y sin poder caminar, nunca fueron buenos para atenderla, ya después, las otras
veces que la golpeó le dije que se fuera sola, al fin y al cabo ni le hacían
caso, yo tenía que atender a mi marido y a mis hijos, sí de por sí, cuando fui
con ella que nos dilataron todo el día, mi viejo me puso una de aquellas; que
yo no tenía por qué andar en argüendes ajenos, que ese no era mi problema y que mejor los dejara con
su brete, luego yo fui la que le dijo que mejor ya no fuera a denunciar, o que
ya no le hiciera caso cuando llegara borracho, que tratara de tenerlo contento,
mejor.
Fíjese que él no era tan malo, había veces
que sí la quería, hasta yo pensaba que la Juana exageraba, es que el hombre los
llegó a llevar al mercado, a ella y a sus hijos, me consta; eso sí, sin soltar
el bote de cerveza. Les compraba algo de mandado; yo por eso mejor ya ni
opinaba, es que como decía mi viejo: esas eran sus broncas.
Más bien yo creo que se fue haciendo más
desgraciado cuando Miguelito se les fue de la casa, mi comadre Juana tampoco
fue la misma, y es que el compadre le echaba la culpa de todo, de que si el
Miguel salió así, y que si fue porque lo mimaba de más, de que si lo ponía a
limpiar la casa, que eso sólo era pa’ viejas,
y puras de esas; la comadre sufría, ella me platicaba que el compadre se
la había sentenciado, que si un día Miguelito regresaba lo iba a matar, que él
no iba a ser la burla de nadie y menos del Miguel, y es que mi ahijado, les
salió rarito, desde muy chico ya se le notaba, se llevaba mucho con mi hija la
grande, ya nomas veía venir a su padre todo borrachote y corría a esconderse, y
es que lo metía de las orejas cuando lo veía platicando con las niñas, los
demás chiquillos siempre se reían de él, y un día ya grande, ya de edad, nomás
le dejó una carta a la Juana diciéndole que se largaba, que se iba a rentar una
casa del centro con unos amigos, nunca dio la dirección, sólo se fue y jamás se
le volvió a ver, el compadre dijo que mejor, que prefería no tener hijo a que
fuera maricón. Mi comadre se fue acabando de tristeza, sólo le quedaron sus dos
hijos chicos. Ya cuando mi compadre entró de policía, se sentía muy cabrón, más
perro que antes, ahora no había día que no se fregara a la Juana, nomás se oían
los gritos y los chingadazos, a veces me daban ganas de ir a tocarles la
puerta, pero mi viejo decía que no era nuestro problema, y tenía razón, porque
en una de esas ya enojado, el compadre, podía sacar la pistola y hasta a mí me
tocaba; y ándele que le toca a mi comadre, aunque digan que ella solita se
disparó.
Oiga, ¿y se va a tardar mucho? es que ya
casi empieza mi serie de narcos y mi viejo ya va a llegar del trabajo. Pos yo
ya dije todo lo que sé, nomás no me echen de cabeza con el compadre. ¿Me pueden
distorsionar la voz y ponerme cuadritos en la cara?
¿Qué día salgo en la tele?
viernes, 22 de febrero de 2019
Fue por eso - Lizbeth Sánchez
10:22
Sentada en la sala de visitas, Rita miró la voluminosa
figura de su madre acercándose a la mesa. Vio como las carnes del rollizo
cuerpo se desbordaban fuera de un vestido que pretendía parecer sexy. La señora jaló la silla del otro lado de la
mesa, las patas rechinaron mientras raspaban el piso, luego ella dejó caer su
cuerpo sobre el asiento. La
consternación nubló sus ojos.
–Ay, hijita, ¿Qué hiciste? – murmuró con voz trémula.
Rita guardó silencio.
–¿Por qué, mijita? ¿Por qué? Tan buen marido que era…
–Por qué me recordó a los suyos, amá. –Contestó Rita
por lo bajo.
–¿A los míos? ¿Ni siquiera hay manera de compararlos?
¿A cuál de ellos? ¿Al Gerardo, que me obligaba a trabajar en una cantina y
luego me quitaba los pesos que ganaba?
–A ese no lo conocí – Respondió Rita con desdén.
–¿O a tu padre, que me dejó en cuánto vio que parí a
una vieja y no a un macho?
–Siempre me ha restregado eso, amá – mencionó Rita con
desprecio – Siquiera la dejó tenerme y no la obligó a abortar pa’ no mantener
más bocas.
–¿O al Ramiro…? – continuó la deslucida dama –Ay, el
Ramiro – envolvió el recuerdo en un suspiro –tan ardiente, ese sí era un
hombre.
–Sí, claro, el que me sacaba del cuarto de la vecindad
pa’ podérsela coger a su antojo, y ¿pos, pa’ qué? Si los gritos de usté se
escuchaban por todos lados. Sólo cuando
llovía no tenía que taparme las orejas.
–¿Al Gilberto? –Evocó perdida en la memoria – Ese sí
era cumplidorcito pal chivo. Pos así,
como tu marido…
–Pos sí, puede que a ese se parecía más que a todos,
al que se metía por las noches en mi cama pa’ cogerme a huevo, mientras usté se
hacía pendeja del otro lado de la puerta.
A ése que me dejaba los moretes que usté nunca vio.
–Vas a volver otra vez con ese cuento…– El tono se
tiñó de indignación.
–O al de la carnicería que cuando ya no le gustó usté
pa’ cobrarse pidió que yo fuera por la carne.
–¿Cómo te atreves? – Gritó la visitante y se levantó
con inesperada rapidez. La silla cayó con estrépito sobre su respaldo. Las miradas de reclusas y visitantes se
volvieron hacia ellas,
–A todos esos recordé esa noche – rememoró Rita en voz
queda – y a otros – continuó – que de seguro usté no recuerda por sus
borracheras. ¿Sabe? Cuando él, ese que usté llama mi marido, se metió a mi
cuerpo por la fuerza, cuando me golpeó como lo había hecho otras veces, pero
más duro que antes, mientras miraba sus ojos que brillaban de odio, me fui
acordando poco a poco de todos esos hombres.
Y cuando a jalones intentó arrastrarme fuera de la casa, cuando escuché
la lluvia que caía a chorros, cuando oí los truenos, entonces, como pude, a
mordidas y aruñones me solté, agarré el cuchillo que estaba en la mesa y se lo
clavé, una y otra y otra vez, mientras en su cara miraba al Ramiro, al Gilberto
y a los otros. Y fue por eso qué lo
maté, amá.
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