Desde
hace 35 años ejerzo el periodismo en México. De 1983 a la fecha. Es un periodo
muy amplio en el que me ha tocado vivir cambios profundos y notables,
obviamente en varios ámbitos, pero me referiré a los del periodismo porque a
través de él, necesariamente, habrá referencias a las transformaciones por las
que ha pasado nuestro país y la sociedad en la que estamos inmersos.
En 1983,
con 19 años de edad y la idea reveladora de que podía escribir y a través del
periodismo hacer grandes cosas, hacía un año apenas de la patética escena de
López Portillo llorando por el peso y del destape de una crisis descomunal que
llevó al país de la promesa de administrar la abundancia al abismo de la
inflación y la corrupción galopantes.
Mientras
cubría bodas para el periódico El Jalisciense, el narcotráfico en México pasaba
a las grandes ligas del crimen organizado en el mundo, la crisis económica se
profundizaba y, pocos años después, mientras atendía la fuente de Salud,
primero, se registró el asesinato de un periodista que para muchos dejó en
evidencia la vulnerabilidad del gremio, como nunca antes: Manuel Buendía fue
acribillado en la Ciudad de México el 30 de mayo de 1984.
Y,
segundo, la naturaleza se ensañaba con nuestro país con los sismos del 85 cuyas
repercusiones cimbraron toda la geografía nacional. La organización ciudadana,
la sociedad civil, los organismos no gubernamentales eran términos y
expresiones con las que poco a poco empezábamos a familiarizarnos y de alguna manera
se constituían en una esperanza de cambio profundo contra el autoritarismo, la
represión y la corrupción que pese a las campañas de renovación moral,
campeaban y seguían en franco crecimiento. Algo se estaba moviendo y muy
fuerte.
¿Riesgos
para la profesión en esta primera etapa de mi propia carrera? Cubriendo bodas y
quince años, exposiciones de pintura y entrega de despensas, difícilmente
corría algún peligro. Sin embargo, inquieta y con ganas de hacer cosas
diferentes, se me ocurrió hacer una especie de encuesta en el centro de la ciudad,
mientras en los altavoces de la Plaza de la Liberación se escuchaba un informe
presidencial, el primero de Miguel de la Madrid. El resultado fue muy bueno en
términos periodísticos, nadie estaba poniendo atención, estaban descansando en
la plaza porque, no sé si recuerden, pero antes en los informes presidenciales se
paralizaba el país; la mayoría de los entrevistados me contestó que no creían
nada, que era lo mismo de cada año y que no les interesaba en realidad.
Llegué
emocionada a la redacción con mi nota de la que me sentía orgullosa, y cuál va
siendo mi sorpresa y susto cuando en mi cara rompieron las cuartillas de papel
revolución que había tecleado con especial energía en una Olivetti y me dijeron
que esa era una clase de periodismo populista que no servía de nada y que no lo
volviera a hacer si apreciaba mi empleo. Alerta. Foco rojo. Peor se puso la
cosa cuando la administradora, toda una leyenda de terror en periódicos de
Guadalajara, Eva Chiú, me ordenó gritando que vendiera publicidad y consiguiera
un anuncio del DIF1que ocupaba tres cuartos de plana en El Informador.
No
lo procesé entonces, apenas ahora, pero por cuestiones que no ponían en riesgo
mi integridad física, efectivamente mi puesto, mi empleo, sí estaba en riesgo
si insistía en hacer notas como la del informe o si me resistía a vender
publicidad, como saben, una de las maneras más efectivas de que los periodistas
perdamos independencia. Qué fragilidad.
Sobre
la marcha, porque en la escuela en donde estudié la carrera técnica de
Periodismo no nos enseñaron tal cosa, me fui dando cuenta de que para
sobrevivir en el medio, era necesario atender la línea que se marcaba en cada
medio; era nuestra obligación conocer compromisos y tendencias para no cometer errores
que nos costaran el trabajo.
De
alguna manera puedo decir que corrí con suerte una buena parte de mi carrera,
aunque en gran medida fue porque las fuentes que cubrí, en verdad, no
implicaban mayores riesgos.
En
1989 ingresé a El Informador y nunca
fui censurada; desde esas páginas me lancé con entusiasmo a la realización de reportajes
cuando empezaba a ser una tendencia en México el periodismo de investigación y
los esbozos de un periodismo plural ya no tan oficialista se multiplicaban.
Tomaba forma un periodismo más comprometido, profundo y trascendente.
Claro
que en esto influyeron las elecciones de 1988, la caída del sistema y la
certeza, desde los medios y sus periodistas, de que la sociedad ya no nos iba a
creer porque lo que se publicaba no checaba con la realidad. A partir de aquí
los cambios se han dado de manera vertiginosa y en diferentes flancos.
Los
riesgos para la profesión empezaron a multiplicarse.
Lo
más doloroso son los asesinatos y desapariciones, las amenazas de muerte, y
todo porque desde el periodismo se intenta contribuir a resolver cuestiones que
el Estado no quiere o no puede; o porque el Estado oculta dados los
contubernios con otros sectores de la sociedad, empresariales, universitarios, deportivos…
Y también porque los periodistas no están en las condiciones óptimas para
realizar su trabajo, porque son cooptados a fuerza de amenazas y se convierten
en mensajeros del crimen organizado. Alto, altísimo riesgo, porque además,
desde la autoridad les ha dado por criminalizar antes de averiguar, de la misma
manera como lo hacen con activistas y manifestantes, en esta práctica perversa
dirigida a la sociedad a través de los medios, que nos mantiene divididos y esa
tendencia a juzgar sumariamente a todo lo que da.
Son
decenas de miles ya los periodistas asesinados en México, los desaparecidos, y
no se diga los acallados, los despedidos y perseguidos por gobiernos corruptos,
susceptibles e intolerantes a la crítica y represores; con todos ellos quién
sabe hasta donde se nos vaya la cuenta, son casos que no están en ninguna relación,
en ninguna lista, en ninguna estadística.
A
los riesgos por la cobertura e investigación de temas de narcotráfico,
corrupción y crimen organizado, se suman los riesgos por despido y descrédito,
por haber dado a conocer algún asunto incómodo o por ser especialmente críticos
de las gestiones gubernamentales; esto también contribuye a hacer del periodismo
una profesión de alto riesgo y en estos grandes segmentos, de lo que se trata
es de callarnos.
En
Jalisco además de los despidos, que ya son decenas; se reciben en medios
«órdenes» o «sugerencias» o «amables solicitudes» para cambiar a reporteros
incómodos de determinada fuente y hay casos documentados y vigentes de amenazas
de muerte a colegas que han realizado reportajes de investigación que exponen
corrupción y tráfico de influencias.
Hay
grandes resistencias y nuevos desafíos. Antes, por miedo, no se daba cuenta de
la corrupción en el gobierno, de los fraudes electorales, de los excesos de los
gobernantes, no se dio cuenta en su momento de la matanza del 68 salvo honrosas
excepciones. Como espectadores vivíamos enajenados, temerosos, callados.
Luego
las ventanas de la libertad de expresión se abrieron y salimos, casi volamos
hacia ella. Ahora el miedo, que dejamos de sentir los periodistas durante un
buen tiempo, cambia de fuente, de origen, pero reaparece.
Las
noticias no son buenas.
Después
de la euforia de la primera vez generada por la recién estrenada libertad de
expresión, después de nuestros gloriosos «gates» (toallagate, pemexgate);
después del descubrimiento pues, del periodismo de investigación y de la
emoción (equivocada a veces) que sentimos al ver rodar las primeras cabezas desde
las altas esferas de gobierno, vuelve el miedo, una de las principales razones
de que muchos periodistas no seamos cien por ciento independientes. Sí, más que
el chayote, la publicidad, el favor, la prebenda e incluso, el cargo público,
el miedo nos paraliza y nos resta independencia. ¿Cuántos temas no abordamos por
miedo? ¿Cuánta autocensura? ¿Y es cuestionable? La impotencia y la frustración
campea en quienes ejercemos y vivimos el periodismo de manera idealista,
romántica… y válida, sí.
Muchos
de los que se han atrevido a investigar y a denunciar en sus notas y columnas,
en sus programas de radio y de televisión, a la delincuencia organizada, a los
narcotraficantes, a los invasores de terrenos, hoy están muertos o
desaparecidos o lesionados; son un expediente más en la fiscalía especializada…
¿En qué? ¿Qué capo, narcotraficante, ladrón, funcionario corrupto está en la
cárcel por la acción de esa fiscalía? Por cierto ¿Quién es el fiscal? ¿Cómo se
llama?
No
somos héroes y, sin embargo, la sociedad está amenazada y enferma y temerosa.
No
todo está perdido. Algo podemos hacer sin exponer nuestras vidas, para seguir
haciendo.
La
propuesta es: periodismo cívico. Más que para combatir el narcotráfico, para
erradicar el consumo, por la cohesión familiar y del tejido social, por la
estabilidad personal, por el fortalecimiento de los espíritus, por los seres
humanos y contra los poderosos que manipulan a la sociedad de muchas formas
para tenerla y mantenerla sometida, enajenada, perdida, ignorante y mal
educada; periodismo cívico a favor de la seguridad nacional, de los objetivos
de la nación (cuando los tengamos, y nos toca insistir); periodismo cívico por
un proyecto de nación (cuando lo tengamos y también nos toca insistir).
Y
para erradicar el consumo ¿Qué? ¿Cómo? Información, educación, generación de
conciencia. Si como periodistas logramos que la gente denuncie de manera
anónima; si nuestra causa es contra la violencia y la drogadicción; si decimos
una y otra vez cómo los padres y los maestros pueden detectar si sus hijos
consumen drogas; si exigimos respuestas a las autoridades contra el desempleo y convencemos a nuestros auditorios
para que las exijan también; si promovemos el voto razonado y explicamos y abrimos
los ojos y los oídos de quienes nos escuchan, nos leen y nos ven para que sepan
el poder que tienen como ciudadanos, entonces estaremos cumpliendo con nuestro
papel, aportaremos, haremos la diferencia y podremos aspirar a vivir mejor.
Tenemos
esa responsabilidad, nos la otorga el privilegio que nos da el ingreso,
prácticamente sin filtro, a todos los hogares, de una u otra forma, en papel
periódico, en audios, en imágenes.
Tomás
Eloy Martínez, escritor argentino y capacitador de periodistas en varios países
de América Latina, dijo: «El periodismo no es algo que uno se pone encima a la hora
de ir al trabajo. Es algo que duerme con nosotros, que respira y ama con
nuestras mismas vísceras y sentimientos. En el periodismo se impone una nueva
ética; el periodista ya no es un agente pasivo que observa la realidad y la
comunica, no una mera polea de transmisión. Lo que escribo es lo que soy y si
no soy fiel a mí mismo, no puedo ser fiel a quienes me leen. El periodista está
obligado, en todo tiempo, a pensar en su lector, alianza de fidelidades a su
propia conciencia, al lector y a la verdad.
«Al
lector se le respeta con la información precisa; el periodismo no es un circo
para exhibirse, sino instrumento para pensar, crear, para ayudar al hombre en
su eterno combate por una vida más digna, más justa. A semejanza del artista,
el periodista es creador de pensamiento».
También
creo en el periodismo como una herramienta para lograr mejores condiciones de
vida y es ese sentido el que es preciso rescatar; vale la pena remontar el
largo camino ya, de desconfianza, descrédito y desprestigio.
Independientemente
de lo que se avance en materia de regulación y auto-regulación, en acceso a la
información y en la relación entre medios y periodistas, entre medios y
sociedad, rescatar el periodismo depende de cada periodista, de su lucha incansable
y cotidiana por servir a la sociedad y no al poder; de su determinación por ser
independiente y responsable; de su decisión de no caer en la tentación del
escándalo, la nota amarilla, el falseo de datos, la manipulación, la
imprecisión o la corrupción; de su interés por atender aquello que puede ser
noticia y al mismo tiempo signifique soluciones y respuestas para amplios sectores
de la sociedad o que impida el abuso de los poderosos en detrimento de los
débiles.
Es
muy difícil trabajar con miedo; a veces se toman decisiones valientes,
temerarias, a veces irresponsables e imprudentes; en otras ocasiones se opta
por nadar de muertito o navegar con bandera… de todos modos a nadie le damos
gusto, de todos modos seremos juzgados desde afuera, desde adentro y por
nosotros mismos…
Y en
este orden de ideas, quiero rescatar aquí, como una opción de ejercicio
periodístico que no implica la disminución de riesgos, volver a los orígenes,
al periodismo que ahora le llaman responsable pero que tendría que ser
simplemente periodismo: La responsabilidad es una cualidad inherente a este
oficio; tendríamos que hablar entonces de rescatarlo. ¿Por qué ahora, en muchos
sentidos, es una aspiración el periodismo responsable? ¿Por qué está en la mesa
del debate? Por las desviaciones en el ejercicio profesional, porque se ha
faltado al compromiso con la verdad, porque se ha minado la independencia… en
resumidas cuentas, se ha prescindido de la ética. Este es otro riesgo o conjunto
de riesgos.
Periodismo
responsable es el que privilegia los intereses de la sociedad a la que se debe;
no los intereses de los poderes fácticos.
El
que es «tribunal de la opinión pública» y retoma las nociones de opinión común
como presión social y busca la difusión regular de las actividades
gubernamentales e investiga exhaustivamente sobre ellas, como un seguro contra
los abusos de poder, contra la corrupción y a favor del servicio público
auténtico y generador de niveles de vida superiores para toda la sociedad, sobre
todo los sectores marginados. El que compromete, vigila y da seguimiento.
Periodismo
responsable es también el que dedica tiempo y espacio a temas aparentemente
menores pero que con frecuencia son más importantes que los escándalos
políticos: cultura y medio ambiente, por ejemplo, derechos humanos, salud y
educación, trabajo e infraestructura, desarrollo comunitario, participación… entre
muchos otros.
Entiendo
el periodismo responsable como el que se ejerce con la conciencia de que el
daño no se repara totalmente y, por lo tanto, se ocupa de prevenirlo; el que
está comprometido con la verdad y siempre se pregunta para qué es la verdad; el
que considera los derechos humanos de los acusados y busca sin descanso todas las
versiones de un mismo hecho, incluida la de los directamente afectados; el que
usa correctamente el idioma para defenderlo y para no dejar rendijas por donde
se cuele una mala interpretación o un malentendido; el que entrega precisión y
no ambigüedades.
El
periodismo responsable es el que busca la verdad completa y así la presenta a
los lectores, a los televidentes, a los radioescuchas y a los cibernautas:
causas, realidad y consecuencias; el que verifica la información dos y tres
veces, todas las necesarias, antes de publicarla; el que asume la verdad como
el valor supremo de la profesión y sacrifica una exclusiva con tal de defender
esa verdad.
El
que no se vende y está plenamente consciente del poder que tiene en sus manos y
lo usa, todo, en beneficio de la gente; el que sabe que también es guía.
Es
el periodismo responsable el que vale en la lucha permanente por enriquecer,
fortalecer y perfeccionar la democracia; el que da respuestas e intenta siempre
abrir conciencias. El que invita a la sociedad a ser democráticamente
responsable y la motiva a participar, a exigir, a hacer la diferencia, a
moverse, sin que esto implique decir exactamente qué y cómo.
El
que no cree saber lo que la gente necesita saber y, por el contrario, pregunta,
escucha, investiga, se acerca, atiende, respeta y rectifica siempre que es
necesario, sin reticencias.
Es
el periodismo ventana, puerta, camino, antorcha, entrada y salida, cima, razón;
no el periodismo abismo, muro, prisión, cadena, sinrazón.
Es
el periodismo así, sin adjetivos, el que ofrece posibilidades y un mejor futuro
porque contribuye a poner en marcha el poder de la sociedad.
¿Esto
implica riesgos? Sí, altísimos, pero vale la pena, siempre vale la pena… hasta
donde tope.