Sábado. Día de raya. El banco
atiborrado. De repente: ¡Esto es un asalto. Nadie se mueva —crlar, crlac, el
cerrojo de una escuadra calibre cuarenta y cinco— porque se muere¡ !Al piso
todos! Expectación. Rostros sorprendidos, trémulos. Hombre felino moviendo en
semicírculo su pistola: como en las películas; nimás ni menos igual que en
«Atraco en Babaría». El reloj de pared, redondo, blanco como luna, indiferente;
la manecilla larga en el tres, la manecilla corta en el diez, la delgadita
gira, gira que gira. El inválido que pedía afuera del banco, en fuga muletas al
hombro, volviendo con miedo, con pena, una y otra vez la cara hacia la entrada
del banco.
Adentro: hombre nervios crispados: ¡el
cajero principal! ¿Quién es el cajero principal? Voz de flauta, tembloroso: yo
señor. Hombre nervios crispados fustiga con la voz el silencio expectante: ¡abra
la bóveda! voz de flauta: sí señor. Uno atrás del otro, apresurados, hacia la
bóveda del banco. El de camiseta negra, AK 47 estampado en el pecho,
apremiante, apunta con el cañón de la pistola en la cara a boquita pintada, en
la caja tres: ¡el dinero, aquí el dinero, en la bolsa. ¡Muévete pendeja! Mirada
juvenil, huidiza, aterrada: voy... ya voy; manos apresuradas, titubeantes, las
uñas largas, con aplicaciones, se lastiman sacando pacas, puños de billetes
revueltos. El señor que estaba en la caja de boquita pintada: blazer azul
marino, pantalón de lana gris Oxford, corbata roja, con su asistente al lado,
Linda Muti.
Hermosa mujer; ambos tendidos en el
suelo. Ella perdiendo la compostura, golpea el piso con los puños, grita
histérica: no, no, no; sin control se orina sobre la losa blanca de mármol;
laguito áureo, brillante, amorfo. Arte abstracto. Quieta al fin, solloza sin hacer
ruido. El señor del blazer azul, angustiado, muy angustiado. Lo está matando la
angustia. Se vuelve hacia Linda: tengo sed. Ella sobreponiéndose: no es momento
licenciado Elio. El miedo desparramado por el señor del blazer azul, se podría
recoger con una escoba. Nos salpica. Él insiste. No aguanto la sed.Me estoy
muriendo de sed. Ella, limpia sus lágrimas, gira discreta la cabeza, mira de
reojo al hombre camiseta negra con el fusil estampado que vigila atento. Linda
al señor: no, licenciado Elio, ahora no. Él no escucha. La diabetes no tiene
oídos. La sed le derrite el rostro, lo desfigura cuando se incorpora. Camina
autómata hacia el despachador de agua. Su portafolio negro bajo el brazo. El
palito largo adelante del tres, el palito corto en el diez; al palito delgado
del reloj le urge llegar; ¿a dónde? No lo sabe. Gira, gira que gira...
El hombre de la camiseta negra hecho un
energúmeno: ¡Dije que nadie se moviera! ¿A dónde crees que vas? Grito
destemplado. ¡Párate cabrón! ¡Quédate parado allí te dije! Rostro derretido de
sed, no escucha, camina, impávido. Explosión, gritos. Alaridos de mujer: ¡no,
no! Camiseta negra, con la pistola humeante. Empuja el cuerpo inerte con la
punta del zapato. Exánime, el Licenciado Elio ya nada teme; ya no tiene sed. La
angustia salió presurosa por el orificio en la sien siguiendo a la vida en su
fuga. Camiseta negra recoge el portafolio, lo sopesa, se lo lleva. Sirenas.
Lamento angustioso de sirenas acercándose. Muchas sirenas. Movimientos
apresurados. ¡Ya valió madre! ¡Vámonos! El hombre del Ak 47 impreso en la
camiseta corre hacia afuera, huye haciendo disparos con la cuarenta y cinco.
Los uniformados en la calle, apuntándole parapetados atrás de las patrullas; suenan
los cerrojos de los rifles; truenos.
Adentro, Linda Muti sin caer aún en
cuenta: ¡ayúdenlo; ayúdenlo, por favor, se está muriendo! El hombre del blazer
azul, con la cabeza en medio de un laguito rojo. Líquido brillante, arte abstracto,
impronta plástica. Muerto; bien muerto.
Tomado del libro: México hoy, Editorial la Zonámbula