jueves, 26 de noviembre de 2020

Arte abstracto por Benito Gómez

 



Sábado. Día de raya. El banco atiborrado. De repente: ¡Esto es un asalto. Nadie se mueva —crlar, crlac, el cerrojo de una escuadra calibre cuarenta y cinco— porque se muere¡ !Al piso todos! Expectación. Rostros sorprendidos, trémulos. Hombre felino moviendo en semicírculo su pistola: como en las películas; nimás ni menos igual que en «Atraco en Babaría». El reloj de pared, redondo, blanco como luna, indiferente; la manecilla larga en el tres, la manecilla corta en el diez, la delgadita gira, gira que gira. El inválido que pedía afuera del banco, en fuga muletas al hombro, volviendo con miedo, con pena, una y otra vez la cara hacia la entrada del banco.

Adentro: hombre nervios crispados: ¡el cajero principal! ¿Quién es el cajero principal? Voz de flauta, tembloroso: yo señor. Hombre nervios crispados fustiga con la voz el silencio expectante: ¡abra la bóveda! voz de flauta: sí señor. Uno atrás del otro, apresurados, hacia la bóveda del banco. El de camiseta negra, AK 47 estampado en el pecho, apremiante, apunta con el cañón de la pistola en la cara a boquita pintada, en la caja tres: ¡el dinero, aquí el dinero, en la bolsa. ¡Muévete pendeja! Mirada juvenil, huidiza, aterrada: voy... ya voy; manos apresuradas, titubeantes, las uñas largas, con aplicaciones, se lastiman sacando pacas, puños de billetes revueltos. El señor que estaba en la caja de boquita pintada: blazer azul marino, pantalón de lana gris Oxford, corbata roja, con su asistente al lado, Linda Muti.

Hermosa mujer; ambos tendidos en el suelo. Ella perdiendo la compostura, golpea el piso con los puños, grita histérica: no, no, no; sin control se orina sobre la losa blanca de mármol; laguito áureo, brillante, amorfo. Arte abstracto. Quieta al fin, solloza sin hacer ruido. El señor del blazer azul, angustiado, muy angustiado. Lo está matando la angustia. Se vuelve hacia Linda: tengo sed. Ella sobreponiéndose: no es momento licenciado Elio. El miedo desparramado por el señor del blazer azul, se podría recoger con una escoba. Nos salpica. Él insiste. No aguanto la sed.Me estoy muriendo de sed. Ella, limpia sus lágrimas, gira discreta la cabeza, mira de reojo al hombre camiseta negra con el fusil estampado que vigila atento. Linda al señor: no, licenciado Elio, ahora no. Él no escucha. La diabetes no tiene oídos. La sed le derrite el rostro, lo desfigura cuando se incorpora. Camina autómata hacia el despachador de agua. Su portafolio negro bajo el brazo. El palito largo adelante del tres, el palito corto en el diez; al palito delgado del reloj le urge llegar; ¿a dónde? No lo sabe. Gira, gira que gira...

El hombre de la camiseta negra hecho un energúmeno: ¡Dije que nadie se moviera! ¿A dónde crees que vas? Grito destemplado. ¡Párate cabrón! ¡Quédate parado allí te dije! Rostro derretido de sed, no escucha, camina, impávido. Explosión, gritos. Alaridos de mujer: ¡no, no! Camiseta negra, con la pistola humeante. Empuja el cuerpo inerte con la punta del zapato. Exánime, el Licenciado Elio ya nada teme; ya no tiene sed. La angustia salió presurosa por el orificio en la sien siguiendo a la vida en su fuga. Camiseta negra recoge el portafolio, lo sopesa, se lo lleva. Sirenas. Lamento angustioso de sirenas acercándose. Muchas sirenas. Movimientos apresurados. ¡Ya valió madre! ¡Vámonos! El hombre del Ak 47 impreso en la camiseta corre hacia afuera, huye haciendo disparos con la cuarenta y cinco. Los uniformados en la calle, apuntándole parapetados atrás de las patrullas; suenan los cerrojos de los rifles; truenos.

Adentro, Linda Muti sin caer aún en cuenta: ¡ayúdenlo; ayúdenlo, por favor, se está muriendo! El hombre del blazer azul, con la cabeza en medio de un laguito rojo. Líquido brillante, arte abstracto, impronta plástica. Muerto; bien muerto.


Tomado del libro: México hoy, Editorial la Zonámbula