jueves, 12 de noviembre de 2020

Hasta donde tope… por Laura Castro Golarte

 



Desde hace 35 años ejerzo el periodismo en México. De 1983 a la fecha. Es un periodo muy amplio en el que me ha tocado vivir cambios profundos y notables, obviamente en varios ámbitos, pero me referiré a los del periodismo porque a través de él, necesariamente, habrá referencias a las transformaciones por las que ha pasado nuestro país y la sociedad en la que estamos inmersos.

En 1983, con 19 años de edad y la idea reveladora de que podía escribir y a través del periodismo hacer grandes cosas, hacía un año apenas de la patética escena de López Portillo llorando por el peso y del destape de una crisis descomunal que llevó al país de la promesa de administrar la abundancia al abismo de la inflación y la corrupción galopantes.

Mientras cubría bodas para el periódico El Jalisciense, el narcotráfico en México pasaba a las grandes ligas del crimen organizado en el mundo, la crisis económica se profundizaba y, pocos años después, mientras atendía la fuente de Salud, primero, se registró el asesinato de un periodista que para muchos dejó en evidencia la vulnerabilidad del gremio, como nunca antes: Manuel Buendía fue acribillado en la Ciudad de México el 30 de mayo de 1984.

Y, segundo, la naturaleza se ensañaba con nuestro país con los sismos del 85 cuyas repercusiones cimbraron toda la geografía nacional. La organización ciudadana, la sociedad civil, los organismos no gubernamentales eran términos y expresiones con las que poco a poco empezábamos a familiarizarnos y de alguna manera se constituían en una esperanza de cambio profundo contra el autoritarismo, la represión y la corrupción que pese a las campañas de renovación moral, campeaban y seguían en franco crecimiento. Algo se estaba moviendo y muy fuerte.

¿Riesgos para la profesión en esta primera etapa de mi propia carrera? Cubriendo bodas y quince años, exposiciones de pintura y entrega de despensas, difícilmente corría algún peligro. Sin embargo, inquieta y con ganas de hacer cosas diferentes, se me ocurrió hacer una especie de encuesta en el centro de la ciudad, mientras en los altavoces de la Plaza de la Liberación se escuchaba un informe presidencial, el primero de Miguel de la Madrid. El resultado fue muy bueno en términos periodísticos, nadie estaba poniendo atención, estaban descansando en la plaza porque, no sé si recuerden, pero antes en los informes presidenciales se paralizaba el país; la mayoría de los entrevistados me contestó que no creían nada, que era lo mismo de cada año y que no les interesaba en realidad.

Llegué emocionada a la redacción con mi nota de la que me sentía orgullosa, y cuál va siendo mi sorpresa y susto cuando en mi cara rompieron las cuartillas de papel revolución que había tecleado con especial energía en una Olivetti y me dijeron que esa era una clase de periodismo populista que no servía de nada y que no lo volviera a hacer si apreciaba mi empleo. Alerta. Foco rojo. Peor se puso la cosa cuando la administradora, toda una leyenda de terror en periódicos de Guadalajara, Eva Chiú, me ordenó gritando que vendiera publicidad y consiguiera un anuncio del DIF1que ocupaba tres cuartos de plana en El Informador.

No lo procesé entonces, apenas ahora, pero por cuestiones que no ponían en riesgo mi integridad física, efectivamente mi puesto, mi empleo, sí estaba en riesgo si insistía en hacer notas como la del informe o si me resistía a vender publicidad, como saben, una de las maneras más efectivas de que los periodistas perdamos independencia. Qué fragilidad.

Sobre la marcha, porque en la escuela en donde estudié la carrera técnica de Periodismo no nos enseñaron tal cosa, me fui dando cuenta de que para sobrevivir en el medio, era necesario atender la línea que se marcaba en cada medio; era nuestra obligación conocer compromisos y tendencias para no cometer errores que nos costaran el trabajo.

De alguna manera puedo decir que corrí con suerte una buena parte de mi carrera, aunque en gran medida fue porque las fuentes que cubrí, en verdad, no implicaban mayores riesgos.

En 1989 ingresé a El Informador y nunca fui censurada; desde esas páginas me lancé con entusiasmo a la realización de reportajes cuando empezaba a ser una tendencia en México el periodismo de investigación y los esbozos de un periodismo plural ya no tan oficialista se multiplicaban. Tomaba forma un periodismo más comprometido, profundo y trascendente.

Claro que en esto influyeron las elecciones de 1988, la caída del sistema y la certeza, desde los medios y sus periodistas, de que la sociedad ya no nos iba a creer porque lo que se publicaba no checaba con la realidad. A partir de aquí los cambios se han dado de manera vertiginosa y en diferentes flancos.

Los riesgos para la profesión empezaron a multiplicarse.

Lo más doloroso son los asesinatos y desapariciones, las amenazas de muerte, y todo porque desde el periodismo se intenta contribuir a resolver cuestiones que el Estado no quiere o no puede; o porque el Estado oculta dados los contubernios con otros sectores de la sociedad, empresariales, universitarios, deportivos… Y también porque los periodistas no están en las condiciones óptimas para realizar su trabajo, porque son cooptados a fuerza de amenazas y se convierten en mensajeros del crimen organizado. Alto, altísimo riesgo, porque además, desde la autoridad les ha dado por criminalizar antes de averiguar, de la misma manera como lo hacen con activistas y manifestantes, en esta práctica perversa dirigida a la sociedad a través de los medios, que nos mantiene divididos y esa tendencia a juzgar sumariamente a todo lo que da.

Son decenas de miles ya los periodistas asesinados en México, los desaparecidos, y no se diga los acallados, los despedidos y perseguidos por gobiernos corruptos, susceptibles e intolerantes a la crítica y represores; con todos ellos quién sabe hasta donde se nos vaya la cuenta, son casos que no están en ninguna relación, en ninguna lista, en ninguna estadística.

A los riesgos por la cobertura e investigación de temas de narcotráfico, corrupción y crimen organizado, se suman los riesgos por despido y descrédito, por haber dado a conocer algún asunto incómodo o por ser especialmente críticos de las gestiones gubernamentales; esto también contribuye a hacer del periodismo una profesión de alto riesgo y en estos grandes segmentos, de lo que se trata es de callarnos.

En Jalisco además de los despidos, que ya son decenas; se reciben en medios «órdenes» o «sugerencias» o «amables solicitudes» para cambiar a reporteros incómodos de determinada fuente y hay casos documentados y vigentes de amenazas de muerte a colegas que han realizado reportajes de investigación que exponen corrupción y tráfico de influencias.

Hay grandes resistencias y nuevos desafíos. Antes, por miedo, no se daba cuenta de la corrupción en el gobierno, de los fraudes electorales, de los excesos de los gobernantes, no se dio cuenta en su momento de la matanza del 68 salvo honrosas excepciones. Como espectadores vivíamos enajenados, temerosos, callados.

Luego las ventanas de la libertad de expresión se abrieron y salimos, casi volamos hacia ella. Ahora el miedo, que dejamos de sentir los periodistas durante un buen tiempo, cambia de fuente, de origen, pero reaparece.

Las noticias no son buenas.

Después de la euforia de la primera vez generada por la recién estrenada libertad de expresión, después de nuestros gloriosos «gates» (toallagate, pemexgate); después del descubrimiento pues, del periodismo de investigación y de la emoción (equivocada a veces) que sentimos al ver rodar las primeras cabezas desde las altas esferas de gobierno, vuelve el miedo, una de las principales razones de que muchos periodistas no seamos cien por ciento independientes. Sí, más que el chayote, la publicidad, el favor, la prebenda e incluso, el cargo público, el miedo nos paraliza y nos resta independencia. ¿Cuántos temas no abordamos por miedo? ¿Cuánta autocensura? ¿Y es cuestionable? La impotencia y la frustración campea en quienes ejercemos y vivimos el periodismo de manera idealista, romántica… y válida, sí.

Muchos de los que se han atrevido a investigar y a denunciar en sus notas y columnas, en sus programas de radio y de televisión, a la delincuencia organizada, a los narcotraficantes, a los invasores de terrenos, hoy están muertos o desaparecidos o lesionados; son un expediente más en la fiscalía especializada… ¿En qué? ¿Qué capo, narcotraficante, ladrón, funcionario corrupto está en la cárcel por la acción de esa fiscalía? Por cierto ¿Quién es el fiscal? ¿Cómo se llama?

No somos héroes y, sin embargo, la sociedad está amenazada y enferma y temerosa.

No todo está perdido. Algo podemos hacer sin exponer nuestras vidas, para seguir haciendo.

La propuesta es: periodismo cívico. Más que para combatir el narcotráfico, para erradicar el consumo, por la cohesión familiar y del tejido social, por la estabilidad personal, por el fortalecimiento de los espíritus, por los seres humanos y contra los poderosos que manipulan a la sociedad de muchas formas para tenerla y mantenerla sometida, enajenada, perdida, ignorante y mal educada; periodismo cívico a favor de la seguridad nacional, de los objetivos de la nación (cuando los tengamos, y nos toca insistir); periodismo cívico por un proyecto de nación (cuando lo tengamos y también nos toca insistir).

Y para erradicar el consumo ¿Qué? ¿Cómo? Información, educación, generación de conciencia. Si como periodistas logramos que la gente denuncie de manera anónima; si nuestra causa es contra la violencia y la drogadicción; si decimos una y otra vez cómo los padres y los maestros pueden detectar si sus hijos consumen drogas; si exigimos respuestas a las autoridades contra el  desempleo y convencemos a nuestros auditorios para que las exijan también; si promovemos el voto razonado y explicamos y abrimos los ojos y los oídos de quienes nos escuchan, nos leen y nos ven para que sepan el poder que tienen como ciudadanos, entonces estaremos cumpliendo con nuestro papel, aportaremos, haremos la diferencia y podremos aspirar a vivir mejor.

Tenemos esa responsabilidad, nos la otorga el privilegio que nos da el ingreso, prácticamente sin filtro, a todos los hogares, de una u otra forma, en papel periódico, en audios, en imágenes.

Tomás Eloy Martínez, escritor argentino y capacitador de periodistas en varios países de América Latina, dijo: «El periodismo no es algo que uno se pone encima a la hora de ir al trabajo. Es algo que duerme con nosotros, que respira y ama con nuestras mismas vísceras y sentimientos. En el periodismo se impone una nueva ética; el periodista ya no es un agente pasivo que observa la realidad y la comunica, no una mera polea de transmisión. Lo que escribo es lo que soy y si no soy fiel a mí mismo, no puedo ser fiel a quienes me leen. El periodista está obligado, en todo tiempo, a pensar en su lector, alianza de fidelidades a su propia conciencia, al lector y a la verdad.

«Al lector se le respeta con la información precisa; el periodismo no es un circo para exhibirse, sino instrumento para pensar, crear, para ayudar al hombre en su eterno combate por una vida más digna, más justa. A semejanza del artista, el periodista es creador de pensamiento».

También creo en el periodismo como una herramienta para lograr mejores condiciones de vida y es ese sentido el que es preciso rescatar; vale la pena remontar el largo camino ya, de desconfianza, descrédito y desprestigio.

Independientemente de lo que se avance en materia de regulación y auto-regulación, en acceso a la información y en la relación entre medios y periodistas, entre medios y sociedad, rescatar el periodismo depende de cada periodista, de su lucha incansable y cotidiana por servir a la sociedad y no al poder; de su determinación por ser independiente y responsable; de su decisión de no caer en la tentación del escándalo, la nota amarilla, el falseo de datos, la manipulación, la imprecisión o la corrupción; de su interés por atender aquello que puede ser noticia y al mismo tiempo signifique soluciones y respuestas para amplios sectores de la sociedad o que impida el abuso de los poderosos en detrimento de los débiles.

Es muy difícil trabajar con miedo; a veces se toman decisiones valientes, temerarias, a veces irresponsables e imprudentes; en otras ocasiones se opta por nadar de muertito o navegar con bandera… de todos modos a nadie le damos gusto, de todos modos seremos juzgados desde afuera, desde adentro y por nosotros mismos…

Y en este orden de ideas, quiero rescatar aquí, como una opción de ejercicio periodístico que no implica la disminución de riesgos, volver a los orígenes, al periodismo que ahora le llaman responsable pero que tendría que ser simplemente periodismo: La responsabilidad es una cualidad inherente a este oficio; tendríamos que hablar entonces de rescatarlo. ¿Por qué ahora, en muchos sentidos, es una aspiración el periodismo responsable? ¿Por qué está en la mesa del debate? Por las desviaciones en el ejercicio profesional, porque se ha faltado al compromiso con la verdad, porque se ha minado la independencia… en resumidas cuentas, se ha prescindido de la ética. Este es otro riesgo o conjunto de riesgos.

Periodismo responsable es el que privilegia los intereses de la sociedad a la que se debe; no los intereses de los poderes fácticos.

El que es «tribunal de la opinión pública» y retoma las nociones de opinión común como presión social y busca la difusión regular de las actividades gubernamentales e investiga exhaustivamente sobre ellas, como un seguro contra los abusos de poder, contra la corrupción y a favor del servicio público auténtico y generador de niveles de vida superiores para toda la sociedad, sobre todo los sectores marginados. El que compromete, vigila y da seguimiento.

Periodismo responsable es también el que dedica tiempo y espacio a temas aparentemente menores pero que con frecuencia son más importantes que los escándalos políticos: cultura y medio ambiente, por ejemplo, derechos humanos, salud y educación, trabajo e infraestructura, desarrollo comunitario, participación… entre muchos otros.

Entiendo el periodismo responsable como el que se ejerce con la conciencia de que el daño no se repara totalmente y, por lo tanto, se ocupa de prevenirlo; el que está comprometido con la verdad y siempre se pregunta para qué es la verdad; el que considera los derechos humanos de los  acusados y busca sin descanso todas las versiones de un mismo hecho, incluida la de los directamente afectados; el que usa correctamente el idioma para defenderlo y para no dejar rendijas por donde se cuele una mala interpretación o un malentendido; el que entrega precisión y no ambigüedades.

El periodismo responsable es el que busca la verdad completa y así la presenta a los lectores, a los televidentes, a los radioescuchas y a los cibernautas: causas, realidad y consecuencias; el que verifica la información dos y tres veces, todas las necesarias, antes de publicarla; el que asume la verdad como el valor supremo de la profesión y sacrifica una exclusiva con tal de defender esa verdad.

El que no se vende y está plenamente consciente del poder que tiene en sus manos y lo usa, todo, en beneficio de la gente; el que sabe que también es guía.

Es el periodismo responsable el que vale en la lucha permanente por enriquecer, fortalecer y perfeccionar la democracia; el que da respuestas e intenta siempre abrir conciencias. El que invita a la sociedad a ser democráticamente responsable y la motiva a participar, a exigir, a hacer la diferencia, a moverse, sin que esto implique decir exactamente qué y cómo.

El que no cree saber lo que la gente necesita saber y, por el contrario, pregunta, escucha, investiga, se acerca, atiende, respeta y rectifica siempre que es necesario, sin reticencias.

Es el periodismo ventana, puerta, camino, antorcha, entrada y salida, cima, razón; no el periodismo abismo, muro, prisión, cadena, sinrazón.

Es el periodismo así, sin adjetivos, el que ofrece posibilidades y un mejor futuro porque contribuye a poner en marcha el poder de la sociedad.

¿Esto implica riesgos? Sí, altísimos, pero vale la pena, siempre vale la pena… hasta donde tope.