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"Raúl Aceves 2022".

Periplos Literarios

Revista del PEN Centro Guadalajara .

Censura y Autocensura

Encuentro de escritoras latinoamericanas

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Congreso Mundial Pen en Tokio 2010

sábado, 23 de marzo de 2024

Sueño que te sueño - Elsa Levy

 Sueño que te sueño

Elsa Levy

La veo entre la niebla de su sueño. Sin que la luz lo sepa ya nos pertenecemos

Hugo Gutiérrez Vega




Es de noche, los rayos de la luna traspasan la ventana, deshacen la negrura. Me veo ahí, dormida y huérfana; mi cabeza encima de la almohada, el cuerpo laxo y un hueco entre las manos. Mi respiración se aletarga minuciosa, mis párpados resbalan por el tobogán del sueño. / ¡Despierta, Anaís! te prometiste no volver a soñarlo/. Así será. No está en mis pensamientos, no vive en mis sueños/. ¡Cúmplelo!, él destruyó vuestro amor/. Fue una ofrenda abrasada en una ara de miedos y ataduras/. Que tú no conocías y necesitaste descubrir para entender su abandono/. Hiedras trepadoras cubren mi corazón, ahora soy fuerte, no más llantos, no búsquedas, soy irrompible/. Anaís, ¡cuidado!, el corazón es más poderoso que el orgullo/. Orgullo, ¿qué es el orgullo? Orguullo... qué ess el... or... gu...lloo... Sueño que mi sueño a comenzado. Te sueño, Gamaliel. Te encuentro una vez más pegado a mi costado. Sólo mi cuerpo y tú. Sólo tus manos. Mi respiración enredada con tu lengua. Sueño que mi sueño y tu sueño oscilan juntos, callados. Un espejo. Cuatro flamas. La penumbra enciende trasparencia en los pétalos rojos de las rosas. Te sueño, Gamaliel. Te sueño atado, esclavo prisionero de brazos y de piernas, mis brazos y mis piernas. Hundiéndote, resurgiendo, cabalgando. Te sueño escultura, hombre perfecto, cincelado por mis labios. /¡Despierta, Anaís! has fracasado/. Mientes. / Lo has soñado/. Eso es falso, veo mi rostro encima de la almohada; mi cuerpo laxo y un hueco entre mis manos. Sueño que me veo dormir; sueño que mi sueño está a punto de romperse. Sólo ha sido un sueño de mi sueño, sigo siendo indestructible.


Texto publicado en el libro "Bajo la Piel"  (Hojas Literarias, 2010)


viernes, 22 de marzo de 2024

Cinco - Ruth Escamilla

 

Cinco

Por Ruth Escamilla Monroy

 



 

A los cinco de Puercoespín

Aprenderé a contar hasta treinta y cuatro.

Desconfiaré de quien cambiar prometa.

Diré te amo en su justo momento.

Liberaré mis palabras.

Cantaré más, gritaré menos.

 

Renunciaré a ordenar desastres ajenos.

Haré exclusivo cualquier día para mí.

No desearé que tu casa esté sucia.

Abriré muy bien los ojos.

Me besaré frente al espejo.

 

Entenderé que no es un ciclo el deseo.

Sabré a quién invitar a mi espacio.

Sentiré el orgullo de mi nombre.

No empezaré sin terminar.

Firmaré la paz con mi cuerpo.

 

Contra todas mis espinas.

 

 Texto publicado en Anaquel Literario

  

jueves, 21 de marzo de 2024

Casi perfecto - Alejandra Torres Pichardo

 Casi perfecto

Alejandra Torres Pichardo

 


Lo admito, soy un galán, un enamorado de esos que ya no se ven, de los que saben conquistar con sólo mirarlas, soy bien parecido y mi finura arrebata suspiros ágilmente. Lo acepto, mi estampa europea cruzada con nativo americano hacen de mi presencia un ser que nunca pasa inadvertido. Cuido hasta los últimos porme­nores de mi vestimenta y de mi habla. El único e insignificante detallito, casi un fragmentito sin valor, que yo tengo, es que nací en el lugar equivocado; sí, nací entre estos mugrosos andrajosos, mal hablados sin educación; entre porquería y fealdad, donde el olor a sudor se mezcla con el tufo a grasa fritanguera. Pero bue­no, dicen que no se puede tener todo en esta vida, y yo lo tengo casi todo, aunque un día pude haber tenido de verdad todo, pero siempre hay algo que señala de dónde vienes.

Les contaré…

Zapatos mocasines bien boleados, camisa de rayón color rosa mexicano con la raya bien marcada, pantalón negro de pin­citas, sin olvidar los calcetines estampados en rombos negros y blancos. El cinturón lo cambié por tirantes, no es que yo sea un pachuco ni mucho menos, pero con ese atuendo van muy bien unos tirantes; peinado extra fijo relamido hacia atrás, nada de dejar unos churros en la frente ni de hacerme una cebollita, simplemente peinado hacia atrás como lo usan los modelos de pasarela. Mi aliento feroz de yerbas silvestres y frutas secas del campo; tres atomizadas de refrescante bucal sabor canela; una rociada de mi esencia favorita, maderas del bosque con un to­que de lavanda; dos gotas en los oídos, una gota frotada con las manos y doy fragancia a mi cara afilada. Y casi todo listo; quedé similar a un dios griego. Pero faltaba el último detalle, el más im­portante y el mismo que me condenó, la prenda que da la perso­nalidad que necesita un hombre apuesto como yo: mi saco sastre recién confeccionado, el que mandé a elaborar con Chuchita la de la esquina, el que fabricó siguiendo el patrón de una revista de modas, el que me entregó en una bolsa del mercado de San Jerónimo de los negros.

Bueno, ya estaba listo para triunfar. Puse mi pañuelo blan­co en la bolsa del saco, lo llevaba por si acaso lo necesitaba, como los caballeros antiguos.

Las constelaciones se habían alineado a mi favor y los aires otoñales semejaban un ambiente tipo Quebec, con tonos húme­dos neoyorquinos. Aunque para llegar a esos niveles, primero tenía que pasar caminando por una calle encharcada, después atravesar la esquina donde Lupe vende elotes, en seguida, dar la vuelta a la izquierda y seguir por una calle de terracería, para por fin, llegar a la estación del tren. Mi intención era abordarlo y unas calles antes de llegar a mi destino, tomar un taxi.

Sabía que mi fortuna se basaba en ser el individuo que soy, único, de belleza envidiable y de recatados gustos con mi educa­ción cursada y graduada en el internet.

Mi objetivo, el único y primordial, esa mujer de sonrisa flo­recida, de carnes gruesas resbaladizas, muslos seductores, brazos y cachetes inspirados en una musa de Botero.

Para mí, todo lo tenía esa hembra, no le veía defecto algu­no, pero lo más importante y que inspiraba mi lectura del gran Darío, para embrollarla con mi lengua prestidigitadora aunada a mi resonancia de voz, era su agraciado pasado, presente, y no sé si también su futuro, pues era aventurada su suerte de haber nacido en cuna dorada. Hija única de padre reconocido en la fa­rándula del éxito y de los negocios internacionales.

Contarles cuándo y cómo la conocí, creo que sería innece­sario, pero una pequeña reseña no está de más.

Bueno, yo la conocí primero. La miré en la televisión en la entrega de unos reconocimientos que les otorgan a los empresarios connotados del país. Ella iba del brazo de mi futuro suegro. Sospe­ché que era su hija y no su mujer, ya que con tanto dinero, el hom­bre, podría traer del brazo a algo más merecedor. Entonces la miré y también miré su corazón desesperado, puse la punta de mi lanza en el lugar exacto para embestirla de amor, desde ese momento me di a la tarea de prepararme física y mentalmente, indagué todo sobre ella; cosa que no es difícil en el internet. Cuando ya estaba más que listo, me dispuse a atacar, y en menos de un cerrar de ojos, la des­protegida ya tenía unos brazos que la consintieran. Su padre me lo agradecería, pues ella ya no andaría siempre detrás de él. Eso de ser huérfana de madre la había hecho más vulnerable a mis encantos.

Entonces así pasó todo. Bueno, no todo pero algo en resu­men así fue.

Con un futuro de rey por delante y con todos los dones que me cargo, nada podía fallar, mi próximo suegro no sabía de dónde venía yo, pero no había problema, pues con este porte y educación que sólo un magnate millonario de nacimiento puede poseer, era lógico que yo fuera un hijo de condes o algo parecido. Lo malo que ni una cosa ni otra, sin embargo, eso no tenía por qué saberlo. Lo único que él sabía era que su retoño había en­contrado a su media naranja y eso para él era más que suficiente.

El tiempo de cortejo que llevé con mi dueña, fue muy cor­to, ahora era el momento para que mi suegro conociera a su hijo adoptivo. Fue tanta la insistencia de mi noviecita a su padre para que me recibiera, que el hombre no fue capaz de negarle tan be­rrinchuda petición a su única heredera, no quedándole más re­medio que ceder y ordenar una cena discreta en mi honor. Así pues con mis preparaciones preliminares ese día iba a la victoria, tenía que cortar rabo y llevarme la oreja y todo el canal del rumiante. Arribé a la velada en taxi, inventé que el coche se me había descompuesto unas cuadras antes, y para no llegar tarde tuve que tomar un carro de alquiler. El guardia de la residencia que conoce a los de su clase, me miró de arriba para abajo, acari­ció su mentón frunciendo el entrecejo y me acompañó a la puer­ta. Mi seguridad y mi naturaleza para desenvolverme en esos ofi­cios no podían estropearse antes de entrar a escenario, y menos frente a un gandul como el que cuidaba de mi futura mansión.

La mujer merecedora de este apuesto mortal y el maduro hombre de negocios, o sea, mi futuro suegro, ya me esperaban en la recepción. Pasó lo mismo que con el guardia de seguridad, el padre de mi querida mujercita, me miró con detalle y escrupulo­sidad, en tanto, la dueña de mis sueños de oro, simplemente me atropelló en arrumacos cuando recibió de mis manos el ramillete de claveles que de pasada compré en el mercado. Hasta ahí todo iba de maravilla, aunque a mi amado suegro algo no le cuadraba, lo podía observar en sus gestos y la seriedad con la que se dirigía a mí.

Cena de tres tiempos, vino francés, y una charla escasa, que para mi suerte no podía pedir más. Nada de preguntarme por mi profesión, de mis padres o de mi cuna y todas esas cosas de protocolo de las altas alcurnias que por regla se obliga a tener.

Ya entrados en el convite y saboreando tan exquisito licor, comencé a sentir la pierna mofletuda de mi damita acariciando mi descarnada pantorrilla discretamente por debajo de la mesa. Ese jueguito me lo sabía de películas de romance, y no tenía nada de malo seguir la travesurilla complaciendo a mi amada. Así pues, saqué mi pie del zapato y comencé a darle pequeños tallones en sus rodillas carnosas, paré un instante cuando mi sue­gro dijo que algo olía mal, sin pensarlo dos veces le eché la culpa a los quesos que llevaron para degustar con el vino. Proseguí con la jugada, pero cuando mi pie se imbuía más al fondo…

Haré un paréntesis aquí, necesito aclarar dos cosas, la pri­mera: es que siempre he tenido el problema de pie de atleta y la segunda: es que se me pasó cortarme las uñas de los pies.

Entonces…cuando mi extremidad esplendorosa buscaba incesante un rinconcito tibio y húmedo… el ruido asfixiante de la garganta de mi doncella terminó con el momento encantador. Al tiempo de que mi pie entró valeroso en la entrepierna de mi emperatriz, el trago de vino se le atrancó en el gollete rechon­cho, su rebuscado parón, lanzó mi cuerpo a medio metro hacía atrás con todo y silla cayéndome de espaldas. Pero un noble no se quebranta por tan poco, así que sin importarme calzar solo un zapato, me levanté con estilo aristocrático, amoldándome el cabello y acomodándome el saco sastre. La cara rolliza de la ma­dre de mis futuros retoños, destilaba vino francés por todos los poros; nariz y boca, hasta me atrevo a decir que también por los ojos. Recordé entonces mi pañuelo, el que guardé por si acaso. Como todo un caballero antiguo de esos que ya no hay, saqué mi pañuelo y en el aire lo sacudí…

Qué ironía… allí terminó el sueño de un desventurado como yo. Sin miramiento alguno, mi escultural cuerpo fue pro­yectado en plena calle, y de paso, ni me entregaron mi mocasín recién boleado.

¡El insecto! ¡La corredora! ¡La larva! ¡La voladora!… ¡la maldita cucaracha que salió del pañuelo!, de mi pañuelo que lle­vé por si acaso… simplemente me aniquiló. Y todo por la bolsa donde la Chuchita metió mi saco sastre, la bolsa del mercado cucarachero de San Jerónimo de los negros.

Así pues, algún día, fui casi perfecto.


Texto publicado en Caledioscopio XIII (Zonámbula, 2016)


miércoles, 20 de marzo de 2024

Líneas para ensayar sobre geometrías infinitas observando a Borges (y un indicio equivalente, en Escher) - Leticia Villagarcía

 

Líneas para ensayar sobre geometrías infinitas observando a Borges (y un indicio equivalente, en Escher)

Por Leticia Villagarcía




Introducción

Las arquitecturas babélicas en el curso de la historia revelan una de las tentaciones más antiguas de la humanidad: elevarse por encima de su dimensión terrestre, fracturar la imposibilidad de alcanzar el cielo a través del vacío. Los ejemplos se levantan enigmáticos, mo­nolíticos: las pirámides de Egipto, la muralla china, Teotihuacán en México o la sofisticada y frágil Nueva York, paradigma de occi­dente y signo abstraído del mito de la caja de Pandora.

Estas construcciones monumentales fueron antes edificios mentales concebidos por matemáticos de la forma (hacer algo para resistir al infinito, aliviar la angustia de nuestra miniatu­ra). Han sido calculadas para concretar paraísos artificiales que guardan piedra sobre piedra el secreto de su propia ruina. En el fondo, son símbolos de nuestro padecimiento infinito: saber que somos la incompletud.

En la obra de Jorge Luis Borges, uno de los fundamentos de su arte son las constelaciones arquitectónicas (montajes): pero la ambición de Borges va mucho más allá de estas edifica­ciones terrestres; sus estructuras lingüísticas se encuentran en un estado de movimiento revolucionado; son construcciones fugadas hacia el infinito. Lo del escritor americano, es una teoría propia de la geometría infinitesimal.

Borges tiene una visión casi contraria a un enfoque realis­ta del mundo, el artista rechaza esta posición; en él, es cardinal un deseo manifiesto por lo artificial. Su estética no tiene nada que ver con reflejar la manera de percibir el mundo, es más bien como un aumento del mundo en lugar de un reflejo. En ese au­mento consiste su maestría. Borges postulaba que «el arte es algo añadido a la vida, no es la vida».

Esta pequeña aportación es un intento de compartir mi pri­mera cercanía a la visión asombrosa de un escritor que imaginó la estructura del universo, modulándose, dispersándose en relatividad con el tiempo y el espacio de los habitantes terrestres. También doy cuenta en este ensayo de un indicio entre la concepción geométrica del universo de Jorge Luis Borges y Maurits Cornelis Escher.

Borges y su concepción geométrica del mundo

Para conjurar el horror que Borges le tiene al vacío, inventa mundos artificiales y, paradójicamente, infinitos. Resaltando que «cada geometría inventa sus propios axiomas», Borges, es­cribiendo, inventa su propia gramática geométrica, podríamos decir. Hay una cita de Fieldler, teórico del arte, que se puede aplicar perfectamente a Borges: «Los artistas más significativos, son siempre espíritus muy exactos».

Borges el ciego, toma a su servicio el fenómeno de la viabi­lidad óptica, por el cual la mente, física y psicológicamente y en forma simultánea, «ve» en palabras las formas.

Para Borges, en sus ficciones es importantísimo el espa­cio construido o en inquietante apariencia vacío. Es un escritor minimalista; sus textos han sido creados con el mínimo de elementos. De mente esquemática, le resta importancia a sus contenidos. Por ejemplo, en «La biblioteca de Babel» descri­be lúcidamente toda la arquitectura geométrica, pero el conte­nido de los libros que ahí se albergan conservan, esconden o desmoronan (¿de qué red estarán tejidos esos libros innume­rables?), es misterioso e inalcanzable, aunque haya sido escrito con letras; da cuenta el bibliotecario: «orgánicas en su interior, las letras puntuales, delicadas, negrísimas e inimitablemente simétricas».

Quiero aclarar que, en este contexto, metáfora de la am­bición del conocimiento de Dios, es razonable que Borges sólo haya sido capaz de crear la estructura geométrica, pues nos en­contramos en Babilonia, donde comenzó la dispersión de la di­versidad, la incomunicación entre los seres humanos por la so­berbia de creer que se puede alcanzar el cielo a través del vacío.

El cuento de la biblioteca de Babel

El cuento es un discurso filosófico escrito en forma lineal, con un solo personaje, que discurre en primera persona.

«El espacio de la biblioteca, es un mundo asfixiante y en­loquecedor. Antes, por cada tres hexágonos había un hombre. El suicidio y las enfermedades pulmonares, han destruido esa proporción».

Queda un hombre solo para contar lo que ahí está pade­ciendo, ¿purgando?, un solo lector, rata de biblioteca, memoria de una melancolía desconocida, casi extraterrestre. Habla así: «A veces, he viajado muchas noches por corredores y escaleras pulidas sin hallar un solo bibliotecario».

Borges desarrolla paradojas: la biblioteca, en el espacio, no tiene centro ni periferia, y en el tiempo, no tiene principio ni fin.

La biblioteca de Babel no tiene ningún libro sagrado o pro­fano, que a su vez tenga una explicación de la biblioteca, de su existencia. Borges usando a través de todo el texto palabras que significan infinitud, intangibilidad, indeterminación, etc., nos hace leer algo a punto de desaparecer.

El cuento, como antes cité, es una metáfora de la obsesión de abarcar lo inabarcable, del deseo de aprehender al Absoluto.

El universo para Borges en este relato, es un edificio infini­to que es recorrido por solitarios, cuyo destino es incomprensi­ble y desconocido. Aquí en este encierro, el vacío ha sido susti­tuido por una estructura que lo contiene y que es, él mismo, un universo completo: los libros.

El arquitecto Antonio Toca, admirador de la obra de Bor­ges, coincide con mi visión al decir que «En la biblioteca, la ar­quitectura construida con formas geométricas, canónicas, es el centro, la protagonista del relato. La obra es una pesadilla lúcida descrita con la precisión de un arquitecto.»

Y así describe el arquitecto Toca la biblioteca: «La circu­lación vertical entre las interminables galerías, está unida por una escalera en espiral, figura que ocupa el centro de cada seis hexágonos. Las paredes de las galerías son redes formadas por anaqueles donde se alojan los libros; en cada cubículo hexagonal hay cuatro muros anaqueles y quedan libres sólo dos espacios que sirven de intercomunicación entre un hexágono y otro».

Y hace un descubrimiento esencial: «Descomponiendo las escaleras, observa la misma forma de las coordenadas gené­ticas, compuestas de líneas horizontales y verticales en su es­tructura interna, y de espirales en su estructura externa. Encuen­tra en la intuición misteriosa de Borges la equivalencia del Ars Combinatoria del alfabeto lingüístico con el alfabeto genético. Ve la fascinación en el narrador por querer habitar, recorrer, des­entrañar los secretos del edificio y los libros como si fuera un ser vivo (como si el bibliotecario estuviera en esta vida cuando en realidad ‒aunque él no lo sabe‒ deambula en otra dimensión y a la deriva). Y cita a Allan Watts: «Existe una conspiración secreta entre todos los adentros y todos los afueras, y esta conspiración consiste en lo siguiente: parecer lo más diferentes posible y no obstante ser idénticos por debajo de las apariencias, ya que no podemos encontrar los adentros sin los afueras, lo uno sin lo otro». Y concluye Toca: «En este sentido, hay una conspiración secreta entre las espirales, las líneas y los volúmenes rectilíneos que utiliza Borges para construir sus hexágonos».

El concepto de Allan Watts de la identidad de los adentros con los afueras, y el hallazgo del arquitecto Toca, en su disección de la estructura de la biblioteca, me recuerdan los juegos de grá­ficas, que aparentan ser sólo dibujos geométricos repetitivos sin aparente contenido, pero que al observar fijamente un punto cen­tral del dibujo, el descubrimiento es una aparición: la verdadera figura, la forma esencial. La ilusión óptica ya no sólo se transforma en partes cóncavas y convexas; ahora surge el volumen: la tercera dimensión. También seductora invención de la mirada.

La infinitud en Borges y en Escher

En la biblioteca de Babel existe un método parecido al de los vie­jos bibliotecarios para encontrar el Gran Libro. El narrador del relato recuerda lo angustioso de tal hábito, sigámoslo: «Durante siglos, fatigaron las galerías; alguien propuso un sistema regre­sivo: para localizar el libro A, consultar previamente un libro B que indique el sitio de A; para localizar el libro B, consultar pre­viamente el libro C, y así, hasta el infinito».

Escher representa el Infinito de una manera equiparable a la de Borges. Es la «Banda de Moebius II»; en el dibujo del di­señador holandés hay una hormiga recorriendo una banda sinfín formada por líneas que a su vez forman cuadrados; por ese «ca­ mino» peligroso (porque la hormiga tiene que acertar a poner las patas en las líneas, si no lo hace, se hunde en el vacío) que además tiene la forma «torcida» de ocho acostado, signo mate­mático para designar el Infinito, la hormiga recorre inútilmente el tránsito buscando algo, o tal vez la salida, aventura desgracia­da, ya que no lo puede saber, pero está atrapada en el espacio de la infinitud.

Como queriendo concluir

Según el arquitecto Toca: «El laberinto fantástico de las gale­rías de la Biblioteca, que pudo haberlo ideado un matemático, un geómetra, un arquitecto, lo creó Borges el invidente. Por in­tuición pura se imaginó así al Universo. Se sabe que el espacio puede ser dividido indefinidamente en módulos, fragmentos, células: el hexágono es un ejemplo.»

Da la impresión de que Borges hubiera querido descarnar­se, aparece anhelando ser sólo intelecto. La visión del Mundo Borgiano es abstracta como si el escritor no soportara la realidad de su propia historia. Por eso pretendió convertirse en un perso­naje más de sus ficciones, «residía en la ficción»; le costaba tra­bajo entender su entorno. Entonces, se inventó su propia celda hecha de palabras, palabras—repeticiones, paralelas, equivalen­tes, palabras crípticas, a veces ininteligibles, palabras laberínti­cas, palabras espejo.

En el fondo de este vértigo de la repetición que Borges padeció, había un gran escepticismo. Desesperado buscador de Dios, construyó laberintos, en la creencia (ilusión altísima del ángel caído en la materia) de poder hurgar la forma del misterio.

Pero… la geometría es limitante, no deja respirar al espacio y la biblioteca de Babel, infinita en cuanto a su cuerpo virtual, para el habitante atrapado en el hexágono, es vivir la paradoja de la relatividad en su espléndida polaridad: las galerías de soledad finita. Tan es así, que tiene que haber paneles de espejo para agrandar el espacio existente; oh vana ilusión que sólo refleja y exacerba la conciencia de la refractación tan abominable para Borges.

Los sueños de la razón crean monstruos; el de Borges es literario—filosófico—arquitectónico, pero inquietante, visiona­rio. Borges se acercó a la forma dilatada y entrópica del Infinito.

Bibliografía

Borges, J. L. (1987). Ficciones. Buenos Aires: Editorial EMECE.

Desdier, A. (enero 1989). «El cuerpo y el código en los cuentos de Jorge Luis Borges». Revista Plural no. 208.

Ernst, B. (1987). El espejo mágico. Alemania: Editorial M. C.

Escher, M. C. (1989). Estampas y dibujos. Alemania: Edi­torial Taschen.

Toca, A. (enero 1989). «Construir la torre de Babel, un tributo a Borges». Revista Plural no. 208.

 

 Texto publicado en el libro: México Hoy (Zonámbula, 2018)

martes, 19 de marzo de 2024

Asfixia - Margaret Sandoval

 Asfixia

Margaret Sandoval





 En la oscuridad sólo hay

un brillo dentro de mi ser,

un destello.

Una tormenta acaricia

la sed insaciable

que cubre un manto

inagotable de soledad.

Ya cansado, el pensamiento

que durante toda la noche

ha golpeado el manto

gris oscuro, que a instantes

se enciende

solo para saber que existimos.

Un abismo me abraza

para después ser entregada

fundida en la ráfaga.

Voz que ruge

en mi estómago,

que acalambra

y poco a poco

se calla para derretir

los látigos que laceran

mi centro.

Las venas volcánicas

se apoderan de estrujante

egoísmo que me paraliza

para ya no existir.

Las constelaciones se enfilan

para confabular

en contra de mi latido

que con lentitud se apaga.

Si bien no he amado,

al menos tú que vienes

a poseerme y a soplar

mi último aliento.

Me iré contigo,

porque sólo

esa era la única

certeza que albergaba.

La fuerza brutal

del inmenso mar

golpea y abre

sin precipitar mi alma

que dialoga con la libertad.

Nociones de despliegues

inusitados del sol menguado,

que el humo corroe

por el vértigo espeso

que nos atrae

para atraparnos y dejarnos

estériles, inertes, vacíos.

Los que se han salvado

han quedado atrapados

en la vitrina sin respirar,

solo mostrando la carcajada

inerte que funciona

como llave al calabozo.

Sin miedo de frente al muro

de caras pintadas,

donde implantan sus eternos

aullidos de dolor.

Ya es tarde para gritar

porque las voces

se han ausentado,

se cansaron de repetir

plegarias e himnos insólitos

que nadie escuchó.

La noche recoge las canoas

que reposan

porque nadie llegó.

Busco en mi mente

el sol que da vida

pero me ha abandonado

antes que pudiera

apaciguar el laberinto

que tuerce mi estómago.

Se congela ante mí

toda idea que surja

de un suspiro prometedor,

que alentará el devenir

de la vida.


Poesía publicada en Periplos Literarios No 3


viernes, 15 de marzo de 2024

El tiempo que pasa - Gulnara Molina

 

El tiempo que pasa

Gulnara Molina Román

 


¡Ojalá otro tiempo nos envolviera!

Donde no se equivocara el camino

Y ante el sutil intento de crecer

Tus ojos

aún miraran con ternura

el rotundo atardecer de los ojos míos.

¡Ojalá que mis sueños no fueran sueños!

Y tu mano tomara con fuerza mi mano

Y aún en el paso lento de nuestros pies

Tu corazón latiera

como late un encuentro

por primera vez.

Ojalá que un ojalá no envolviera el tiempo.

 

Demasiadas vueltas del reloj

 

No escuches al enjambre que asegura

Temblores cargados llevan premura

Emparejo mi edad con tu corazón

Y las ganas de amar son la emoción.

Que importa si el tiempo rezagó

Y en mis cienes la nieve fermentó

Si las sombras confirman el eclipse

Tú premias con la inocencia el declive.

No te fijes en los surcos del vaivén

No desvíes la intención de querer.


Poesía publicada en Periplos Literarios No 2


jueves, 14 de marzo de 2024

México: Modelo de ámbar y fuego - Silvia Quezada

 México: Modelo de ámbar y fuego

Silvia Quezada

 



Las rutas de la palabra se entrelazan cuando se intenta describir en breves páginas qué podría representar México hoy, diecio­cho años después del inicio del siglo XXI. Pueden preverse las complicaciones de abordar un tema que impone su amplitud a la brevedad de su sola mención. Cuando se piensa en México se evocan involuntariamente imágenes del pasado mediato e inme­diato, estampas que provienen de los titulares de los diarios, de carteles publicitarios, de los museos, de una colección popular que nos construye como ciudadanos mexicanos unificados en un bagaje común.

Para el adulto de hoy, México tiene tan sólo setenta años. Antes de eso las imágenes en que nos leemos pertenecen a la co­lección de los ascendentes, modelos de ámbar, ónix, esmeralda, barro, piedra caliza, oro, plata, mármol, concreto y fuego. Mé­xico es la sumatoria de los que fuimos. Octavio Paz le decía al mundo en su discurso de aceptación del Premio Nobel:

Los españoles encontraron en México no sólo una geogra­fía sino una historia. Esa historia está viva todavía: no es un pasa­do sino un presente. El México precolombino, con sus templos y sus dioses, es un montón de ruinas pero el espíritu que animó ese mundo no ha muerto. Nos habla en el lenguaje cifrado de los mitos, las leyendas, las formas de convivencia, las artes popula­res, las costumbres. Ser escritor mexicano significa oír lo que nos dice ese presente — esa presencia. (Paz, 1990)

La presencia de las antiguas civilizaciones, cuyos vástagos directos se encuentran sumidos en el abandono institucional, son ahora parte del color local; se congregan las herederas de otros momentos que la historia oficial nos ha legado: Indepen­dencia, Reforma, Revolución, Modernidad. Palabras que la coti­dianeidad ha despojado de su trascendencia.

La modernidad, dijo Paz: «es una palabra en busca de su significado: ¿es una idea, un espejismo o un momento de la his­toria? ¿Somos hijos de la modernidad o ella es nuestra creación? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Poco importa: la seguimos, la per­seguimos» (1990), y lo seguimos haciendo, esa modernidad daba sus primeros pasos cuando Paz recibía el Nobel, era la pre­sencia adolescente escandalosa y efusiva de la casa, ahora es una amargada que sigue tratando de perpetuar su juventud y lozanía. «Sufrimos, no tanto el complejo del pueblo conquistado, sino el complejo del pueblo desubicado frente a la «modernidad»», con esas marcas que ponen en entredicho lo que la modernidad significa, Carlos Fuentes reafirma los supuestos, como sea, quien sea, la modernidad se impone portentosa e indomable.

Profundizar el complejo que fijó en el mexicano la mo­dernidad escurridiza sería desviar el tema. En segunda instancia México hoy amedrenta con la profundidad de sus límites, por un lado es la misma extensión de tierra desde 1848, cercado por afluentes de agua que así como dan vida la destruyen, también es la división en sus 32 entidades federativas: México es la suma de sus fronteras territoriales, ideológicas y culturales; cuando la consigna enfatiza la actualidad con «hoy», también se deben considerar las fronteras temporales. Por otro lado, estas fronte­ras no se edifican en sus raíces, se desdibujan en sus cimientos, en el fondo México es una planicie unificada, en la superficie, sus fronteras, zanjas infranqueables, nos segmentan y segregan.

Así pues, si México es una frontera, entonces, México es «puesto y colocado enfrente» según la primera acepción normativa se confirman los supuestos; México está puesto y colo­cado enfrente tanto de Estados Unidos de América, imponente adversario de mil batallas, y está puesto y colocado enfrente de América latina, hermana melliza confidente y rival; asimismo se erigen unas frente a otras sus 32 entidades, sus 32 identidades, ya para convivir, ya para confrontar.

El segundo significado que dicta la Real Academia Españo­la indica que una frontera es un sinónimo de frentero, la analogía es irónica; el frentero es la «almohadilla que se ponía a los niños sobre la frente para que no se lastimaran», México es también el símil de un artefacto destinado a la defensa frente amenazas reales, potenciales e imaginarias; siempre con miedo, inseguro, siempre alerta a la caída.

Frontera también significa caudillo o militar. El caudillo mexicano está ampliamente idealizado como el hombre que bajo la proclama del Mesías se adentró en las instituciones para infectarlas con codicia, la imagen del caudillo es ahora inherente a la codena de una eternidad en una dictadura que se promueve en un bajo perfil, si bien se han dejado de venerar a los grandes dadores de la libertad, se ha suplantado la fuerza ideológica por la fuerza en camuflaje. Los militares ahora están en las selvas, en los campos, en las rúas, el mexicano no se acostumbra a verlos, el escepticismo sólo les da tregua cuando las fuerzas armadas marchan unidas en las festividades cívicas, sin embargo, al día siguiente la percepción general vuelve a poner a los civiles en condición vulnerable pues los militares nos recuerdan que sin la reforma persiguió dejarnos son Dios no midió el potencial efecto de ponernos frente al diablo, el caudillo y el militar son el terror purificado.

Al final, se presentan nociones más gentiles: una frontera es un límite y una fachada; es el frente visible saturado del color de las edificaciones de sus 111 pueblos mágicos, de sus casonas coloniales, de sus haciendas y chozas. México hoy son todas sus rutas: las áridas y las selváticas, las boscosas y las coralinas, es un ser que parado en la punta del Pico de Orizaba, tiene ahí acceso a la inmensidad, con la vista puesta hacia el lugar de donde vi­nieron las grandes naos que nos pusieron en el mapa del mundo occidental, da la espalda a la ruta comercial de los antiguos mexi­canos, tiembla con la adrenalina en su máximo tolerable, México es un ser colectivo que triunfa victorioso delante del abismo.

Este es un país que ha esperado durante siglos, soñado el tiempo de su historia. Su mueca y su sonrisa se han vuelto inse­parables. México es tierna fortaleza, cruel compasión, amistad mortal, vida instantánea. Todos sus tiempos son uno, el pasado ahorita, el futuro ahorita, el presente ahorita. Ni nostalgia, ni desidia, ni ilusión, ni fatalidad. (Fuentes, 2002: 162)

México es una fachada, es decir, la primera página de un libro escrito por mentes loables, en sus páginas se pueden en­contrar voces como las que han servido para concretar las ideas de estas páginas, así como en la cita anterior, en la que Carlos Fuentes construye su mensaje con metáforas contradictorias pa­rece improbable no toparse en cada capítulo con el límite que describe una identidad que es segmento y totalidad, es frontera y profundidad, es palabra en la suma su historia nacional, en sus le­yendas, en sus poemas y en su prosa pero también es música, bai­le, discurso, mentira, máscara, es la síntesis de sus arquitectos y humanistas, los propios y los adoptivos, es pasado y futuro Hoy.

El conjunto de las imágenes: desde la impresa en los có­dices hasta la resolución 4K de las pantallas televisivas, entre­mezclan las imágenes de los antiguos mexicanos, los dibujos de Humboldt, al costado en desorden están las placas de Manuel y Lola Álvarez Bravo, las de Víctor Casasola, Juan Rulfo, Pedro Valtierra, Nacho López o Pedro Meyer; también se descubren retazos de los majestuosos murales, los de Clemente Orozco lo mismo que los de Rivera o Siqueiros, las de las pinceladas preci­sas de Montenegro, Izquierdo, Rojo, entre tantos otros; los pai­ sajes y los muros de Barragán, Teodoro González, Mario Pani, y la lista incluye a la fijación de los ejecutores de otras manifesta­ciones culturales.

Entre el numeroso legajo aparecen otras más, más moder­nas, esa que Carlos Monsiváis, hace unos años ya ha puntualiza­do: «Hay una fotografía de y para las masas que no se practica como arte sino como rito social, que es registro interminable del instante, defensa contra la ansiedad, instrumento de poder». Son las selfies, los registros instantáneos de la vida cotidiana, des­de la violencia endémica que inunda lo urbano y lo rural, hasta el cafecito sobre la mesa una tarde lluviosa de julio. Estas imáge­nes de los dispositivos modernos reordenan la realidad nacional, esas instantáneas son el prontuario que actualiza y que, de algún modo, rompe las fronteras mostrando la hiperrealidad que nos permite soñar que somos ciudadanos del mundo, esas son las del «presente ahorita», el punto al final de México Hoy.


Texto publicado en el libro: México Hoy (Zonámbula, 2018)


miércoles, 13 de marzo de 2024

El final de nuestro tiempo - Laura Hernández Muñoz

 

El final de nuestro tiempo

Laura Hernández Muñoz





La muerte, en fin, llenó de cuerpos muertos/ todos los

templos santos de los dioses / y estaban de cadáveres

sembrados. / Todos los edificios de deidades/ los hicieron

 posadas de finados / importaba poco / la religión

ya entonces y los dioses/ porque el dolor presente era

excesivo./ Y se olvidó este pueblo en sus entierros/ de

aquellas ceremonias tan antiguas/ que en sacros funerales

se observaban.

 

Tito Lucrecio Caro

 

Invisible presagio llegó del oriente,

jinete apocalíptico cabalgando en el viento

filtra su mortal presencia por los sentidos.

El tacto y olfato, inocentes portadores

introducen, cual caballo de Troya, al enemigo.

El ser humano perplejo se atrinchera,

el espacio exterior, es territorio enemigo.

Los libros, la música y videos,

se vuelven compañeros.

Son la única puerta para escapar del encierro.

Tucídides, Boccaccio, Defoe,

Poe, Mann y Camus,

son leídos con morbosa intención:

encontrar en la historia de otras plagas

los exterminios sufridos por la humanidad.

¿Será posible que un virus nos ponga de rodillas?

La invisibilidad es su fortaleza,

el desconocimiento, nuestra debilidad.

Mascarillas, caretas, trajes, guantes,

astronautas en tierra yendo a trabajar.

El contagio, asesino silencioso

penetra por las puertas del cuerpo.

En pocos días asesta el golpe:

dolor de cabeza, fiebre y asfixia.

Los pulmones se inflaman, respirar cuesta,

la tos seca hiere a la garganta.

El olfato y el gusto son secuestrados,

un cansancio sin saber de dónde viene

paraliza al cuerpo deprimido.

Rojo color pinta a los ojos

que lloran lágrimas ardientes,

y palidecen los dedos de pies y manos

figurando la presencia de la muerte.

La voz de Edipo se escucha:

¡Odiosa epidemia, bajo cuyos efectos

está despoblada la morada Cadmea,

mientras el negro Hades se enriquece

entre suspiros y lamentos!

Siglo V, siglo XXI, nada cambia.

La raza humana desvalida y frágil

mira por las ventanas buscando esperanza

el tiempo de encierro se alarga,

la libertad solo será un recuerdo

de cuando podíamos salir a todas partes,

saludar con besos y abrazos,

viajar sin restricciones ni cuidados.

Ante la pandemia que vivimos

nos atrevemos a preguntar:

¿de dónde salió este virus

que tanto daño nos causa?

La respuesta se esconde

tras las paredes de laboratorios

donde la ambición de poder

ha convertido a la humanidad

en conejillos de indias.

El final de la vida,

lo estamos escribiendo.


Poesía Publicada en Periplos Literarios 2


martes, 12 de marzo de 2024

Laura y Aura - Aída María López Sosa

 

Laura y Aura

Aída María López




 

—Pasa, Aura —dijo con su voz vieja.

—Mamá, ya te he dicho, soy Laura —contesté enfadada.

Con sus casi setenta años no disminuía su preferencia hacia mi gemela; otro día escuchando las «virtudes» de Aura y los «defectos» de Laura. Mi hermana era la bonita, la inteligente y todos los calificativos que engrandecen a un ser humano. El espejo confirmaba sus dichos, con minutos de diferencia nací baja de peso y una marca en el cuello la cual se fue agrandando con la edad. Mamá, durante el eclipse de luna, se rascó la panza estando embarazada y por eso la «chivaluna» en mi piel. Los dermatólogos no lograron con cremas, ni con láser, borrarla mancha violácea o tan siquiera difuminarla. Urgía que transcurriesen las seis semanas del postoperatorio y el médico le quitara la venda de los ojos; la venda respecto a Aura nunca se la podría quitar yo. «Lo bueno es que tú sí vienes a acompañarme, Laura ni sé para por aquí. A pesar de tus ocupaciones con mis nietos y tu esposo, no me desamparas. Cuando una hija es buena, una madre lo nota cuando es pequeña». Esas palabras retumbaban en mi cabeza, las había escuchado desde que tuve uso de razón. Una vez más le repetí que mi hermana no podía estar por las razones mencionadas por ella misma. Las vacaciones del despacho me facilitaban cubrir el turno diurno; el nocturno lo hacía la enfermera. No solo estaba ciega, sino también sorda; mis palabras no las oía, seguía llamándome Aura como su nombre; el desdoblamiento de su perfección. Narcisista en exceso. Decidí cumplir su anhelo, no le aclararía quién era y que siguiera creyéndose junto al a sacrificada de mi hermana y no conmigo, la solterona mala hija.

—¿Tan ocupada estará la malagradecida?

Atiende mejor a su perro, por eso no me arrepiento de haberte dado más a ti. Siempre se lo dije a tu padre, la gente fea es mala, pero él decía que soy clasista y por eso la traigo contra Laura. Quiero que sepas que todas mis joyas son para ti, hija, en cuanto me quiten estos trapos de los ojos te las entregaré.

Mejor en vida, así ella no tendrá derecho a reclamar. La casa la pondré a tu nombre...

—¿Crees justo dejar a mi hermana sin la mitad de la casa? —La interrumpí tajante—. Ella no se quedará conforme, trabaja con abogados y reclamará lo que por ley le corresponde.

Mi madre estuvo callada y pensativa por segundos que parecieron eternos, enseguida reaccionó.

—¿Me estás pidiendo la propiedad en vida?

—No, no te estoy diciendo eso —en automático repelí esa posibilidad.

Sus deseos de orinar desviaron el tema. La ayudé a levantarse de la cama y con cuidado la dirigí al sanitario. Vinieron a mi memoria los días cuando en ese mismo lugar el champú entraba a mis ojos.

Mi «mala suerte» a la hora de la ducha era habitual.

La mirada de Aura nunca se vio empañada con el jabón, pocas veces tenía motivos para llorar mientras que a mí me sobraban.

—Mamá, ¿recuerdas lo chillona que era Laura cada vez que la bañabas?

Me sorprendió cuando dijo que adrede me lo echaba y el placer al verme con los ojos enrojecidos. Un sentimiento de rabia e impotencia me atrapó, sin embargo, la levanté del inodoro con el mismo cuidado y la regresé a su cama. No tengo hijos, pero supongo que a todos se les quiere por igual. Quizá mi mala suerte no era eso y mis desventuras eran provocadas por su perversidad.

Mi gemela acostumbraba a hablarme por las noches para saber cómo había pasado la jornada nuestra madre; su familia la tenía absorta y por eso no iba a verla. Los compromisos sociales de su marido, empresario exitoso digno de ella, y de sus hijos adolescentes a quienes llevaba a la escuela, al karate y al ballet, además de dirigir un séquito de servidumbre, la tenían agobiada. Aura cumplía con pagarle la enfermera a doña Aura, la diferencia conmigo es que yo no contaba con el dinero para solventar el costo de otro turno. Desde las ocho de la mañana llegaba para prepararle todas sus comidas, bañarla, administrarle sus medicamentos y ser depositaria de los sentimientos de la mujer que me parió y nunca me quiso.

A ratos la dejaba hablando sola y recorría la casa: el cuarto de cada una de nosotras, el jardín trasero con el centenario árbol de mango, la salita de música con paredes de madera donde papá solía escuchar a Elvis Presley, a Los Platters... ooonlyyy yuuu... Cada rincón estaba impregnado de recuerdos buenos y malos. Apenas advertí que el cuarto de Aura es más grande que el mío y tiene clóset, lo cual le permitía tenerlo arreglado, motivo frecuente de mis castigos al no mantener el mismo orden. Mi periplo culminaba en la cocina preparando la dieta recetada por el doctor: baja en grasa y sal, abundante verdura.

Cada vez me resultaba más difícil levantarme temprano e ir a atender a mi madre y escuchar el nombre de mi hermana en vez del mío. Deseaba tener los recursos para pagar a alguien que lo hiciera, pero mis ingresos no eran fijos.

En pocas semanas conoceríamos su estado. Era probable que al quitar el vendaje siguiera necesitando ayuda, en tal caso tendría que solicitar licencia indefinida en el bufete. La sola idea me avasallaba.

La rutina hubiera sido benévola de no enterarme de sus patrañas. Un día me dijo:

—¿Te acuerdas de Fernandito, el niño que jugaba contigo en el parque? — yo apenas recordaba sus lentes y el pelo negro y crespo del regordete—. Pues tuvo una hermanita mongolita y un día me contó su mamá que la niña se ahogó en la bañera. En aquel tiempo las señoras comentamos que ella seguramente la dejó sola para que la muerte se la llevara.

Sin titubear deduje que eso mismo hubiera deseado hacer conmigo. Quise adentrarme en su mente; le pregunté si consideraba justificado hacer eso con un hijo enfermo, tomando en cuenta que ella se reconocía como una verdadera católica y no de esas que van a misa los domingos y de lunes a sábado las invade el «efecto Lucifer». La ambigüedad de su respuesta me orilló a pensar que sería capaz «por el bien de la familia».

Enajenada, tratando de recordar a la mamá de Fernandito, aquel día olvidé administrarle los medicamentos a la hora precisa. Mientras le llevaba el consomé a la boca, me horrorizó la vulnerabilidad de los niños ante sus padres: así como te dan la vida, te la pueden quitar sin uno poder defenderse. En más de una ocasión me sacó de mis pensamientos cuando levantaba la voz porque le mojaba la bata con el caldo. Mi silencio la preocupó: «¿tienes problemas con tu marido? estás muy callada», dijo convencida de ser conocedora de los conflictos de pareja, los cuales eran constantes con papá por los extremosos cambios de humor de ella.

No veía el fin del martirio. Mis vacaciones arruinadas y con el riesgo de prolongarse sin sueldo, sin alternativa de huir o deslindar en alguien la losa que cargaba a cuestas. ¿Y si en lugar de que la mamá de Fernandito se deshiciera de su hija, la hija se deshiciera de su mamá? La idea iba y venía, rondaba y se agazapaba... se olvidaba.

Corrían los días, se aproximaba el plazo para conocer el rumbo de mi destino. El trasplante de córneas le devolvería la vista o no a mi madre, ¿y si no? Aura estaba en condiciones de seguir pagando a la enfermera, pero yo no tenía la disponibilidad para atenderla indefinidamente. Mis malos modos fueron resentidos, el agua del baño demasiado caliente, la comida salada, escueta conversación, heladez por el aire acondicionado, la música estridente. La mamá de Fernandito, la hermanita de Fernandito, Fernandito...

Una mañana llegué a la casa de mi infancia como siempre, me invadía una felicidad inexplicable, ella misma lo percibió.

—Mi yerno con seguridad te trató con cariño anoche, es evidente — dijo maliciosa.

—Así es, mamá —respondí dándole por su lado.

Puse en el reproductor a Elvis; ambas recordamos a papá. El árbol de mango daba sus primeros frutos, el cielo de intenso azul resplandeciente, la primavera revoloteando en las coloridas alas de las aves.

A las doce del mediodía el agua de mango, la favorita de mi madre, estaba lista. Agradeció a la naturaleza su generosidad. Recostada en su mullido colchón, antes de ingerir sus alimentos, elevó una oración «por el pan nuestro de cada día». A la señora Aura le di de comer y beber y beber y beber y beber... Mojando la bata, las almohadas, las sábanas, la cama... Llenándole la boca, la garganta, la nariz, los pulmones, del dulce néctar amarillo hasta ahogar su respiración.


Cuento publicado en Periplos Literarios 1