Líneas para ensayar sobre geometrías infinitas observando
a Borges (y un indicio equivalente, en Escher)
Por Leticia Villagarcía
Introducción
Las arquitecturas babélicas
en el curso de la historia revelan una de las tentaciones más antiguas de la
humanidad: elevarse por encima de su dimensión terrestre, fracturar la
imposibilidad de alcanzar el cielo a través del vacío. Los ejemplos se levantan
enigmáticos, monolíticos: las pirámides de Egipto, la muralla china,
Teotihuacán en México o la sofisticada y frágil Nueva York, paradigma de occidente
y signo abstraído del mito de la caja de Pandora.
Estas construcciones
monumentales fueron antes edificios mentales concebidos por matemáticos de la
forma (hacer algo para resistir al infinito, aliviar la angustia de nuestra
miniatura). Han sido calculadas para concretar paraísos artificiales que
guardan piedra sobre piedra el secreto de su propia ruina. En el fondo, son
símbolos de nuestro padecimiento infinito: saber que somos la incompletud.
En la obra de Jorge Luis
Borges, uno de los fundamentos de su arte son las constelaciones
arquitectónicas (montajes): pero la ambición de Borges va mucho más allá de
estas edificaciones terrestres; sus estructuras lingüísticas se encuentran en
un estado de movimiento revolucionado; son construcciones fugadas hacia el
infinito. Lo del escritor americano, es una teoría propia de la geometría
infinitesimal.
Borges tiene una visión casi contraria a un
enfoque realista del mundo, el artista rechaza esta posición; en él, es
cardinal un deseo manifiesto por lo artificial. Su estética no tiene nada que
ver con reflejar la manera de percibir el mundo, es más bien como un aumento
del mundo en lugar de un reflejo. En ese aumento consiste su maestría. Borges
postulaba que «el arte es algo añadido a la vida, no es la vida».
Esta pequeña aportación es un intento de
compartir mi primera cercanía a la visión asombrosa de un escritor que imaginó
la estructura del universo, modulándose, dispersándose en relatividad con el
tiempo y el espacio de los habitantes terrestres. También doy cuenta en este
ensayo de un indicio entre la concepción geométrica del universo de Jorge Luis
Borges y Maurits Cornelis Escher.
Borges y su concepción geométrica del mundo
Para conjurar el horror que Borges le tiene al vacío, inventa mundos
artificiales y, paradójicamente, infinitos. Resaltando que «cada geometría
inventa sus propios axiomas», Borges, escribiendo, inventa su propia gramática
geométrica, podríamos decir. Hay una cita de Fieldler, teórico del arte, que se
puede aplicar perfectamente a Borges: «Los artistas más significativos, son
siempre espíritus muy exactos».
Borges el ciego, toma a su servicio el
fenómeno de la viabilidad óptica, por el cual la mente, física y
psicológicamente y en forma simultánea, «ve» en palabras las formas.
Para Borges, en sus
ficciones es importantísimo el espacio construido o en inquietante apariencia
vacío. Es un escritor minimalista; sus textos han sido creados con el mínimo de
elementos. De mente esquemática, le resta importancia a sus contenidos. Por
ejemplo, en «La biblioteca de Babel» describe lúcidamente toda la arquitectura
geométrica, pero el contenido de los libros que ahí se albergan conservan,
esconden o desmoronan (¿de qué red estarán tejidos esos libros innumerables?),
es misterioso e inalcanzable, aunque haya sido escrito con letras; da cuenta el
bibliotecario: «orgánicas en su interior, las letras puntuales, delicadas,
negrísimas e inimitablemente simétricas».
Quiero aclarar que, en este contexto,
metáfora de la ambición del conocimiento de Dios, es razonable que Borges sólo
haya sido capaz de crear la estructura geométrica, pues nos encontramos en
Babilonia, donde comenzó la dispersión de la diversidad, la incomunicación
entre los seres humanos por la soberbia de creer que se puede alcanzar el
cielo a través del vacío.
El cuento de la biblioteca de Babel
El cuento es un discurso filosófico escrito en forma lineal, con un solo
personaje, que discurre en primera persona.
«El espacio de la biblioteca, es un mundo
asfixiante y enloquecedor. Antes, por cada tres hexágonos había un hombre. El
suicidio y las enfermedades pulmonares, han destruido esa proporción».
Queda un hombre solo para contar lo que ahí
está padeciendo, ¿purgando?, un solo lector, rata de biblioteca, memoria de
una melancolía desconocida, casi extraterrestre. Habla así: «A veces, he
viajado muchas noches por corredores y escaleras pulidas sin hallar un solo
bibliotecario».
Borges desarrolla paradojas: la biblioteca, en el espacio, no tiene centro
ni periferia, y en el tiempo, no tiene principio ni fin.
La biblioteca de Babel no tiene ningún libro
sagrado o profano, que a su vez tenga una explicación de la biblioteca, de su
existencia. Borges usando a través de todo el texto palabras que significan
infinitud, intangibilidad, indeterminación, etc., nos hace leer algo a punto de
desaparecer.
El cuento, como antes cité, es una metáfora
de la obsesión de abarcar lo inabarcable, del deseo de aprehender al Absoluto.
El universo para Borges en este relato, es un
edificio infinito que es recorrido por solitarios, cuyo destino es incomprensible
y desconocido. Aquí en este encierro, el vacío ha sido sustituido por una
estructura que lo contiene y que es, él mismo, un universo completo: los
libros.
El arquitecto Antonio Toca, admirador de la
obra de Borges, coincide con mi visión al decir que «En la biblioteca, la arquitectura
construida con formas geométricas, canónicas, es el centro, la protagonista del
relato. La obra es una pesadilla lúcida descrita con la precisión de un
arquitecto.»
Y así describe el arquitecto Toca la
biblioteca: «La circulación vertical entre las interminables galerías, está
unida por una escalera en espiral, figura que ocupa el centro de cada seis
hexágonos. Las paredes de las galerías son redes formadas por anaqueles donde
se alojan los libros; en cada cubículo hexagonal hay cuatro muros anaqueles y
quedan libres sólo dos espacios que sirven de intercomunicación entre un
hexágono y otro».
Y hace un descubrimiento
esencial: «Descomponiendo las escaleras, observa la misma forma de las
coordenadas genéticas, compuestas de líneas horizontales y verticales en su estructura
interna, y de espirales en su estructura externa. Encuentra en la intuición
misteriosa de Borges la equivalencia del Ars Combinatoria del alfabeto
lingüístico con el alfabeto genético. Ve la fascinación en el narrador por
querer habitar, recorrer, desentrañar los secretos del edificio y los libros
como si fuera un ser vivo (como si el bibliotecario estuviera en esta vida
cuando en realidad ‒aunque él no lo sabe‒ deambula en otra dimensión y a la
deriva). Y cita a Allan Watts: «Existe una conspiración secreta entre todos los
adentros y todos los afueras, y esta conspiración consiste en lo siguiente:
parecer lo más diferentes posible y no obstante ser idénticos por debajo de las
apariencias, ya que no podemos encontrar los adentros sin los afueras, lo uno
sin lo otro». Y concluye Toca: «En este sentido, hay una conspiración secreta
entre las espirales, las líneas y los volúmenes rectilíneos que utiliza Borges
para construir sus hexágonos».
El concepto de Allan Watts de la identidad de
los adentros con los afueras, y el hallazgo del arquitecto Toca, en su
disección de la estructura de la biblioteca, me recuerdan los juegos de gráficas,
que aparentan ser sólo dibujos geométricos repetitivos sin aparente contenido,
pero que al observar fijamente un punto central del dibujo, el descubrimiento
es una aparición: la verdadera figura, la forma esencial. La ilusión óptica ya
no sólo se transforma en partes cóncavas y convexas; ahora surge el volumen: la
tercera dimensión. También seductora invención de la mirada.
La infinitud en Borges y en Escher
En la biblioteca de Babel existe un método parecido al de los viejos
bibliotecarios para encontrar el Gran Libro. El narrador del relato recuerda lo
angustioso de tal hábito, sigámoslo: «Durante siglos, fatigaron las galerías;
alguien propuso un sistema regresivo: para localizar el libro A, consultar
previamente un libro B que indique el sitio de A; para localizar el libro B,
consultar previamente el libro C, y así, hasta el infinito».
Escher representa el
Infinito de una manera equiparable a la de Borges. Es la «Banda de Moebius II»;
en el dibujo del diseñador holandés hay una hormiga recorriendo una banda
sinfín formada por líneas que a su vez forman cuadrados; por ese «ca mino»
peligroso (porque la hormiga tiene que acertar a poner las patas en las líneas,
si no lo hace, se hunde en el vacío) que además tiene la forma «torcida» de
ocho acostado, signo matemático para designar el Infinito, la hormiga recorre
inútilmente el tránsito buscando algo, o tal vez la salida, aventura desgraciada,
ya que no lo puede saber, pero está atrapada en el espacio de la infinitud.
Como queriendo concluir
Según el arquitecto Toca: «El laberinto fantástico de las galerías de la
Biblioteca, que pudo haberlo ideado un matemático, un geómetra, un arquitecto,
lo creó Borges el invidente. Por intuición pura se imaginó así al Universo. Se
sabe que el espacio puede ser dividido indefinidamente en módulos, fragmentos,
células: el hexágono es un ejemplo.»
Da la impresión de que Borges hubiera querido
descarnarse, aparece anhelando ser sólo intelecto. La visión del Mundo
Borgiano es abstracta como si el escritor no soportara la realidad de su propia
historia. Por eso pretendió convertirse en un personaje más de sus ficciones,
«residía en la ficción»; le costaba trabajo entender su entorno. Entonces, se
inventó su propia celda hecha de palabras, palabras—repeticiones, paralelas,
equivalentes, palabras crípticas, a veces ininteligibles, palabras laberínticas,
palabras espejo.
En el fondo de este vértigo de la repetición
que Borges padeció, había un gran escepticismo. Desesperado buscador de Dios,
construyó laberintos, en la creencia (ilusión altísima del ángel caído en la
materia) de poder hurgar la forma del misterio.
Pero… la geometría es
limitante, no deja respirar al espacio y la biblioteca de Babel, infinita en
cuanto a su cuerpo virtual, para el habitante atrapado en el hexágono, es vivir
la paradoja de la relatividad en su espléndida polaridad: las galerías de
soledad finita. Tan es así, que tiene que haber paneles de espejo para agrandar
el espacio existente; oh vana ilusión que sólo refleja y exacerba la conciencia
de la refractación tan abominable para Borges.
Los sueños de la razón crean monstruos; el de
Borges es literario—filosófico—arquitectónico, pero inquietante, visionario.
Borges se acercó a la forma dilatada y entrópica del Infinito.
Bibliografía
Borges, J. L. (1987). Ficciones.
Buenos Aires: Editorial EMECE.
Desdier, A. (enero 1989). «El cuerpo y el
código en los cuentos de Jorge Luis Borges». Revista Plural no. 208.
Ernst, B. (1987). El espejo mágico.
Alemania: Editorial M. C.
Escher, M. C. (1989). Estampas y dibujos.
Alemania: Editorial Taschen.
Toca, A. (enero 1989). «Construir la torre de Babel, un tributo a Borges».
Revista Plural no. 208.
Texto publicado en el libro: México Hoy (Zonámbula, 2018)