México: Modelo de ámbar y fuego
Silvia Quezada
Las rutas de la palabra se
entrelazan cuando se intenta describir en breves páginas qué podría representar
México hoy, dieciocho años después del inicio del siglo XXI. Pueden preverse
las complicaciones de abordar un tema que impone su amplitud a la brevedad de
su sola mención. Cuando se piensa en México se evocan involuntariamente
imágenes del pasado mediato e inmediato, estampas que provienen de los
titulares de los diarios, de carteles publicitarios, de los museos, de una
colección popular que nos construye como ciudadanos mexicanos unificados en un
bagaje común.
Para el adulto de hoy,
México tiene tan sólo setenta años. Antes de eso las imágenes en que nos leemos
pertenecen a la colección de los ascendentes, modelos de ámbar, ónix,
esmeralda, barro, piedra caliza, oro, plata, mármol, concreto y fuego. México
es la sumatoria de los que fuimos. Octavio Paz le decía al mundo en su discurso
de aceptación del Premio Nobel:
Los españoles
encontraron en México no sólo una geografía sino una historia. Esa historia
está viva todavía: no es un pasado sino un presente. El México precolombino,
con sus templos y sus dioses, es un montón de ruinas pero el espíritu que animó
ese mundo no ha muerto. Nos habla en el lenguaje cifrado de los mitos, las
leyendas, las formas de convivencia, las artes populares, las costumbres. Ser
escritor mexicano significa oír lo que nos dice ese presente — esa presencia.
(Paz, 1990)
La presencia de las antiguas civilizaciones,
cuyos vástagos directos se encuentran sumidos en el abandono institucional, son
ahora parte del color local; se congregan las herederas de otros momentos que
la historia oficial nos ha legado: Independencia, Reforma, Revolución,
Modernidad. Palabras que la cotidianeidad ha despojado de su trascendencia.
La modernidad, dijo Paz: «es una palabra en
busca de su significado: ¿es una idea, un espejismo o un momento de la historia?
¿Somos hijos de la modernidad o ella es nuestra creación? Nadie lo sabe a
ciencia cierta. Poco importa: la seguimos, la perseguimos» (1990), y lo
seguimos haciendo, esa modernidad daba sus primeros pasos cuando Paz recibía el
Nobel, era la presencia adolescente escandalosa y efusiva de la casa, ahora es
una amargada que sigue tratando de perpetuar su juventud y lozanía. «Sufrimos, no
tanto el complejo del pueblo conquistado, sino el complejo del pueblo
desubicado frente a la «modernidad»», con esas marcas que ponen en entredicho
lo que la modernidad significa, Carlos Fuentes reafirma los supuestos, como
sea, quien sea, la modernidad se impone portentosa e indomable.
Profundizar el complejo que fijó en el
mexicano la modernidad escurridiza sería desviar el tema. En segunda instancia
México hoy amedrenta con la profundidad de sus límites, por un lado es la misma
extensión de tierra desde 1848, cercado por afluentes de agua que así como dan
vida la destruyen, también es la división en sus 32 entidades federativas:
México es la suma de sus fronteras territoriales, ideológicas y culturales;
cuando la consigna enfatiza la actualidad con «hoy», también se deben
considerar las fronteras temporales. Por otro lado, estas fronteras no se
edifican en sus raíces, se desdibujan en sus cimientos, en el fondo México es
una planicie unificada, en la superficie, sus fronteras, zanjas infranqueables,
nos segmentan y segregan.
Así pues, si México es una
frontera, entonces, México es «puesto y colocado enfrente» según la primera
acepción normativa se confirman los supuestos; México está puesto y colocado
enfrente tanto de Estados Unidos de América, imponente adversario de mil
batallas, y está puesto y colocado enfrente de América latina, hermana melliza
confidente y rival; asimismo se erigen unas frente a otras sus 32 entidades,
sus 32 identidades, ya para convivir, ya para confrontar.
El segundo significado que dicta la Real
Academia Española indica que una frontera es un sinónimo de frentero, la
analogía es irónica; el frentero es la «almohadilla que se ponía a los niños
sobre la frente para que no se lastimaran», México es también el símil de un
artefacto destinado a la defensa frente amenazas reales, potenciales e
imaginarias; siempre con miedo, inseguro, siempre alerta a la caída.
Frontera también significa caudillo o
militar. El caudillo mexicano está ampliamente idealizado como el hombre que
bajo la proclama del Mesías se adentró en las instituciones para infectarlas
con codicia, la imagen del caudillo es ahora inherente a la codena de una
eternidad en una dictadura que se promueve en un bajo perfil, si bien se han
dejado de venerar a los grandes dadores de la libertad, se ha suplantado la
fuerza ideológica por la fuerza en camuflaje. Los militares ahora están en las
selvas, en los campos, en las rúas, el mexicano no se acostumbra a verlos, el
escepticismo sólo les da tregua cuando las fuerzas armadas marchan unidas en
las festividades cívicas, sin embargo, al día siguiente la percepción general
vuelve a poner a los civiles en condición vulnerable pues los militares nos
recuerdan que sin la reforma persiguió dejarnos son Dios no midió el potencial
efecto de ponernos frente al diablo, el caudillo y el militar son el terror
purificado.
Al final, se presentan
nociones más gentiles: una frontera es un límite y una fachada; es el frente
visible saturado del color de las edificaciones de sus 111 pueblos mágicos, de
sus casonas coloniales, de sus haciendas y chozas. México hoy son todas sus rutas:
las áridas y las selváticas, las boscosas y las coralinas, es un ser que parado
en la punta del Pico de Orizaba, tiene ahí acceso a la inmensidad, con la vista
puesta hacia el lugar de donde vinieron las grandes naos que nos pusieron en
el mapa del mundo occidental, da la espalda a la ruta comercial de los antiguos
mexicanos, tiembla con la adrenalina en su máximo tolerable, México es un ser
colectivo que triunfa victorioso delante del abismo.
Este es un país que ha esperado durante
siglos, soñado el tiempo de su historia. Su mueca y su sonrisa se han vuelto
inseparables. México es tierna fortaleza, cruel compasión, amistad mortal,
vida instantánea. Todos sus tiempos son uno, el pasado ahorita, el futuro
ahorita, el presente ahorita. Ni nostalgia, ni desidia, ni ilusión, ni
fatalidad. (Fuentes, 2002: 162)
México es una fachada, es decir, la primera
página de un libro escrito por mentes loables, en sus páginas se pueden encontrar
voces como las que han servido para concretar las ideas de estas páginas, así
como en la cita anterior, en la que Carlos Fuentes construye su mensaje con
metáforas contradictorias parece improbable no toparse en cada capítulo con el
límite que describe una identidad que es segmento y totalidad, es frontera y
profundidad, es palabra en la suma su historia nacional, en sus leyendas, en
sus poemas y en su prosa pero también es música, baile, discurso, mentira,
máscara, es la síntesis de sus arquitectos y humanistas, los propios y los
adoptivos, es pasado y futuro Hoy.
El conjunto de las imágenes:
desde la impresa en los códices hasta la resolución 4K de las pantallas
televisivas, entremezclan las imágenes de los antiguos mexicanos, los dibujos
de Humboldt, al costado en desorden están las placas de Manuel y Lola Álvarez
Bravo, las de Víctor Casasola, Juan Rulfo, Pedro Valtierra, Nacho López o Pedro
Meyer; también se descubren retazos de los majestuosos murales, los de Clemente
Orozco lo mismo que los de Rivera o Siqueiros, las de las pinceladas precisas
de Montenegro, Izquierdo, Rojo, entre tantos otros; los pai sajes y los muros
de Barragán, Teodoro González, Mario Pani, y la lista incluye a la fijación de
los ejecutores de otras manifestaciones culturales.
Entre el numeroso legajo aparecen otras más, más modernas, esa que Carlos
Monsiváis, hace unos años ya ha puntualizado: «Hay una fotografía de y para
las masas que no se practica como arte sino como rito social, que es registro
interminable del instante, defensa contra la ansiedad, instrumento de poder».
Son las selfies, los registros instantáneos de la vida cotidiana, desde
la violencia endémica que inunda lo urbano y lo rural, hasta el cafecito sobre
la mesa una tarde lluviosa de julio. Estas imágenes de los dispositivos
modernos reordenan la realidad nacional, esas instantáneas son el prontuario
que actualiza y que, de algún modo, rompe las fronteras mostrando la
hiperrealidad que nos permite soñar que somos ciudadanos del mundo, esas son
las del «presente ahorita», el punto al final de México Hoy.
Texto publicado en el libro: México Hoy (Zonámbula, 2018)
Silvia Quezada es Doctora en Humanidades y Artes, miembro del Sistema Nacional de Investigadores en los últimos diez años. Vicepresidenta de la Corresponsalía Guadalajara del Seminario de Cultura Mexicana y consocia de la Sociedad de Geografía y Estadística. Trabaja en el Departamentode Letras y en el Departamento de Estudios Literarios de la Universidad de Guadalajara. Es miembro del PEN Internacional. Su línea de investigación es la literatura mexicana.