miércoles, 20 de marzo de 2024

Líneas para ensayar sobre geometrías infinitas observando a Borges (y un indicio equivalente, en Escher) - Leticia Villagarcía

 

Líneas para ensayar sobre geometrías infinitas observando a Borges (y un indicio equivalente, en Escher)

Por Leticia Villagarcía




Introducción

Las arquitecturas babélicas en el curso de la historia revelan una de las tentaciones más antiguas de la humanidad: elevarse por encima de su dimensión terrestre, fracturar la imposibilidad de alcanzar el cielo a través del vacío. Los ejemplos se levantan enigmáticos, mo­nolíticos: las pirámides de Egipto, la muralla china, Teotihuacán en México o la sofisticada y frágil Nueva York, paradigma de occi­dente y signo abstraído del mito de la caja de Pandora.

Estas construcciones monumentales fueron antes edificios mentales concebidos por matemáticos de la forma (hacer algo para resistir al infinito, aliviar la angustia de nuestra miniatu­ra). Han sido calculadas para concretar paraísos artificiales que guardan piedra sobre piedra el secreto de su propia ruina. En el fondo, son símbolos de nuestro padecimiento infinito: saber que somos la incompletud.

En la obra de Jorge Luis Borges, uno de los fundamentos de su arte son las constelaciones arquitectónicas (montajes): pero la ambición de Borges va mucho más allá de estas edifica­ciones terrestres; sus estructuras lingüísticas se encuentran en un estado de movimiento revolucionado; son construcciones fugadas hacia el infinito. Lo del escritor americano, es una teoría propia de la geometría infinitesimal.

Borges tiene una visión casi contraria a un enfoque realis­ta del mundo, el artista rechaza esta posición; en él, es cardinal un deseo manifiesto por lo artificial. Su estética no tiene nada que ver con reflejar la manera de percibir el mundo, es más bien como un aumento del mundo en lugar de un reflejo. En ese au­mento consiste su maestría. Borges postulaba que «el arte es algo añadido a la vida, no es la vida».

Esta pequeña aportación es un intento de compartir mi pri­mera cercanía a la visión asombrosa de un escritor que imaginó la estructura del universo, modulándose, dispersándose en relatividad con el tiempo y el espacio de los habitantes terrestres. También doy cuenta en este ensayo de un indicio entre la concepción geométrica del universo de Jorge Luis Borges y Maurits Cornelis Escher.

Borges y su concepción geométrica del mundo

Para conjurar el horror que Borges le tiene al vacío, inventa mundos artificiales y, paradójicamente, infinitos. Resaltando que «cada geometría inventa sus propios axiomas», Borges, es­cribiendo, inventa su propia gramática geométrica, podríamos decir. Hay una cita de Fieldler, teórico del arte, que se puede aplicar perfectamente a Borges: «Los artistas más significativos, son siempre espíritus muy exactos».

Borges el ciego, toma a su servicio el fenómeno de la viabi­lidad óptica, por el cual la mente, física y psicológicamente y en forma simultánea, «ve» en palabras las formas.

Para Borges, en sus ficciones es importantísimo el espa­cio construido o en inquietante apariencia vacío. Es un escritor minimalista; sus textos han sido creados con el mínimo de elementos. De mente esquemática, le resta importancia a sus contenidos. Por ejemplo, en «La biblioteca de Babel» descri­be lúcidamente toda la arquitectura geométrica, pero el conte­nido de los libros que ahí se albergan conservan, esconden o desmoronan (¿de qué red estarán tejidos esos libros innume­rables?), es misterioso e inalcanzable, aunque haya sido escrito con letras; da cuenta el bibliotecario: «orgánicas en su interior, las letras puntuales, delicadas, negrísimas e inimitablemente simétricas».

Quiero aclarar que, en este contexto, metáfora de la am­bición del conocimiento de Dios, es razonable que Borges sólo haya sido capaz de crear la estructura geométrica, pues nos en­contramos en Babilonia, donde comenzó la dispersión de la di­versidad, la incomunicación entre los seres humanos por la so­berbia de creer que se puede alcanzar el cielo a través del vacío.

El cuento de la biblioteca de Babel

El cuento es un discurso filosófico escrito en forma lineal, con un solo personaje, que discurre en primera persona.

«El espacio de la biblioteca, es un mundo asfixiante y en­loquecedor. Antes, por cada tres hexágonos había un hombre. El suicidio y las enfermedades pulmonares, han destruido esa proporción».

Queda un hombre solo para contar lo que ahí está pade­ciendo, ¿purgando?, un solo lector, rata de biblioteca, memoria de una melancolía desconocida, casi extraterrestre. Habla así: «A veces, he viajado muchas noches por corredores y escaleras pulidas sin hallar un solo bibliotecario».

Borges desarrolla paradojas: la biblioteca, en el espacio, no tiene centro ni periferia, y en el tiempo, no tiene principio ni fin.

La biblioteca de Babel no tiene ningún libro sagrado o pro­fano, que a su vez tenga una explicación de la biblioteca, de su existencia. Borges usando a través de todo el texto palabras que significan infinitud, intangibilidad, indeterminación, etc., nos hace leer algo a punto de desaparecer.

El cuento, como antes cité, es una metáfora de la obsesión de abarcar lo inabarcable, del deseo de aprehender al Absoluto.

El universo para Borges en este relato, es un edificio infini­to que es recorrido por solitarios, cuyo destino es incomprensi­ble y desconocido. Aquí en este encierro, el vacío ha sido susti­tuido por una estructura que lo contiene y que es, él mismo, un universo completo: los libros.

El arquitecto Antonio Toca, admirador de la obra de Bor­ges, coincide con mi visión al decir que «En la biblioteca, la ar­quitectura construida con formas geométricas, canónicas, es el centro, la protagonista del relato. La obra es una pesadilla lúcida descrita con la precisión de un arquitecto.»

Y así describe el arquitecto Toca la biblioteca: «La circu­lación vertical entre las interminables galerías, está unida por una escalera en espiral, figura que ocupa el centro de cada seis hexágonos. Las paredes de las galerías son redes formadas por anaqueles donde se alojan los libros; en cada cubículo hexagonal hay cuatro muros anaqueles y quedan libres sólo dos espacios que sirven de intercomunicación entre un hexágono y otro».

Y hace un descubrimiento esencial: «Descomponiendo las escaleras, observa la misma forma de las coordenadas gené­ticas, compuestas de líneas horizontales y verticales en su es­tructura interna, y de espirales en su estructura externa. Encuen­tra en la intuición misteriosa de Borges la equivalencia del Ars Combinatoria del alfabeto lingüístico con el alfabeto genético. Ve la fascinación en el narrador por querer habitar, recorrer, des­entrañar los secretos del edificio y los libros como si fuera un ser vivo (como si el bibliotecario estuviera en esta vida cuando en realidad ‒aunque él no lo sabe‒ deambula en otra dimensión y a la deriva). Y cita a Allan Watts: «Existe una conspiración secreta entre todos los adentros y todos los afueras, y esta conspiración consiste en lo siguiente: parecer lo más diferentes posible y no obstante ser idénticos por debajo de las apariencias, ya que no podemos encontrar los adentros sin los afueras, lo uno sin lo otro». Y concluye Toca: «En este sentido, hay una conspiración secreta entre las espirales, las líneas y los volúmenes rectilíneos que utiliza Borges para construir sus hexágonos».

El concepto de Allan Watts de la identidad de los adentros con los afueras, y el hallazgo del arquitecto Toca, en su disección de la estructura de la biblioteca, me recuerdan los juegos de grá­ficas, que aparentan ser sólo dibujos geométricos repetitivos sin aparente contenido, pero que al observar fijamente un punto cen­tral del dibujo, el descubrimiento es una aparición: la verdadera figura, la forma esencial. La ilusión óptica ya no sólo se transforma en partes cóncavas y convexas; ahora surge el volumen: la tercera dimensión. También seductora invención de la mirada.

La infinitud en Borges y en Escher

En la biblioteca de Babel existe un método parecido al de los vie­jos bibliotecarios para encontrar el Gran Libro. El narrador del relato recuerda lo angustioso de tal hábito, sigámoslo: «Durante siglos, fatigaron las galerías; alguien propuso un sistema regre­sivo: para localizar el libro A, consultar previamente un libro B que indique el sitio de A; para localizar el libro B, consultar pre­viamente el libro C, y así, hasta el infinito».

Escher representa el Infinito de una manera equiparable a la de Borges. Es la «Banda de Moebius II»; en el dibujo del di­señador holandés hay una hormiga recorriendo una banda sinfín formada por líneas que a su vez forman cuadrados; por ese «ca­ mino» peligroso (porque la hormiga tiene que acertar a poner las patas en las líneas, si no lo hace, se hunde en el vacío) que además tiene la forma «torcida» de ocho acostado, signo mate­mático para designar el Infinito, la hormiga recorre inútilmente el tránsito buscando algo, o tal vez la salida, aventura desgracia­da, ya que no lo puede saber, pero está atrapada en el espacio de la infinitud.

Como queriendo concluir

Según el arquitecto Toca: «El laberinto fantástico de las gale­rías de la Biblioteca, que pudo haberlo ideado un matemático, un geómetra, un arquitecto, lo creó Borges el invidente. Por in­tuición pura se imaginó así al Universo. Se sabe que el espacio puede ser dividido indefinidamente en módulos, fragmentos, células: el hexágono es un ejemplo.»

Da la impresión de que Borges hubiera querido descarnar­se, aparece anhelando ser sólo intelecto. La visión del Mundo Borgiano es abstracta como si el escritor no soportara la realidad de su propia historia. Por eso pretendió convertirse en un perso­naje más de sus ficciones, «residía en la ficción»; le costaba tra­bajo entender su entorno. Entonces, se inventó su propia celda hecha de palabras, palabras—repeticiones, paralelas, equivalen­tes, palabras crípticas, a veces ininteligibles, palabras laberínti­cas, palabras espejo.

En el fondo de este vértigo de la repetición que Borges padeció, había un gran escepticismo. Desesperado buscador de Dios, construyó laberintos, en la creencia (ilusión altísima del ángel caído en la materia) de poder hurgar la forma del misterio.

Pero… la geometría es limitante, no deja respirar al espacio y la biblioteca de Babel, infinita en cuanto a su cuerpo virtual, para el habitante atrapado en el hexágono, es vivir la paradoja de la relatividad en su espléndida polaridad: las galerías de soledad finita. Tan es así, que tiene que haber paneles de espejo para agrandar el espacio existente; oh vana ilusión que sólo refleja y exacerba la conciencia de la refractación tan abominable para Borges.

Los sueños de la razón crean monstruos; el de Borges es literario—filosófico—arquitectónico, pero inquietante, visiona­rio. Borges se acercó a la forma dilatada y entrópica del Infinito.

Bibliografía

Borges, J. L. (1987). Ficciones. Buenos Aires: Editorial EMECE.

Desdier, A. (enero 1989). «El cuerpo y el código en los cuentos de Jorge Luis Borges». Revista Plural no. 208.

Ernst, B. (1987). El espejo mágico. Alemania: Editorial M. C.

Escher, M. C. (1989). Estampas y dibujos. Alemania: Edi­torial Taschen.

Toca, A. (enero 1989). «Construir la torre de Babel, un tributo a Borges». Revista Plural no. 208.

 

 Texto publicado en el libro: México Hoy (Zonámbula, 2018)

  

Leticia Villagarcía. Poeta, cuentista, ensayista y traductora de poesía, terminó el doctorado de Letras del Siglo XX y la maestría en Literatura del siglo XX de la UDG. Es Premio Nacional de Narrativa Colima 1994 (Mención Honorífica) por la obra publicada Señales de Babel, En 2013, ganó el Premio Internacional Ditët Naïmit (Macedonia) por el conjunto de su obra poética. Actualmente, es consejera de Letras del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes del Estado de Jalisco.