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viernes, 21 de diciembre de 2018

Estuve presente cuando ejecutaron a papá por Noé Reyes






Papá
Estuve presente cuando ejecutaron a Papá. Aquello fue un circo. Lo mataron entre cuatro o cinco hombres. Muchos ojos pareados lo vieron; aplaudieron al ver escurrir la sangre de Papá. Al principio los enfrentó heroico, incluso llevó a uno de sus agresores al suelo, mas poco después uno de sus enemigos le clavó un metal con punta; Papá no lo vio venir, sólo sintió, el puyazo. Perdió fuerza.
Aún menguado por el sangrado, cual Marcus Atilius gladiador vencedor de Hilario, el de las trece batallas, espejo de Crixo, Papá bregaba por mantenerse en pie. Recuerdo el momento; los cientos de ojos gritar. Las voces del lugar respirar sangre. Siento rabia por mi quietud. Aquella gente evitaba el rostro de Papá, lo herían por detrás, las llaman banderillas, les dicen segundo tercio. Mentiras cosidas al lomo. Jugaban con él. Me odiaba. ¿Cómo podía estar presente sin hacer nada? Los asistentes se enjabonaban con muerte, expelían burbujas de odio contra Papá, como si también fuera su enemigo; ni siquiera lo era de su verdugo. Papá bajó la guardia, miró a su ejecutor resignado, apenas triste. Veo al impío con el pecho henchido, soflamero como un dios, se siente omnipotente. Le muestra una espada a Papá. Me turbo. Van a cortarle la cabeza como he escuchado en la radio.
Papá se orina. Puedo olisquear su miedo.
El coso presente increpó a Papá por no aguantar sus necesidades. Quería correr a él, socorrerlo. Me amenazaron. Mandaron callarme. A Papá le atravesaron el corazón. Fue menester lacerarlo varias veces.
Papá era el sexto de la tarde.



— Juanita, Juanita. ¿Supiste de la desgracia de los vecinos?
—Sí. Mala onda, ¿vendería droga el muchacho, o algo así? Sí, ha de haber andado en malos pasos y si no ¿cómo lo explicas? Oye, bonita blusa… ¿Dónde la compraste?
—En Liverpool. ¿Chula verdad? Es horrible como lo encontraron, según dicen, lo golpearon, le clavaron navajas en la espalda, le arrancaron la lengua y le cortaron dos dedos, al final lo mataron, apenas rondaba los 25 años… Oye, Juanita, ahorita me estoy acordando de una blusa color azul, bonita cómo para ti, o para tu niña, por cierto la vi llegar y ni saludó, ¡traía una cara! el mismo rostro pone mi niña cuando le da hambre.
—Déjala así son los pre-púberes, al rato baja y te saluda como siempre… Y feo lo de los vecinos, estamos en una barbarie y nomás nadie hace nada para detener esto…  ¿Quién te contó del muchacho?
—Sí. Juanita, nadie mete las manos por nosotros, desde el sexenio de Calderón anda todo patas pa´ arriba… me platicó doña Samantha la de la tienda de abarrotes, ella los conoce bien, eran nuevos riquillos… a pos mira desde la etapa del PAN… De pronto, sin más ni más, empezaron a tener carros y a comprar casas y a andar de presumidillos. Según doña Samantha, seguido se la pasaban echando alcoholes en la esquina con la música en sus camionetas a todo volumen, cómo si a uno le gustara oír su ruidajo... Pobre chamaco lo entregaron a pedacitos a la familia, por aquello de la autopsia, ves. La verdad, la verdad, esa blusa azul te quedaría… oye y tu hija… tienes razón, mira ya se asomó y me movió la mano, aunque no de muy buena gana… ¡eh!... Es comportarse como animales eso de andar cortando a la gente, ¿no crees Juanita? pero ya, dejemos eso, es feo… cuenta ¿cómo te fue en los toros?

jueves, 6 de diciembre de 2018

Miroslava por Silvia Quezada



 


Aquella noche Miroslava supo del asalto, de esa sensación súbita de abrir los ojos en medio de la oscuridad, mientras algo reptaba entre sus piernas, con un jadeo húmedo, desconocido. Quiso zafarse, deshacerse de ese peso incómodo; llena de asco empujó con todas sus fuerzas la cabeza que se había incrustado en sus ingles, gritó, aulló herida, sintió el peso total de un hombre, su forcejeo, los músculos calientes y poderosos que la sometían sin que nadie más apareciera.

Desde entonces tuvo miedo. Un sentimiento de indefensión llenaba su cuerpo de temblores cuando caía la tarde. Luego de unas semanas supo que la geografía de su cuerpo había cambiado: se oscurecieron sus pezones y una raya negra comenzó a dibujarse desde el centro del ombligo hasta el pubis. Llegaron las náuseas, los mareos, la incertidumbre. Rechazó la idea de llenarse de redondeces. Sentía que tendría un hijo reptil.

Miroslava soñaba con tirarse al río…cerraba los ojos y se veía rodar entre las piedras, las lajas destruirían su nariz, las sienes, y su piel toda se rasgaría junto con su vida. Luego imaginaba tomarse un té amargo de apio machacado, amargo, espeso, horroroso. Las vigas de su cuarto la invitaban a buscar una soga, el barranco del fondo a lanzarse al vacío, nadie habría de buscarla otra vez para humillarla, ninguno.

La soga atada a la regadera se rompió. Con el calendario adelantado, fuera de fechas, nació la niña. Tenía los ojos verdes y la piel oscura. El temperamento de Miroslava cambió. Ahora se sentía la mujer más feliz, la madre más plena. Se iba alborozada a lavar al río, se columpiaba entre los árboles con lianas improvisadas, cargaba a la niña a todas partes. Amó la noche otra vez.

La hija fue creciendo con lunas nuevas. Muy pronto era ella quien se acercaba al río, sumergiéndose toda en alborozo. Fue triste cuando Miroslava la vio llegar a la casa sangrante, con la nariz rota por los golpes de un desconocido que la tomó a la fuerza. Su temperamento cambió, se llenó de cicatrices. Se hizo de un carácter. Cuando la raya negra apareció en su vientre supo que había llegado el momento: buscó la soga más fuerte, la viga más oscura. Miroslava la encontró meciéndose en el tiempo. En el aquel pasado heredado que ahora sí ella misma tendría que cumplir.