jueves, 6 de diciembre de 2018

Miroslava por Silvia Quezada



 


Aquella noche Miroslava supo del asalto, de esa sensación súbita de abrir los ojos en medio de la oscuridad, mientras algo reptaba entre sus piernas, con un jadeo húmedo, desconocido. Quiso zafarse, deshacerse de ese peso incómodo; llena de asco empujó con todas sus fuerzas la cabeza que se había incrustado en sus ingles, gritó, aulló herida, sintió el peso total de un hombre, su forcejeo, los músculos calientes y poderosos que la sometían sin que nadie más apareciera.

Desde entonces tuvo miedo. Un sentimiento de indefensión llenaba su cuerpo de temblores cuando caía la tarde. Luego de unas semanas supo que la geografía de su cuerpo había cambiado: se oscurecieron sus pezones y una raya negra comenzó a dibujarse desde el centro del ombligo hasta el pubis. Llegaron las náuseas, los mareos, la incertidumbre. Rechazó la idea de llenarse de redondeces. Sentía que tendría un hijo reptil.

Miroslava soñaba con tirarse al río…cerraba los ojos y se veía rodar entre las piedras, las lajas destruirían su nariz, las sienes, y su piel toda se rasgaría junto con su vida. Luego imaginaba tomarse un té amargo de apio machacado, amargo, espeso, horroroso. Las vigas de su cuarto la invitaban a buscar una soga, el barranco del fondo a lanzarse al vacío, nadie habría de buscarla otra vez para humillarla, ninguno.

La soga atada a la regadera se rompió. Con el calendario adelantado, fuera de fechas, nació la niña. Tenía los ojos verdes y la piel oscura. El temperamento de Miroslava cambió. Ahora se sentía la mujer más feliz, la madre más plena. Se iba alborozada a lavar al río, se columpiaba entre los árboles con lianas improvisadas, cargaba a la niña a todas partes. Amó la noche otra vez.

La hija fue creciendo con lunas nuevas. Muy pronto era ella quien se acercaba al río, sumergiéndose toda en alborozo. Fue triste cuando Miroslava la vio llegar a la casa sangrante, con la nariz rota por los golpes de un desconocido que la tomó a la fuerza. Su temperamento cambió, se llenó de cicatrices. Se hizo de un carácter. Cuando la raya negra apareció en su vientre supo que había llegado el momento: buscó la soga más fuerte, la viga más oscura. Miroslava la encontró meciéndose en el tiempo. En el aquel pasado heredado que ahora sí ella misma tendría que cumplir.