El pasado jueves 27 de marzo, se efectuó la lectura de obra de nuestros miembros escritores: Jorge Luis González y Gulnara Molina.
La actividad estuvo presentada por Diana Valencia.
"Raúl Aceves 2022".
Revista del PEN Centro Guadalajara .
Encuentro de escritoras latinoamericanas
El Papel de la palabra.
Congreso Mundial Pen en Tokio 2010
El pasado jueves 27 de marzo, se efectuó la lectura de obra de nuestros miembros escritores: Jorge Luis González y Gulnara Molina.
La actividad estuvo presentada por Diana Valencia.
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Imagen de Birgit en Pixabay |
Los
perros tienen pulgas,
las
personas tienen problemas.
Charles
Bukowski
Allí
va ese hombre otra vez, como todas las mañanas, oliendo a maderas; me mira porque
no hay nada más que mirar en la calle. Lo advierto de reojo cuando estoy
echado, descansando; parece tener agotamiento en sus ojos, quizá no pasó buena
noche, o a lo mejor así es su mirada. A veces quisiera extenderle mis manos; percibo
que necesita un abrazo o un gesto de confort, se nota ermitaño y su soledad me
llega como un hueso podrido que me sabe mal; la imagen de su cara la tengo
presente todo el día, cuando me escondo de las pedradas, cuando protagonizo una
pelea callejera o cuando me divierto con mis colegas; creo que él no tiene
amigos, nunca he visto que alguien visite su hogar, todo el tiempo lo he visto
solo, con su mirada apagada; ni siquiera se da cuenta que a diario lo espero cuando
regresa a casa. Me he acostumbrado a mirarlo, voy a su encuentro a la esquina
donde todas las mañanas aborda el camión, me hago el dormido y espero, pasa el
tiempo y aparece; bostezando, cabizbajo, muerto de hambre, abatido; y me
regresan las ganas de abrazarlo, pero me sigo haciendo el dormido. No sé cómo
comenzó todo, cuándo ocurrió este sentimiento hacia él, simplemente un día lo
vi salir de su hogar y, estoy seguro que me sonrió, o así lo pensé, no sé, pero
sentí agrado; lo vi tan indefenso, con ese olor inconfundible que penetra mi
nariz de sabueso; con ese caminar presuroso como buscando un lugar o un destino;
y luego ya no he podido alejarme de aquí. Me han invitado a un lugar de trabajo,
se rumorea que existe una granja, allá, a las afueras del pueblo y que hay
gallinas, patos, cabras, caballos y con suerte algunos gatos; comentan que el
dueño anda en busca de perros callejeros para que cuiden de ella; dicen que se come
bien y que el agua abunda como en un río, que si me doy prisa aún puedo
encontrar un lugar para mí, pero no es eso lo que quiero; ya no vería a ese
hombre cuando la tarde esté por caer, ya no olfatearía su aroma como todas las
mañanas, entonces tendría que buscar nuevos olores en aquella granja, correría entre
los arboles de un lado a otro para captar el fresco del amanecer como su fragancia;
la paja me parecería estar mirando su pelo castaño, y luego su mirada, su tonta
mirada. ¿Qué haré allá sin prestar atención a sus ojos opacos? ¿y su caminar arrastrado? Ni los pasos de una cabra ni la de los
caballos serían igual.
Allí está
ese perro otra vez, levantando su nariz cuando paso cerca; como todas las mañanas,
me ve de reojo y sigue echado, su mirada doliente me desconcierta, ha hecho frío
por las noches, tanto que tengo que echar otra cobija; me he despertado por las
madrugadas pensando en él, ¿dónde estará durmiendo? ¿Se meterá debajo de ese auto
abandonado? Quizá me preocupo por estupideces, es sólo un perro callejero, pero
se ve tan solo, tan afligido. ¿Algún día habrá tenido amo? Tal vez sí, pues los
perros no llegan solos a la calle. A
veces quisiera hablarle, hacerle cariños, ponerle un nombre; quizá lo llamaría
güero o bigotes, le hablaría al salir de casa rumbo al trabajo: —qué tal, bigotes, ¿cómo
pasaste la noche? Se
ve tan hambriento, tan sediento; Sería necesario guardarle algo de comida y
ponerle un pocillo de agua fresca; pero
dicen que a los perros dándoles de comer y de beber se quedan para siempre y yo
no quiero que se quede, es más, no quiero problemas ni quiero
responsabilidades, al contrario, quisiera ya no verle más, desearía salir un día
de casa y que desaparezca de mi camino, sólo provoca que me sienta culpable de
su desdicha de ser perro. Su ojeada muda y penetrante me lastima, me sofoca, me
despoja de mi poco sentimiento de existencia, su estúpido estado rutinario y
poco humano desata la ira de mis entrañas, cómo puede ser que un perro de la
calle viva muy tranquilo allí, sin pagar impuestos, sin despertar todas las
mañanas y tomar una ducha fría como yo lo hago; no sé qué hace en las tardes cuando bajo del
camión, siempre está en ese lugar, echado, esperando algo, o quizá sólo
descansa; los perros descansan todo el tiempo, no como uno, que tengo que
trabajar para sobrevivir, no que ellos, sólo sobreviven y lo hacen sin
preocupaciones, andan como sea, en la calle, libres, esperando quien les
aviente comida, como si con eso fueran felices, tan felices que, el dólar, la
inflación, la bolsa y todas esas idioteces que nos afectan, no les importara a
ellos, ¿cómo lo sabrían si son perros?, si a ellos no los hunden las tarjetas
de crédito; las hipotecas no las conocen, no hay terreno que cuidar, la calle
es de ellos, lunes o domingo que más da, ¿dinero en el banco? ¿Para qué? No
existen descendientes que peleen su herencia, ¿y cuál herencia? Si nada tienen,
no andan por la calle con un celular, ni usan ropas caras, mucho menos conducen
un coche último modelo, ¿pagar un funeral? Si su cuerpo se desboronará en el
asfalto y con el paso de los coches se irá fundiendo en el cemento.
Ese
hombre me ha mirado otra vez, ¿cuánto durará esta rutina?, ¿cuándo será el día
que ya no lo vea salir de su casa?, o que ya no regrese por la tarde; entonces juzgaré
que ese hombre se ha convertido en perro y que anda por las calles, libre, sin preocupaciones,
como uno, como todos ellos con los que juego y peleo; después tendré que seguir
a alguien más y él tendrá que hacer lo mismo con otro humano. Me sigue mirando,
me intimida su presencia y sus ojos húmedos me dan lástima, parecen decir algo,
algo que no entiendo; nosotros no entendemos sus palabras y ellos creen que nos
entienden; que ironía ser hombre, ¿qué culpa estarán pagando?, ¿por qué tienen
que vivir así? sin libertad, sin amigos fieles como nosotros, ¿por qué cubren
su cuerpo con ropas y hacen sus necesidades a escondidas?, ¿por qué existen los
tiempos para ellos? y los días los nombran diferentes, si todos valen igual;
mañana, tarde y noche; nosotros somos iguales y ellos no lo son, se distinguen
por lo que tienen, nosotros no tenemos nada y eso nos hace libres y sin
preocupaciones; que desolación ser hombre, nacer hombre y vivir como hombre. ¿Pero
qué me importa ese hombre?, si sólo es uno más de ellos, tan insignificantes,
tan torpes, siempre tratando de hacer algo bueno por nosotros, ¿para nosotros?,
pero, ¿qué? No hay nada qué hacer, no
pretendemos ser nada, únicamente somos perros y ellos sólo son hombres, ellos necesitan
de nuestros abrazos, de nuestra lealtad, lo que entre ellos no existe; la
buscan y la buscan y se pasan el tiempo y no la hallan. Estúpidos hombres, qué error
estarán pagando.
<<¿Un perro?, ¡Pero no me gustan los perros!
>>. Qué palabras tan duras las de mi novia, sólo le comenté lo del perro
callejero; me dijo que estaba loco, dejándome como tonto y creo que tiene
razón, ¿qué haría yo con un perro? ¿Encerrarlo en el patio? Mejor no, que siga
viviendo en la calle. ¿Volveré con ella? ¿Volveré con mi novia? Pero es tan superficial,
y detesto su forma de ser. Qué manera de pensar la mía, ¿me estaré convirtiendo
en uno de ellos? Porque si es así, de una vez gasto lo de las tarjetas y el
poco dinero que tengo ahorrado en el banco, ¿y mi casa? Esa que sea mi casa y
la de los otros perros; me gusta mi casa, sería cómoda para todos, que
felicidad descansar todo el tiempo, me preocuparía sólo por buscar comida; ese
perro sería mi amigo, bueno, uno de tantos, mejor dicho, porque todos los
perros son amigos. ¿De verdad estaré pensando en comportarme como uno de ellos?,
podría comenzar ensayando mi ladrido, pero no, aún no he pensado detalladamente
la opción de ser perro; creo que tiene sus limitaciones, pero vale la pena, ¿y
si después extraño la vida de hombre? Entonces no habría marcha atrás, o soy
perro o soy hombre y sólo tengo una opción y es ser perro, porque hombre ya
soy, ¿y si soy los dos? ¿Se podrá?, ellos no pueden ser hombres, pero nosotros
si podemos ser perros y hombres, aunque si fuera hombre perro, me llevarían a
un manicomio y en un manicomio hay locos y yo sería uno de ellos. Entonces
sería hombre, perro y loco; que dilema y trilema: ser perro o ser hombre y ser
loco.
¿Un
hombre? Nunca llegué a considerar eso, ¿ser uno de ellos? ¿Qué sería de mí? ¿Vería
el futbol? ¿Andaría en coche? ¿Dormiría en una cama? ¿Solo o acompañado?, que
pensamientos tan tontos se me ocurren; pero, no sé, son tantas ventajas, que
quisiera pensarlo dos veces, ¿y él? ¿Ese hombre sería mi amigo?, platicaríamos
todos los días, entenderíamos las mismas palabras; pero… tal vez sería bueno,
quizá; tendría una casa como esa que tiene él, usaría traje y me bañaría a
diario para ir a un lugar y regresaría por la tarde. Últimamente he soñado en
que soy un hombre y despierto creyendo que soy feliz, camino en dos patas, pero
después ladro y recuerdo que aún soy perro; aunque ser hombre no es la única
opción, puedo ser gato, rata, león, o hasta jirafa; las jirafas son altas y alcanzan
a ver todo, pero no andan en coche ni usan traje, además ellas huelen a jirafa
y los hombres huelen a maderas, lavanda, flores; a todo, menos a hombre, y
nosotros apestamos a perro todo el tiempo. ¿Podría ser perro y actuar como los
hombres? Creo que no, me llevarían a un circo y en un circo me tendrían encerrado,
y yo no quiero vivir encerrado, entonces sería un perro que se cree hombre
cirquero, que conflicto: ser perro o ser hombre y ser cirquero.
Allí está ese perro que pretende ser hombre, me gusta verlo actuar cuando la función de circo la traen al manicomio.
LA
REPRESENTACIÓN DEL ROL DE LA MUJER A TRAVÉS DEL ARTE
Por Aída María López Sosa
La
genialidad humana nunca se manifestó de manera tan luminosa como en el
Renacimiento. El hombre se atrevió a surcar los mares en busca de la conquista.
Nació la imprenta con la que fue posible cambiar la historia de la humanidad.
Los inventos de Leonardo da Vinci fueron útiles a la postre. Nicolás Copérnico
elevaba la mirada al firmamento para descubrir los enigmas del cosmos en busca
de constelaciones. En el arte Miguel Ángel, Rubens, Caravaggio realizaban
esculturas y pinturas que vestían las iglesias y los palacios de los mecenas.
La Literatura conoció la genialidad de William Shakespeare, Miguel de Cervantes
y el Siglo de Oro a los poetas Lope de Vega y Quevedo. Ante el desfile de
inteligencias en las distintas disciplinas del arte y la ciencia nos
cuestionamos, ¿dónde estaban las mujeres? las madres de esos genios, las
hermanas, las esposas, las tías, las amantes. La pintura es testimonio del
quehacer de estos seres considerados inferiores desde la matrilinealidad hasta
la subyugación heteropatriarcal.
El
vestuario era sinónimo de estatus, ya que la forma, las telas, los colores, la
largura, el escote, eran códigos de la condición de la mujer desde si era
casada, viuda, doncella o sirvienta. Eran pocas las mujeres, principalmente de
cuna noble, las que tenían la posibilidad de cultivar el arte en alguna de sus
expresiones: música, pintura, literatura, pero no como medio de subsistencia,
sino como afición. Siendo tan difícil encontrar en la historia a alguna mujer
del Renacimiento que se haya dedicado profesionalmente al arte, es propicio
mencionar a Artemisia Gentileschi (1593-1656), pintora del barroco influenciada
por Caravaggio en sus claroscuros, la primera mujer que se hizo miembro de la
Academia de Bellas Artes de Florencia y de ser conocida a nivel internacional. Sin
embargo, en un mundo de hombres no se salvó de ser violada por su maestro que
era incluso amigo de su padre, quien también era pintor. Una de sus obras: Judit y su doncella, oleo pintado entre
1625 y 1627, cataliza el coraje de haber sido abusada. Artemisia dramatiza la
tensión del pasaje bíblico en la composición cuando la joven viuda Judit con
una espada le corta la cabeza a Holofernes y se la entrega a su doncella para que
la guarde en un saco.
Un
siglo después, encontramos a Marie Louise Èlisabeth Vigée Lebrun, esposa de un
pintor y coleccionista, quien se cotizó como la pintora francesa más famosa del
siglo XVIII, miembro de las Academias de Florencia, Roma, San Petersburgo y
Berlín, gracias a su amistad con la archiduquesa Maria Antonieta de Austria,
reina consorte de Francia y de Navarra a quien retrató en varias decenas de
pinturas. Sin embargo, pese a su condición “privilegiada”, no se libró de que
su marido se gastara el dinero que ella ganaba en prostitutas y juegos de azar
y terminara exiliada tras la caída de los monarcas.
Pero
esta dupla de mujeres afortunadas en distintas latitudes y épocas no es
aproximación de lo que vivían las demás. Una serie de pinturas dejan claro el
papel de las mujeres. Henry Robert Morland (1716-1797) pintó Una empleada de lavandería planchando.
Su obra está enfocada en escenas domésticas o empleadas de ostras. El sueco
Axel Jungstedt (1859-1890) pintó Lavando
en el río, un grupo de mujeres de campo lavan con el agua del río en
recipientes de madera mientras los niños cuidan la leña donde hierve la ropa. Algunos
de los trabajos que hacían las artesanas es el que se ve en el Interior de un taller de dorado de marcos,
pintado por el francés Emile Adan (1839-1937).
El
pintor belga Alfred Bastien representó a La
madre del artista, sentada en el rincón de la cocina con su perro a los
pies y semblante abnegado. En la mesa hay una silla vacía seguramente esperando
que su hijo artista llegara a comer donde lo espera un pan enorme solo para él.
¿Cómo estarían las madres cuyos hijos no tenían el privilegio de ser artistas?
Quizá como la Anciana del suizo Jean-
Ètienne Liotar (1702-1789), una aldeana que se quedó dormida en su sillón con
un inmenso libro en el regazo, mientras la mesa pequeña donde descansa su brazo
esta con la comida sin terminar.
Las
hermanas mayores que no venían de la nobleza se hacían cargo de los pequeños,
quizá, mientras la madre se dedicaba a las labores hogareñas. El pintor francés
William-Adolphe Bouguereau (1825-1905) escenificó la vida de campo en La hermana mayor, quien descalza
sostiene en los brazos a un niño de meses que plácidamente duerme. Pintura que
contrapuntea La sonatina del
británico John Collier (1850-1934), donde pintó a una niña con zapatillas
tocando el violín.
En
otro óleo, el italiano Silvio Giulio Rotta (1853-1913) pintó una escena de
realismo social: La joven madre, quien
por la vestimenta y la cuna de velos y encajes sobre una base, se deduce que es
el retrato de una noble que posó para el pintor. En contraposición una aldeana mece
a su recién nacido en una cuna de madera asentada en el suelo. Orgullo Materno es del austriaco Franz
von Defregger, quien se especializó en la producción de pinturas de arte e
historia de género de su ciudad natal.
Han
van Meegeren (1889-1947), pintor holandés, inmortalizó a un miembro de la
realeza: Mujer leyendo música. Mientras
el pintor de género alemán Walter Firle (1859-1929) en Lección de música escenifica el momento en el que una anciana toca
el piano y cuatro jóvenes la rodean cantando. Las mujeres nobles también
pintaban como se aprecia en El estudio de
Alfred Stevens (1823-1906).
A
través de la pintura de género los hombres dejaron testimonio del papel de la
mujer en la sociedad antes de que el movimiento femenino irrumpiera en la
segunda mitad del siglo XX.
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Imagen de Pham Trung Kien en Pixabay |
Durante el día estuve renegando,
por el tráfico, la gasolina que había vuelto a subir y el calor tan elevado para
ser todavía invierno. Llegué a mi oficina, con una montaña de papeles que me
esperaban para ser revisados, procesados y devueltos a distintos departamentos
de la empresa en la que trabajo. Luego durante la comida, me volví a quejar porque
con las prisas se me había olvidado el tupper de las verduras. El día
parecía ir como la mayoría, donde los pequeños detalles te agobian y se van
convirtiendo en la vida que nunca quisiste tener.
Cerca de las cinco de la
tarde, iba de regreso con un inminente dolor de cabeza, pensando en que tendría
que llegar a cocinar para el día siguiente, dejarle algo a mi hija. Nunca tuve
esposo, el padre de mi hija nos abandonó cuando ella tenía menos de un año de
edad. Mis padres me apoyaron hasta que ella entró al kínder, pero allí mi madre
enfermó de un cáncer que se la llevó muy rápido a la tumba. Mi padre no pudo vivir
sin ella, al menos, no de forma normal, una demencia le atacó su cerebro, mismo
con el que batalló durante unos años para finalmente acompañar al viaje eterno
a mi madre.
Mi hija y yo nos quedamos
solas. Y así había sido durante más de una década, ahora mi hija estaba en la
universidad se iba temprano, de allí salía a un trabajo de medio turno que había
conseguido cerca de su escuela. Ambas regresábamos a eso de las seis de la
tarde, ella a hacer deberes, yo a hacer comida para el día siguiente y a
limpiar lo que se pudiera. Muchas veces mientras ella lavaba los trastes me
platicaba de su día, de sus amigas, los novios, su jefa del trabajo y los
maestros de la escuela. Y he de confesar, que la mitad de las veces, minimicé
sus problemas, los escuchaba y fingía que prestaba atención, para terminar
diciendo, “Todo saldrá bien, ya lo verás”, aunque ni siquiera estaba segura si
mi comentario iba de acuerdo a lo que me acababa de decir.
Esa tarde que regresé, ella no
estaba allí. Me resultó raro porque casi siempre llegaba antes, pero tal vez,
había ido a casa de alguna de sus amigas, revisé mi celular, pero no había
mensajes. Raro, volví a pensar, mientras me cambiaba de ropa y me dirigía a la
cocina.
Los minutos seguían pasando,
el sol comenzaba a ocultarse y ella seguía sin llegar, después de poner el
pollo a cocer, tomé el celular y le marqué, una… dos… diez veces. Le mandé mensajes
al Whatsapp, pero aparecía que la última vez que había estado en línea había
sido a las 6 de la mañana, que había sido unos minutos después de que ella
había salido de casa.
Esa sensación de miedo comenzó
a inundar mi ser, comencé a llamar a las amigas de mi hija, de quienes tenía su
contacto, de inmediato las contestaciones no se hicieron esperar “No llegó a la
escuela”, “pensamos que estaba enferma”, después llamé a su jefa quien me dijo
que tampoco había llegado a trabajar… mis dedos se congelaron, mis pensamientos
se entumieron y mi corazón se detenía cada dos segundos, causándome piquetes de
ansiedad que subían por mi garganta.
Llamar a los hospitales, ir a
la delegación para ver si estaba detenida, fueron cosas que no deseaba hacer,
pero era mejor pensarla herida o detenida que secuestrada o muerta.
Los siguientes días cambió mi
rutina, las quejas de las nimiedades del trabajo, del tráfico o el calor,
habían quedado en el olvido, yo sólo quería a mi hija de vuelta… levantar las
alertas en la policía y empezar una búsqueda infructífera que ha absorbido mi
vida. Me niego a pensar que está muerta, sin embargo, me da más miedo siquiera
imaginar lo qué le puede estar sucediendo si no lo está. Imprimo su imagen en pancartas
y en afiches que han quedado pegados en postes y bardas… con cada uno que pego
se va un trozo de mi esperanza.
Y me siento mal, por no haber
sido una madre sobreprotectora que la tuviera vigilada las 24 horas, por no
haberme ofrecido a llevarla a la escuela, pero, sobre todo, por no haberle contestado
después de su “Nos vemos en la tarde”, con más ánimo, de no haberme fijado con
certeza qué ropa llevaba puesta, por no haberle abrazado y dicho que la amaba…
que la sigo amando.
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Imagen de Couleur en Pixabay |
A todas las familias del
mundo
De repente nos
enfrentamos al temor,
al
desconocimiento, a la incredulidad,
a la muerte y al
aislamiento;
aislamiento convertible
en positivo
porque ha
llegado el tiempo de la reflexión;
reflexión al escudriñar
en el fondo de nuestra esencia;
esencia
conectada a todos los hombres;
hombres sin
raza, género, o religión.
El silencio
eleva lamentos,
el silencio clama
por un eco;
un eco que
repita: Resistir;
resistir ante la
incógnita del futuro;
futuro como presente
infinito.
La mente conecta
las manos;
manos que pueden
apoyar objetivos;
objetivos de la
reflexión y de la esperanza;
esperanza por
modificación de haceres;
haceres que respetan
decisiones;
decisiones que
atraen la unión;
unión de mente y
manos
que solidarizan
a otras…
y a otras…
y a otras...
29 de mayo de
2020
El PEN (Poetas, ensayista y novelistas) fue
fundado en Inglaterra en 1921 por la escritora Amy Dawson Scott.
El PEN se constituyó en una organización
defensora de la libre expresión, brava opositora del asesinato, encarcelamiento
o maltrato de escritores, poetas y periodistas. En 1949 se constituyó como
“Representante de los escritores del mundo” ante Naciones Unidas y en 1950 se
creó El Comité de Escritores en Prisión. Son muchos los escritores en el
mundo que han recuperado su libertad gracias a la decidida actitud del PEN en
su defensa. Los principios del PEN son la defensa de la libertad de expresión,
la defensa de los derechos humanos de los escritores, y la promoción de la
literatura.
Actualmente hay más de 100 centros del PEN en
el mundo y entre sus miembros ha habido varios premios Nobel como Arthur
Miller, Thomas Mann, George Bernard Shaw, Joseph Conrad, Paul Valéry, François
Mauriac, Alberto Moravia, Mario Vargas Llosa, Jorge Luis Borges, Margaret
Atwood, J.M. Coetzee y Toni Morris, y Mario Vargas Llosa.
El PEN Guadalajara fue fundado en 1994 por la
escritora Martha Cerda. Actualmente tienen miembros no sólo de Guadalajara sino
de otros lugares del mundo como España, gracias a la tecnología que permite
conectarse virtualmente a las sesiones.
El Centro Guadalajara, entre otras actividades,
publica una revista virtual, organiza lecturas mensuales de obra de miembros, y
otorga cada año el Galardón Raúl Aceves a la Excelencia Literaria, a un
escritor o escritora miembro de alguno de los centros PEN de América Latina.
Este premio se entrega en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, la
última galardonada fue la escritora Mairym Cruz Bernal del PEN de Puerto Rico.
La mesa directiva el PEN Guadalajara hace una
atenta invitación a escritores, periodistas y amantes de la literatura a unirse
a este proyecto. Los interesados pueden comunicarse con el Dr. Arturo Camacho
Camacho: barondemalta@gmail.com o con
la Ing. Lizbeth Sánchez: lizbethsv@gmail.com
O
con la Lic. Alejandra Maraveles en la sede del PEN Guadalajara ubicada en la
Escuela de Escritores Sogem Guadalajara: Av. Circunvalación Agustín Yáñez
#2839, Tels. 33 3616 3763 y 33 3630 0020, de lunes a viernes de 12:00 a 14:30
horas.